El Ángel

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Y así el ángel abrazó a la oscuridad, tomándola en sus brazos y negándose a soltarla. <<¿Cómo podría dejar morir algo tan bello?>>, repetía el ángel para sí. Todos los demás ángeles trataron de arrebatarle esa oscuridad diciendo cosas como "No es buena para tí." o "Acabará por hacerte daño.", pero el ángel daba oídos sordos a dichos comentarios. Estaba seguro de que lo que hacía no era algo de lo que debiera avergonzarse; por el contrario, era algo digno de admiración.

Día y noche el ángel se quedaba observando a la oscuridad; admirándola como un niño admira la luz del sol por primera vez; lastima un poco al principio, pero una vez te acostumbras, todo tu ser se llena de una sensación cálida y brillante, si es que el brillo pudiera ser una sensación.

Fuera de lo que uno pudiera pensar, la pureza del corazón del ángel permanecía inmutable, y ni siquiera la luz más pura igualaría el esplendor de su mirada. Ésta rebosaba de la más sincera ternura y la más inocente franqueza, como si alguien hubiera tomado dos Soles y los hubiera condensado en esa sola mirada. 

No obstante, cuando los demás ángeles lo miraban, nunca lo miraban a los ojos. Sólo posaban la mirada en su pecho, donde la oscuridad tenía su morada; cómodamente instalada entre los delicados, pero fornidos brazos del ángel.

Poco a poco, las alas de los demás ángeles comenzaron a mancharse. Los ángeles, inmersos en el más profundo pánico, no dudaron en girar sus sospechas hacia la oscuridad que el ángel defendía con tanto fervor. Así pues, tomaron sus arcos y flechas de luz, y fueron en busca del ángel.

Cuando llegaron al ángel, este los miró cabizbajo. Elevó la mirada al cielo y, tras cerrar sus párpados suave y delicadamente, pronunció con voz suave y resignada:

- Así que han llegado... - Una única lágrima resbaló por su mejilla, siguiendo su camino hasta la clavícula.

Los ángeles, presos del pánico, hicieron caso omiso de la calma que mostraba el rostro de aquella hermosa criatura;. Todos dispararon sus arcos, perforando así el pecho del ángel y la oscuridad que con tanta ternura cargaba en sus brazos. La sangre clara y dorada se perdía en los caudales plateados de la obscuridad. La lágrima que se había posado en la clavícula se esfumó, junto con el último aliento del ángel.

Fue entonces que las alas de los ángeles se tiñeron completamente negras y, horrorizados, vieron el escenario frente a ellos; el escenario cuyos perpetradores habían sido.

No fue hasta entonces que entendieron el proceder del ángel. Él había aceptado a la oscuridad como parte de él, negándose a dejarla morir. Él había sabido aceptar sus imperfecciones y hacerse responsable de ellas. Había admirado sus defectos aun más de lo que llegó a admirar sus cualidades.

Y ahora ahí estaba, inerte y sin vida. Con las manos teñidas con la sangre de un último aliento pesaroso. Dolido al pensar que los demás nunca comprenderían la dicha de saberse imperfecto.  

Relatos Breves De Quien No Termina NadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora