"Miedo"

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Llamarlos fue muy sencillo.

Tan sencillo, que al principio estaba convencida que nada había pasado, que todo había sido una simple tontería de mi parte, una cosa infantil, y que las advertencias de mi abuela habían sido en vano. Los escalofríos que sentía en mis brazos empezaban a atenuarse, tranquilizándome, aun cuando los latidos de mi corazón seguían retumbando como tambores en mis oídos.

Una vela, un cuarto oscuro y mi persona, sentada en el suelo, llamando a quien quiera que estuviera en esa habitación que no pudiera ver.

Necesito ayuda.

Nunca pensé que el problema fuera a salirse de mis manos. No sabía en lo que me estaba metiendo. Soy una tonta, ignorante y estúpida que solo por ver unas cuantas sesiones espiritistas online se creyó que podía hacer lo mismo.

Por favor, si hay alguien allí que sabe de estas cosas, por favor, se lo suplico, ayúdeme.

 Tengo miedo.

Los primeros días nada pasó, y me fui olvidando del tema como uno se va olvidando de lo que comió en el almuerzo la semana pasada. Pero luego empezaron los fríos. Sentía frío sin razón, llegando al punto que mientras todos mis compañeros de Universidad usaban pantalones cortos y camisas sin mangas, yo usaba abrigo y bufanda. Mis labios se ponían azules, sentía los dedos entumecidos y pasaba titiritando, con los dientes castañeando, a todo momento. Pero no me sentía enferma. Descarté el tema también, pensando que tal vez solo me estaba acostumbrando al clima.

Pero no pude ignorar las voces.

A medianoche me despertaban, gritando, diciendo mi nombre, y luego empezaba a sentir como me tocaban la cara, el estomago, los pechos y el cuello. Nunca me han hecho daño. Dios sabe que en eso son buenos. Pero me están volviendo loca.

Luego veía sombras por todos lados, incluso en el día, que correteaban y me espiaban, alargando sus dedos hacia mí, ganando espacio a medida que pasaban las semanas.

No soy dada a tomarme fotos (la verdad es que no me gusta mi aspecto) pero, un día, en la graduación de mi prima, nos tomaron una foto de grupo a toda la familia, sonrientes e ignorantes.

Cuando me entregaron las fotos, no pude evitar un grito de horror. Todos salíamos normales y corrientes, como se supone que una foto debe estar, pero solo yo noté, en mi paranoia creciente, que en mi hombro desnudo había una pequeña mancha negra que no había estado allí antes.

Y tenía la forma de un rostro.

Se lo dije a los demás, histérica, pero me tachaban de loca ya que a ellos no les parecía un rostro. Era una simple mancha de hollín que seguramente me había causado al estar muy cerca de un fuego o de una barbacoa. Que tonta que era.

Ahora sé que debí de haberle hecho caso a mi abuela cuando me dijo que, si me iba a meter  en ese tipo de cosas, usara protecciones. Eran sencillas pero efectivas, y eran lo único que evitaba que ellos se quedaran atascados hacia ti como parásitos permanentes. Un poco de romero en un vaso con agua. Un pañuelo blanco sobre la cabeza. Dibujos de cruses hechos con tiza en las palmas de las manos y plantas de los pies, aun cuando no fueras creyente.

Pero no le hice caso.

No es broma.

Me tomo fotos constantemente, para asegurarme que la mancha sigue allí. Está aumentando. Ahora cubre todo mi hombro derecho hasta el cuello y la espalda, formando siluetas de rostros deformados y manos, manchas igual de negras que el hollín. Tengo miedo que llegué a mi cara. No sé qué pasará entonces, ni cuando cubra mi cuerpo por completo.

Ayúdenme.

Mis padres se empezaron a preocupar cuando comenzaron las visiones. O cuando ellos tuvieron la suficiente fuerza para aparecer no como simples sombras o susurros, sino como imágenes claras que sólo yo era capaz de ver. Empezó cuando un día mi hermana de siete años llevaba puesto, en broma, el largo vestido blanco de boda de mi mamá. Dio vueltas y vueltas, dejando que el velo flotará a su alrededor, mientras reía feliz. Una, dos, tres vueltas, y su cara ya no era la misma. Se había encorvado hasta parecer una anciana decrepita, su rostro estaba arrugado y tenía unos ojos blancos, ciegos, que me miraban sin ver.

Cuando ella atisbo mi mueca aterrorizada, avanzo hacia mí, con pasos cortos y rápidos que me causaban un nudo en la garganta, una mano huesuda y arrugada extendida en mi dirección. Yo arremetí contra ella, la empuje y empecé a sacudirla con histeria, hasta que mis padres llegaron y apartaron a una muy asustada y llorosa niña de siete años de mí.

Otra vez, desperté en la madrugada con dos niños, una niña y un niño, sentados sobre mi pecho, que no me dejaban de mirar con sus grandes ojos de búho. Aun cuando eran muy delgados, pesaban tanto que no me dejaban respirar y, poco a poco, empecé a boquear por aire. En el último minuto desaparecieron sin dejar rastro.

El miedo me paraliza. Siento que el miedo no me deja moverme.

Mi abuela, la única persona que parecía saber de estar cosas, me ha dado la espalda. No responde mis llamadas, no me visita ni va a los mismos lugares donde sabe que yo estaré. ¿Significa eso que estoy perdida? ¿Qué moriré? No. Me niego a pensarlo. Sé que alguno de ustedes tendrá la solución. Debe de haber solución.  Por favor, por favor, ruego a los cielos por que haya una solución.

No les cuento esto para asustarlos. Esta es mi simple súplica, mi último recurso, por buscar ayuda. Están en todas partes. Ahora, mientras estoy escribiendo en mi escritorio, hay una niña que me observa desde el armario y que esta hallando por fin la forma de abrirlo. Un hombre me da la espalda desde la ventana, tiene un abrigo largo y negro y parece estar viendo el jardín. No creo que sepa como entrar a la casa, pero la niña ya está adentro. Los niños y los ancianos siempre están dentro.

También escribo esto para advertirles. No sean estúpidos como yo lo fui. No prendan una vela a oscuras mientras están solos. No jueguen con esos misterios que solo los muertos conocen. Y nunca, por el amor de Dios, nunca pregunten quien está ahí.

¿O acaso ya lo hiciste?

Oh no. La niña logró abrir el armario.

Y se está acercandose.

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⏰ Última actualización: Jul 31, 2016 ⏰

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