Escena de un vuelo camino a casa

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El peso extra en mi hombro me despertó, se había sentido como un suave puñetazo que se negaba a liberarme. En mi estado soñoliento razonar no era sencillo, pero aún podía saber que era él. John, mi John. Adormilado, abrí los ojos; encontré el avión casi hundido en la penumbra total, las dos series de pequeñas luces amarillentas que señalaban el camino hacia el baño y la cabina del piloto brindaban el único destello de luz. Miré a los asientos, los conocidos bultos acurrucados indicaban que la hora de dormir había llegado para todos, observé con mayor atención, intentando poner nombre a los cuerpos inconscientes; George, Ritchie, Mal, Neil y Brian; perdidos en otro mundo, agotados por el final de la gira, soñando con volver a casa. Tal y cómo John y yo. En su mayor parte.

Miré a mi amante; su mejilla sobre mi hombro, sus ojos entrecerrados luchando por ver mi rostro en la oscuridad; esta sería nuestra última noche juntos en algún tiempo.

— Macca—. Susurró contra mi hombro, tan bajo que apenas yo podía oírle.

Besé su cabello y lo revolví frotando mi nariz.

— Mi Amor—. Le respondí igualmente en susurro, para que nuestro secreto se mantuviera sólo nuestro, y acomodé mi cabeza sobre la suya.

Por debajo, busqué su brazo, y lo recorrí acariciándolo del codo hasta la muñeca; un masaje lento que finalmente alcanzó su mano y me permitió enredar nuestros dedos. Al menos podíamos tener esto.

Una fantasía cruzó por mi mente cansada, un deseo que en plena conciencia no era más que una pesadilla: un día más en la gira, un concierto más, una sesión de entrevistas más, lo que fuera, sólo un día más. Y una noche. Una noche para retenerlo en nuestra habitación, con su cabeza reposando en mi pecho en vez de mi hombro, y mis manos acariciando su nuca y sus fuertes brazos, en vez de conformarme con tomar su mano; para sentir su respiración cosquilleando mi piel, mientras le tarareo alguna canción de amor, esperando verlo caer dormido y poder protegerlo de las pesadillas ocasionales que lo han atosigado tras la muerte de su madre.

Era estúpido. Horrible. Egoísta.

Soportar el acoso de los medios, el agonizante cansancio, el dolor de la nostalgia, mantener lejos a mis amigos de sus familias, estar lejos de mi familia, alejar a Jules de su padre. Horrible. No podría, todos deseaban volver. Yo mismo extrañaba profundamente mi hogar, mi fría y húmeda Inglaterra; mi Liverpool, el asqueroso agujero del que John y yo alguna vez deseamos escapar con tanta fuerza, añoraba un abrazo de mi padre y de Mike, volver a mi nido. Y sin embargo, aun deseaba tener a John entre mis brazos al dormir.

Un gemido doloroso me sacó de mis cavilaciones. Ringo. El pobre tonto sufría como nadie estos viajes en avión, lo escuché levantarse de su asiento y vi su sombra encaminarse jorobada al baño. Un suspiro se me escapó sin desearlo; era momento de separarnos. Retiré mi cabeza resintiendo la pérdida del aroma de mi amante y John hizo lo propio alejándose de mi hombro. Luego solté su mano y sentí mi corazón apretarse dolorosamente. Quise encogerme en un capullo, una posición que ocultaría mi rostro y me permitiría un consuelo al dormir, pero la mano de John tirando nuevamente de la mía me lo impidió. Esta vez nuestros dedos no se entrelazaron, John sólo apretaba, apretaba con fuerza y sin darme la cara, mirando solamente a sus pies. Sufría, tanto como yo. Supe que quería permanecer conmigo, pero también extrañaba su hogar, y la contradicción le dolía. No pude contenerme. Mientras rogaba a cualquier entidad que mi acto no complicase nuestras vidas, me atreví a inclinarme sobre John, mi mejor amigo, y besar su suave mejilla, sólo un segundo, o menos que eso. Su agarre se aflojó, me percaté que lo había sorprendido, francamente, me pareció cómico, quise ver su rostro sorprendido, pero prudentemente decidí no voltear, ya estábamos al límite del peligro, y en ese instante no me supe capaz de resistirme a devorar su boca o si él sería capaz de resistir.

Finalmente me acomodé en mi asiento, con la cabeza contra la ventana, intentando recobrar el sueño, cuando un golpecito en la rodilla me hizo mirar de reojo, nuestras rodillas se habían conectado. Con suavidad dejé caer mi pierna contra la de John, dejándolo saber que comprendía su juego, y entonces con el corazón más tranquilo me dispuse a dormir. Con un poco de suerte Rings pronto dejaría de vomitar en el baño. Y con un poco más de suerte John estaría en mis sueños. Al menos podía tener eso.

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Como dije, un relato pequeño, jejeje Si te agradó deja un comentario por favor, eso me haría muy feliz <3

Escena de un vuelo camino a casa (Mclennon).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora