Capítulo 2. Aprendizaje

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El mago pasó los primeros días intentando enseñarle modales a sus para nada refinadas mascotas. Desde la manera en cómo se debían sostener los cubiertos, sujetar una copa o comer de un plato, hasta el buen vestir y los formalismos al reunirse en el comedor y saludarse. Cabe decir que los tres descubrieron lo increíblemente incómodo que era todo aquello.

Lang y Vogel trataban de seguir lo que el mago les decía, sin encontrarle sentido. Ser forzados a hacerlo tampoco ayudaba a copar con la situación. Los hábitos no suelen cambiar tan fácilmente. Hábitos con los que los tres tenían que lidiar. Esa primera noche, Lang había sospechado de la recámara a la cual había sido confiado y se había pasado la noche olisqueando, tocando o mordiendo las cosas a su alrededor. Pronto entendió que conforme iba tocando, incluso con mirarlas durante un rato, el nombre de las cosas aparecía en su mente: almohada, alfombra, lámpara, colcha.

A Vogel, también le pareció extraña la habitación. Podría estar más protegido del mundo exterior, pero se sentía atrapado. Con la costumbre de un ave, se echó en la alfombra y se durmió para luego despertar por la sensación de frío obligándole a buscar un lugar más cálido. De ese modo, terminó durmiendo bajo la cama un poco apretado, pero caliente y seguro. Él tardó más en entender la relación entre tocar un objeto y conocer su nombre.

Como ave, Vogel estaba acostumbrado a despertar a los demás cantando, indicando el inicio del día y dando paso al fresco del aire en su cuerpo. Lang solía empezar estirándose, algo que seguía haciendo como humano, y sus saludos matutinos solían requerir contacto físico, mucho más de lo que un ave hacía, así como más rudo.

Así que la primera mañana después de que Fanfarian les diera una frugal lección de modales, cuando les dijo ¡Salúdense!, lo que hizo el ave fue acercarse a mirar al lobo. Y el lobo a su vez le mordió el cuello al ave. Podemos resumir el desastre: Vogel descubrió la natural propensión de su ser a chillar cuando algo sorpresivo o doloroso le ocurría, aunque su instinto primario lo obligaba a alejarse volando. Sin embargo, su actual cuerpo solo le permitió batir los brazos al aire. Lang descubrió que la zona alrededor de la piel del humano era menos gruesa, así como flexible, y que la presión dada debía ser menor, ya que curiosamente sus incisivos quedaron marcados en aquel liso cuello. La imagen le recordó a las presas que solía cazar, lo que a su vez esto le recordó que los humanos, a veces, eran sus presas.

Pese a esa primera mañana desastrosa, ambos animales mantuvieron durante varios días sus rutinas, típicas e instintiva de despertarse apenas el primer rayo de sol cruzaba el firmamento. Para sorpresa de Fanfarian, despertaba escuchando el canto, ahora modulado, del ave, o lo que podría llamarse canto. Era más similar a escuchar a un cantante calentando sus cuerdas vocales. El lobo, Lang, se ponía a chillar, gruñir y de tanto en tanto lanzaba pequeños aullidos, que recordaban más a los sonidos que un perro hacía al estirarse tras despertar. El problema era que cuando el mago entraba al cuarto, encontraba más de la mitad de las cosas destruidas.

Fanfarian tardó más días en lograr que se comportaran decentemente a la hora de irse a dormir o cuando despertaban. La ropa seguía siendo un problema para ambos, pese a las explicaciones. Muchas veces durante el día, Ave y Lobo se sentían desesperados por estar envueltos y empezaban a quitarselas; a veces de manera inconsciente. Más de una vez, el mago los encontró desnudos andando por la casa. Lang se pasaba el día mordiendo objetos, tirando cosas, comiendo o durmiendo, el ave picando con el dedo las cosas que le gustaban, usualmente objetos brillosos o buscando lugares altos donde echarse.

Al no lograr mucho progreso con las clases de modales, Fanfarian desistió. Si esos animales no querían hacer uso del conocimiento otorgado con sus nombres mágicos, él no se metería en problemas aburridos. Porque si era sincero, todos los problemas que ellos estaban encontrando para adaptarse le parecían más divertidos que intentar educarlos.

Fanfarian: El Ave y el LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora