Capitulo 3. 2/2

8.3K 545 31
                                    

Nunca logré recordar en que momento quedamos desnudos, pero antes de darme cuenta del error que cometía, él ya me tenía bajo su cuerpo temblando en deseo.
En ningún momento nos besamos en los labios, si lo hacíamos temíamos despertar de este sueño y darnos cuenta de lo estúpidos que éramos.
Comenzó a buscar algo entre las sábanas y lo encontré por él, no lo haríamos sin protección. Sonrió cuando le entregué los condones y comenzó a tocarme.
Nunca nadie lo había hecho así, no iba a admitirlo en voz alta, pero dudar del talento de Kellin en la cama no había sido muy inteligente. Ya sabía que todas las chicas decían que él era magnifico, pero no imaginé hasta que punto.
Cuando sentí su bulto, entendí que tardaríamos nuestras horas allí, en su habitación, el deseo parecía nublar la amistad que asesinábamos de por medio y en cuanto vi las primeras gotas de sudor en su frente dejé de pensar totalmente.
Sólo me entregué a su cuerpo, que era lo que quería hacer desde esa mañana cuando miré el calendario y verifiqué para mi fortuna que era viernes, los días en que teníamos permitido acostarnos entre nosotros sin remordimientos.
Al principio dolió, Kellin estaba muy desesperado y no tenía compasión al moverse dentro de mí, pero después me acostumbre y comencé a sentir una calidez en mi estómago.
Cuando Kellin gimió con todas sus fuerzas y se vino, se desplomó sobre mí, no supe que hacer.
No lo entendía, se suponía que estaríamos horas haciéndolo para saciar nuestra abstinencia, pero él se preocupó sólo de sus necesidades y yo recién comenzaba a disfrutar cuando él acabó.


—Esto… Kell … —el gruñó y me sonrió, satisfecho—. ¿Ya acabaste?

Eso pareció volverlo a la realidad.

—¿Cómo que si ya acabé?

—Eso, que si terminaste, porque la verdad, eso fue muy rápido y no sentí nada —le repetí.


Kellin se levantó de inmediato, lo vi desnudo y algo despertó dentro de mí otra vez, aún quería más pero él lucia agotado.


—¿Nada? ¿Sabes cuanto tiempo estuvimos haciéndolo? ¡Dos horas! Y seguidas… —no le creía, era imposible ¿dos horas? Sólo habían pasado cinco minutos.

Miré el reloj y me tragué las dudas, en realidad habían pasado las dos horas.
Entonces, ¿Por qué…?

—¿Y qué eso de que no sentiste nada? Tengo toda la espalda arañada, ¿eso te parece nada?

Me levanté también, ya no era la gran cosa vernos desnudos. Me acerqué hacia él y volví a rozar nuestros labios.
Quería provocarlo para que terminara todo el trabajo y me percaté de que era más excitante estar a punto de besarlo que tener sexo. Y eso fue raro, porque yo quería tenerlo dentro de mí, nada más.


—Kellin, ¿qué pasa si rompo la Regla n° 2?


—Todo se acaba —estuve a punto de hacerlo, primero porque de verdad deseaba besarlo más que nada en el mundo, y segundo, porque acabaríamos con todo este circo de una vez por todas, pero Kellin tenía que abrir su bocota—. Y tú perderías y tendrías que decir en voz alta que yo un Dios del sexo.


—Déjame pensarlo… no —le dije con ironía —. Ni siquiera disfruté nada y quieres proclamarte como el mejor, Kellin, lo he hecho con mejores.


Y había vuelto a tocar su orgullo, porque se puso rojo de cólera y me miró con decisión.

—No te atrevas a decir eso nunca más en tu vida… —me amenazó.

—Mira como tiemblo, lo siento, pero sólo estoy siendo sincera, algo que todas esas chicas con las que te acostaste no lo fueron.

Tensó la mandíbula, se abalanzó sobre mí y por un momento creí que me golpearía o que lo haríamos de nuevo, pero en cambio susurró en mi oído: —Cambio de reglas: Sí podemos besarnos, siempre y cuando sea viernes y nos peleemos —antes de protestar, antes de darme cuenta de lo que había dicho, me besó.


Y allí sí sentí que el mundo se movía.
Nos besamos hasta hartarnos, hasta que volví a sentir a Kellin dentro de mí y esa calidez en mi estómago explotó. Acaricié sus hombros mientras lo besaba, la desesperación era insoportable, quería tenerlo cerca de mí pero ya no quedaban más centímetros.
No iba a admitir jamás que así Kellin sí era el mejor con el que había estado, pero nunca podría mentir y decir que sus besos eran malos, porque la verdad era que, con cada beso que nos fundíamos, quedaba con más ganas de él y eso me ponía en una desventaja enrome. Sin embargo, mientras siguiera besándolo, no me importaba.

Reglas del sexo. • Kellin Quinn.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora