Los juegos nunca terminan, solo cambian los jugadores.

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Bosque encantado. Décadas atrás. Tercera persona POV.

El destello verdusco era una estela, de polvo de duende, que dejaba Verde por donde había surcado el cielo nocturno. Las cristalinas alas, con reflejos tornasol, del hada Verde se batían con fiereza mientras contemplaba al pueblo a sus pies; las luces provenientes de los hogares parecían pequeños puntos, como si trataran de imitar las estrellas del cielo. El remanso del bosque Encantado le fascina al hada; ella podía distinguir desde esa altura el castillo de la Reina Malvada y, por si fuera poco, entre las colinas alcanzaba a vislumbrar una de las torretas de la mansión del Oscuro.

Más el hada, en su tranquilo paseo, se llevó una sorpresa. Una fulgurante centella de tono corinto estalló en medio de la oscuridad; el hada, curiosa como ninguna, aleteó hacia aquel brillo, (ya que jamás había visto algo parecido).

Un hombre de cabellos rizados, casi cobrizos, movía sus hombros de forma agitada. Las manos del pequeño hombre, se aferraban al suelo, sus dedos bañándose de tierra y rocío proveniente del césped, pues parecía que iba a arrancar este en cualquier momento.

—Disculpe. —Llamó Verde; el hombre no se inmutó, su pecho seguía moviéndose con rapidez. La joven se aclaró la garganta, ahora más preocupada por la palidez de aquel ser. —Disculpe. —Habló más fuerte, mientras se acercaba a él.

Luciérnaga de fuego alzó el rostro. Sus hinchados y grisáceos ojos asustaron al hada ¿Había estado llorando?

El duende entreabrió los labios, él fabricaba el polvillo que usaban las hadas, pero jamás había visto una. Y, si le hubiesen descrito alguna, seguramente ni los más delicados y precisos detalles le hubieran echo justicia al diminuto ser, el cual movía sus rizos perfectamente acomodados en aquel moño. —¿Necesitas algo? —Cuestionó con voz ronca, tratando de calmarse para que su voz no sonara tan patosa.

—¿No sería yo la que debería preguntar eso? —El hada se acercó y adoptó su tamaño real, provocando que el duende se echara hacia atrás; la risa de la chica alada fue como escuchar miles de campanillas e, inconscientemente, arrebataron una sonrisa de Luciérnaga de fuego.

—¿El qué deberías preguntar? —Interrogó, colocándose de pie -más en el proceso, la amable hada acortó la distancia, y le ayudó a incorporarse-; el duende, quien jamás había recibido atenciones como esa, le miró extrañado.

—Pues si te encuentras bien o necesitas algo. —Repuso Verde, sin usar sarcasmo y con un tono risueño todo el tiempo. —Soy un hada. —La chica se giró, solo para presumir las alas que decoraban su espalda desnuda. El duende sonrió de forma ladina al tiempo que asentía. —¿Y bien? ¿Puedo ayudarte en algo?

—¿Quizás puedas contestarme unas dudas? — Verde asintió repetidas veces, con sus labios rosáceos extendiéndose en una cálida y emocionada sonrisa; era la primera guardia de la joven hada y ya estaba ayudando a alguien, ella estaba muy entusiasmada. —¿Es normal que llegue gente volando y te ofrezca su ayuda en la tierra?

Verde frunció el ceño, confundida. —Las hadas llegan cuando alguien necesita ayuda, no importa de quién se trate. —Respondió, llevándose el dedo índice a su mentón. El duende miró fascinado los gestos del hada, incluidos la extravagancia de sus movimientos.

—¿Aunque se trate de un prófugo del Inframundo? —Se aventuró a preguntar el duende; Verde abrió los ojos con sorpresa. La chica se inclinó y tomó las manos del duende, haciendo brincar a éste último en el acto.

—¿Y a dónde estamos huyendo? —Interrogó Verde, con una suave risa; el duende, viendo el resplandor de inocencia tintineando en los ojos del hada, dedujo que no le había creído. Luciérnaga de fuego sonrió levemente, incapaz de sacarla de su error y romper aquel contacto que estaba creando sensaciones extrañas en él. —¡Oh! ¡Qué tonta! — El hombre de espesa barba sonrió de medio lado. —No me he presentado.

Rapunzel and the lost demon (Robbie Kay, OUAT)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora