Tony apretó el móvil contra su oreja, corriendo por los pasillos del edificio mientras luchaba para que la agitación de su cuerpo no se mostrase en su voz.
—Estaba en un atasco.
—¿Seguro? —murmuró Fiona, alargando las sílabas en ese tono de desconfianza que solía caracterizarla cada vez que llegaba tarde a trabajar.
Se tropezó con su propio pie, asintiendo pero luego recordándose a sí mismo que ella no podía verlo por el auricular, metiendo su brazo entre las puertas del ascensor antes de que éste se cerrara.
—Te lo juro.
Se llevó una mano al pecho mientras veía las puertas cerrarse con él ahora dentro. Pulsó el botón que lo llevaría al decimosexto piso, aliviado, apoyando al segundo la espalda en la pared de metal, escuchando un murmullo divertido de su compañera.
—No deberías jurar en vano, Antony.
Una risita nerviosa escapó de su garganta y le dio la razón a Fiona.
—Se me ha olvidado comprarme un despertador —confesó, mirando los números en rojo que iban en aumento con una lentitud exasperante.
—Eres un desastre —se burló la chica, de tal forma que Tony era perfectamente capaz de imaginarla moviendo la cabeza con la sonrisa ladeada, aguantando la risa, posiblemente jugando con un lápiz o con un mechón pelirrojo entre sus dedos—. Dime que al menos recuerdas que hoy venía el nuevo jefe y te has arreglado un poco.
Tony no era la elegancia personificada ni mucho menos. A pesar de su trabajo en la Editorial Rubens, una de las mejores del sur de Inglaterra, gracias al cual podía permitirse su apartamento individual en un barrio bastante decente, no era muy fan de las camisas o de las corbatas y ni hablar de los zapatos que aparentaban "de viejo", como solía decir su sobrino Dave de siete años.
Dio un pequeño giro sobre sus talones y se miró en el espejo que ocupaba toda la pared izquierda del ascensor.
—Define "arreglado un poco" —se rió avergonzado, apartándose un mechón castaño sin peinar de la frente y observando con vergüenza la forma en que sus vaqueros se ocultaban bajo la camisa azul a cuadros que tan poco le gustaba pero que debía llevar por obligación.
—¿Llevas corbata? —preguntó Fiona y Tony comprendió que esa era su forma de "definir".
—No.
—¿Mocasines? —Tony se miró los pies envueltos en las zapatillas negras y usadas que se había puesto a toda prisa cinco minutos después de despertar exaltado— Bien. No contestes, comprendo.
—No creo que sea para tanto. Seguro que ni me mira, con todos los que somos.
Fiona solo hizo un sonido con la boca antes de decirle que lo esperaba en su mesa y colgar. Tony se guardó el móvil en un bolsillo, dando media vuelta para mirar de nuevo los números, poniendo los ojos en blanco cuando un pitido le indicó en el piso número once que alguien iba a subir, es decir, que el ascensor se acababa de detener y él iba a tardar aún más en llegar a su destino.
Apoyó un hombro en la pared con aburrimiento mientras las puertas se separaban y un hombre de pelo rizado aparecía para luego entrar, mirar los números y cruzar los brazos sobre el pecho colocándose a su lado. Llevaba un traje gris con corbata e inmediatamente Tony agachó la cabeza para mirarle los pies, obviamente cubiertos por un par de zapatos brillantes. Tenía una expresión seria y pensativa en la que sus ojos verde claro miraban las puertas casi sin parpadear.
Tony se preguntó en qué estaría tan concentrado. Posiblemente, se dijo, tendría algún proyecto que terminar o alguna charla que dar o cualquier cosa muy importante que hacer. O quizá no; tal vez el hombre a su lado tenía una novia guapísima y estaba pensando en ella, en invitarla a cenar o en la forma de pedirle matrimonio, si es que no estaba casado ya.
Se fijó en que realmente parecía no parpadear e intentó hacerlo él también, mirándolo fijamente, manteniendo sus ojos abiertos, sintiendo que le escocían y teniendo que apretarlos sin poder aguantar más. Se los frotó con las manos durante varios segundos antes de abrirlos, encontrando que el otro lo miraba con las cejas levantadas; solo veía una por culpa del rizo que casi llegaba a su ojo izquierdo, pero supuso que esa también estaba hacia arriba.
Tony se echó a reír avergonzado, ruborizándose levemente.
Las puertas se abrieron en el piso dieciséis casi al segundo y el hombre que no aparentaba ser mucho más mayor que él se giró con indiferencia, descruzó los brazos y salió del ascensor. Fiona apareció en el cuadro de visión de Tony al momento, con su elegante traje blanco y negro y su pelo rojo recogido en una coleta, con sus ojos verde oscuro mirándolo fijamente como si estuviese muy sorprendida.
—Parece que he llegado a tiempo —celebró, saliendo del ascensor.
Fiona abrió la boca para decir algo pero la cerró cuando una voz masculina irrumpió y llenó toda la planta, haciendo que todo el mundo dejase lo que estaba haciendo y mirase hacia la puerta del despacho del jefe. El hombre con el que había estado encerrado durante varios minutos llevaba ahora unas gafas sobre la nariz.
Tony miró a Fiona, preguntándole sin palabras algo a lo que esperaba que ella respondiera que no, recibiendo un asentimiento por parte de su compañera.
—Me llamo Stephen Rubens y seré vuestro jefe a partir de hoy.
Y Tony había quedado como un tonto delante de él.
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¡HE VUELTO! :'D
Espero que os guste esta nueva historia (que también subiré a Amor Yaoi) y eso, perdón por haber desaparecido tanto tiempo, si leéis mis otras historias ("Hasta que el cuerpo aguante" y "Efímero") las actualizaré lo más pronto posible ^-^
¡Gracias por leer!
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Cara o cruz
Novela JuvenilTony no es ni el mejor secretario ni el más organizado ni el más atrevido del mundo, pero puede sobrevivir con ello. Hasta que llega, Stephen, su nuevo jefe, un hombre que no soportará demasiado su forma de ser en el trabajo, pero que fuera de él, s...