Prólogo - Dos partes de una sola unidad

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—¿Sabías que— comenzó la voz. La misma voz de siempre, misma voz con rostro bello y palabras venenosas. La misma voz tan similar a la que sale de mis cuerdas vocales, pero no soy yo quien las dice—hay diferentes formas en las que el cuerpo refleja...—calló un segundo, dramática como siempre— Miedo?

No comprendo donde estoy. Pero sé que he estado aquí. La familiaridad abraza mi cuerpo, como madres abrazan a sus hijos. Huele a muerte, a caos. Huele a todo lo que huyo y todo lo que soy.

Un risa mata el silencio. Y puedo sentir sus manos sobre mi. Atacan mi cuello por detrás. No aprieta... Solo sostiene. Tentadora, pero consiente de que mi muerte no le conviene. Soy su marioneta.

Sus labios, probablemente llenos de pintura violeta, rozan mi cuello y sube hasta el lóbulo de la oreja, donde se detiene y empieza a hablar de nuevo.

—¿Intentando escapar de nuevo?

Sus movimientos son rápidos, bruscos, mi cuerpo gira sobre sí mismo y queda frente al de ella. Sus manos, la cuales se habían puesto en mi cintura para realizar su maniobra, viajan sin piedad hasta mis muñecas. Por poco pierdo el equilibrio, pero un tirón fuerte me mantiene de pie.

Se da el gusto de apretar, y mis labios reprimen un chillido de dolor, mientras en su rostro se refleja el placer puro. El mismo rostro, la mismas facciones, pero ella siempre se verá mejor que yo. Su cabello rojo fuego, largo cayendo en una despeinada y sensual cola de caballo. Sus ojos, profundos, desafiantes, gracias al maquillaje que siempre la acompaña. Y sus labios, tal y como lo había predicho, violetas. Violetas al igual que su iris, combinado perfectamente con ese aroma a sangre que su cuerpo desprende.

Soy yo. Somos un espejo. Iguales y diferentes.

Sus labios se acercan a los puntos de presión, deja caer una sonrisa mientras la sangre desaparece entre sus labios. Suelta un suspiro de satisfacción y luego ríe. Derramando ironía en cada carcajada.

—Pobre, pobre, Liz. ¿Vamos a jugar a la víctima otra vez? — sus manos sueltan mis muñecas, no puedo reprimir el suspiro de alivio mientras las agresoras viajan con brusca velocidad a mi rostro, manchándolo de sangre... Mi sangre— No pretendas odiarlo— susurra frente a mi rostro. Juntando las mitades de uno solo. Dos reflejos tan desiguales como iguales— Puedo sentirte batallar— puedo notar la locura en sus pupilas. ¿Se verán así las mías?—Puedo sentir como amas que tome el control. El olor penetrante de la sangre llenando tu fosas nasales— su rostro está a centímetros míos. Estoy segura de que si pudiera vernos, sería difícil de decir donde empezaba yo y donde terminaba ella.

—No— respondí, escupiendo sangre sobre su nariz. Ella en vez de enojarse. Terminarme. Matarme. Aniquilar esta forma viviente. Hizo lo que más le convenía.

Sonrío con malicia y marcó mi boleto de vuelta al infierno. Su reino.

—Miente todo lo que quieras. Al final del día. Somos una sola— y puso su sello, el mismo con el cerraba nuestros encuentros. Sus labios sobre los míos. Prácticamente succionando el alma fuera de mi cuerpo.

Lo siguiente que escucho son los paramédicos y sus malditos aparatos, confirmándome una vez que Elisabeth había logrado regresarme al infierno.

Deseos MortalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora