Grandes edificios caen sobre mí como grandes piezas de dominó, una sobre la otra.
Una fuerte punzada en mi mano derecha.
Abrí mis ojos sin distinguir si quiera si estaba en la realidad o en un sueño, miré hacia arriba y observé en la penumbra el diseño antiguo del techo de mi cuarto, líneas negras y curvilíneas se peleaban entre sí como si quisieran alcanzarme, las vi más cercanas que nunca, amenazantes, como un pulpo intentando atrapar a su presa.
Intenté dormir una vez más pero el insomnio se adueñó de mí. Al dirigirme a la mesita de noche y abrir la primera gaveta sentí cómo un hedor acre subía por mis fosas nasales hasta llegar a lo más profundo de mi cráneo, exprimiéndome el cerebro y provocando en mí una mueca de repugnancia. Metí la mano en la oscuridad de aquel cajón y saqué mi celular.
Eran a penas las 3 de la mañana.
El intenso dolor que sentí anteriormente volvió a manifestarse pero ésta vez mucho más fuerte, potentes punzadas se concentraban en un solo punto de mi palma. Como intentando contener a una fiera apreté fuertemente la zona con la otra mano, tambaleante, prendí la luz.
Con la boca abierta y una expresión de horror vi que el lunar que tenía en ella había aumentado 10 veces su tamaño, toda mi piel iba emanando millones de gotas de sudor que cristalizaban mi piel, como si mi cuerpo, en un intento desesperado quisiera expulsar el miedo de su interior, aquel líquido ya no era transparente sino amarillento, penetraba cada hebra de hilo que existía en mi ropa.
Todo aquello actuó como combustible para alimentar a aquella bestia que albergaba en mi mano. Aquel extraño lunar fue aumentando vertiginosamente de tamaño, la piel de mi mano se había tornado negra y con una superficie rugosa y agrietada, se iba apoderando de mí como una posesión demoniaca, atrapándome como un temible ser de los avernos.
Irrumpió en mí con su negrura abominable y devoraba aquellos fluidos amarillos
Tomaba vida.
Apreté los ojos mientras subía por mi cabeza hasta entrar al interior de mi garganta.
Ahora me engullía por dentro
Mis vías respiratorias iban hinchándose, impidiendo por completo el flujo de aire, el corazón parecía querer desgarrarme el pecho y la desesperación de sentir que iba a morir se apoderó de mí.
El reloj dio las cuatro campanadas, pero de manera lenta, como si se detuviese el tiempo, el sonido ensordecedor calaba sin piedad en mis oídos ya poseídos excitando aún más a aquella bestia carnívora.
Un fuerte golpe en la frente.
Sangre caliente mana de la herida.
Ráfagas de dolor ardiente.
Mi cuerpo estaba envuelto en sábanas mojadas de sudor, me apretaban como si quisieran protegerme de aquello que me desesperaba. Abrí los ojos y note que me había golpeado la cabeza contra la pared. Respiré una bocanada de aire puro y con él entró a mi cuerpo un gran sentimiento de alivio, pues todo aquello no había sido más que un sueño.