Prólogo

588 52 90
                                    

Siete años atrás.

—¡Venga Icíar! ¡Tú puedes! —exclama mi prima con entusiasmo entre los dientes, esboza una sonrisa y yo muerdo mis labios con tal nerviosismo que me saben a hierro. Y me suelto del agarre, ahora sin apoyo suelto un grito, o varios. El patinaje nunca fue lo mío.

—No puedo. No puedo. ¡Agarrame que me caigo! —le pido y ella viene a mi con agilidad entre risas.

—¡Así nunca aprenderás a patinar! —dice ella riendo.

—Es más difícil de lo que pensé. —pienso en voz alta. Ginette vuelve a reír y aunque el sudor se empieza a hacer notorio en su rostro, este luce tan fresco como siempre. De seguro yo a estas alturas ya luzco como un cerdo sudado.

—Solo dejate llevar. —propone con seguridad, confió en sus palabras y suelto su brazo, ambas sonreímos pero al instante mis rodillas me juegan una mala pasada y vuelvo a apoyarme en su brazo.

—¡Icíar! —Ginette vuelve a reírse y siento como el calor sube hasta mis mejillas, alguien nos observa, ubico la mirada y proviene de unos inminentes ojos marrones que sonríen aunque sus labios no lo hagan y aunque sus ojos no me miren.
Está sentado, a unos cuantos metros de nosotras, en una banca y con sus pies jugando con un skate.

—Gigi, tengo sed, ¿me podrías comprar agua? —le pido, porque él no deja de mirarla y Gigi es tan despistada que no lo nota. Le lanzó una mirada furtiva, él lo nota y ríe un poco.
Sabe que quiero que deje mirar a mi prima.

—Claro Icí. —asiente y con envidiable agilidad se aleja hasta que la pierdo de vista, la tienda está a la vuelta y tengo que aprovechar el tiempo.

Me tambaleo mucho cuando ella se va pero reprimo el miedo y decido tratar de impresionar al chico que ahora se cruza de brazos y me mira divertido.

El calor sigue en mis mejillas y parece no tener intenciones de irse, muerdo mi labio inferior con fuerza porque mis rodillas son débiles, estiro un poco los brazos para mantener el poco equilibrio que tengo y siento su mirada.
Avanzo por la pista rezando a cada movimiento que me sea favorable.
«Me voy a caer, me voy a caer. No puedo me voy a caer.»
No he avanzado hasta el medio de la pista y me he caído.

—¡AY! —pego un sonoro grito, las rodillas me arden como los mil demonios, estoy tirada en el suelo, creo que me he roto un par de huesos y lo peor ha sido que él ha visto todo.

—¿Te encuentras bien? —Abro los ojos y lo primero que veo es su rostro, su piel tostada, sus ojos y su mandíbula partida, cerca, muy cerca.

—Oh, sí, claro, no pasa nada. —hablo rápido e intento ponerme de pie. Ahogo un grito al ver mis rodillas sangrando tanto y él me estira la mano para ayudarme a parar.

—¡Ay! —me caigo de nuevo. Y él se apresura a ayudarme. Malditos patines del infierno. Los odio.

—Espera, te ayudaré a quitártelos. —propone él y empieza a tratar.

—¡Icíar! ¡¿Qué pasó?! —Gigi viene a nosotros con dos botellas de agua en la mano y expresión preocupada. No respondo. Él se para y deja de ayudarme, ambos se miran y de alguna manera supe que era el fin.
Gigi es rubia, alta y aunque ambas tenemos el mismo color de ojos, marrones, los suyos son mucho más grandes y acaparadores.

—¿Y tú quién eres? —le dice Gigi en tono autoritario pero con mucha sutileza.

—Laurent. —él la da la mano y ella duda antes de aceptarla pero al final lo hace: —Gigi —le contesta esbozando una sonrisa, y luego de sacudir sus manos por unos segundos se quedan quietos. Ambos se sonrojan mientras yo sigo tirada en el suelo, muriendo desangrada ya a estas alturas.

—¿Hola? ¿Alguien me ayuda? —digo sin ganas.

—Oh, si, lo siento. —Gigi se acerca a mi y comienza a quitarme los patines. Laurent aún sigue de pie mirándola y ella aún sigue sonrojada.
Él se rasca la nuca con nerviosismo y la imita, me saca un patín rosa. Al instante recuerdo algo.

—¡No! —exclamo. Ambos me miran asustados.
Gigi me saca el patín al mismo tiempo.

—Lindas medias. —se burla Laurent y Gigi rie bajito. Y ahora soy yo la sonrojada, pero de vergüenza.
Sabía que no debía ponerme las medias de Minnie Mouse hoy.

Laurent termina de sacarme el patín restante y ambos me ayudan a pararme.
Con las rodillas sangrando y manchando el suelo de lo que sería el siguiente mar rojo y solo en calcetines salimos de allí.

—¿Es tu hermanita? —Le preguntó a Gigi estado yo en medio.
«¡Oh vamos! ¡Solo soy un año y medio menor que ella!»

—Oh no, somos primas pero nos queremos como hermanas. —sonríe dulcemente mientras me mira y me veo obligada a sonreírle de vuelta.

—¿Por dónde queda tu casa? —pregunta de nuevo.

—Aquí a la izquierda. —ambas decimos al mismo tiempo.
Caminamos unas cuantas casas más allá, felizmente el parque del vecindario quedaba cerca, si no no la hubiera contado.
Avanzamos hasta la puerta de la casa en dónde vivía con mi tía y Gigi, era pequeña y llena de flores, me gustaba verla desde afuera, pero los pies me dolían casi tanto como las rodillas y me moría por entrar a descansar.

—¿Aquí es? —Laurent pregunta al ver que nos detenemos.

—Sip. —Gigi sonríe, juro que el hecho de que tu prima sea una sonrisa andante es exasperante.

—Pues, yo me acabo de mudar, vivo como a cuatro casas, creo.

—¡Genial! —exclamé con entusiasmo, ambos me miraron—. Uhm, así cuando me vuelva a caer patinando, me volverás a ayudar.

—Bien, ya me tengo que ir, un gusto Gigi —le sonrió él—. y...

—Icíar. —le recordé mientras en mi pecho ardía un sentimiento desconocido, desgarrador, que nunca antes había sentido y que desde ese momento jamás dejé de sentir.

Te comería a versosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora