1. Lejano país

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Tenía tres semanas en Chile cuando todo sucedió.

Se habían ido de Venezuela porque la situación estaba complicada, se podría explicar en qué, pero no era secreto para nadie lo que sucedía, en fin, situaciones fuertes que se presentan en algunos países.

Los abuelos de Efren lo habían llevado hasta el extremo sur por su futuro, solo que habían usado una mentira piadosa, esa era la frase que había dicho Yilem, la abuela, al decirle a su nieto que se irían del país de vacaciones y observarían cómo estaría la situación en Chile. Si la veían buena era posible que regresaran a su país, terminar de hacer los procedimientos para permanecer luego sin ninguna complicación en cuanto al papeleo. Pero si estaba muy complicado todo —aunque dudaban que Chile estuviera más problemático que Venezuela— se regresarían y seguirían como lo habían hecho hacía 3 semanas.

Hasta que Efren descubrió la mentira y después otras rarezas que no imaginó ver jamás. Rarezas especiales que hicieron que su lógica fuera enfrentada ante la ciencia que él conocía.


—Abuela ¿Por qué no has comprado los boletos para regresar al país? —preguntó Efren que venía presentando angustia desde ese día muy temprano.

El silencio se hizo palpable. Nadie dijo nada. Ella buscó apoyo en su esposo quien desvió la mirada hacia la ventana más cercana que daba al patio. Ella tosió esperando capturar de nuevo la atención de su amado que no llegó.


Una vez más le dejaba toda la carga a ella como cuando perdieron a su hija y tuvieron que decírselo a su nieto. Era el primer recuerdo que atacaba su mente todas los días —desde que sucedió— en la mañana. Sabía que su esposo no lo había podido hacer con ella porque era su hija de la que tenían que hablar. Lo habían ido a buscar temprano del liceo, lo llevaron a casa y se sentaron en la sala. Él abuelo, Andrés, cruzó mirada con Yilem y como fantasma desapareció escaleras arriba, dejándola sola con su nieto.

—Hijo... —no sabía cómo contar lo sucedido y llorar para ser fortaleza para su nieto que a penas tenía trece años— te tengo que decir algo...

—¿Qué cosa? —interrumpió Efren sin saber qué escucharía.

—Tus padres tuvieron un accidente en su auto hace tres horas...

Efren se levantó asustado del mueble acolchado.

—¿Cómo?  ¿Dónde están? ¿Están bien? —soltó una pregunta tras otra.

Vio como los ojos de su abuela se comenzaban a llenar de lágrimas. En su interior supuso saber lo que le dirían pero no creía que pudiera llegar a aceptarlo. El corazón aceleró la marcha.

—Ellos   —hubo una pausa. No podía continuar. Su voz comenzó a quebrarse— no vendrán   —sollozó—. Fallecieron instantáneamente cuando un camión chocó de frente. Se dejó caer atrás al mueble.

Efren se quedó de pie. No procesaba bien la información aún.

—Dices que mis padres... —no pudo terminar la frase. Ya la había procesado. Quiso decir algo más pero solo salió un quejido agudo. Comenzó a recordar la última vez que los había visto ese día en la mañana cuando ambos se iban a trabajar. Él siempre la llevaba hasta su trabajo y de regreso pasaba por ella. Su madre le había lanzado un beso desde el auto junto a un «que te vaya bien. Nos vemos ahora» y su padre simplemente lanzó un saludo con su cabeza. Ya no volvería a verlos del mismo modo jamás. No tendría más un beso de despedida, ni un cariño de padres. Soltó las lágrimas que había detenido con tantas fuerzas. Comenzó a llorar tirado en el suelo, hasta que su abuelo guiado por las lágrimas de su esposa y nieto se acercó a la sala cubriéndolos a los dos en sus brazos. Los tres hablaron el mismo idioma por media hora.


—¡Abuela! —llamó Efren.

—Disculpa hijo es que...

—Estabas recordando ese momento. Lo sé.

Ella se había vuelto predecible. Asintió.

—Bueno, no nos hemos ido porque... bueno, no quisimos decirte nada hasta saber exactamente qué haríamos, pero ya lo hemos decidido.

—¿De qué hablas? No entiendo.

—Decidimos, por el bien de los tres, quedarnos a vivir aquí en Chile. Tu futuro en Venezuela se ha visto truncado por las situaciones que se han presentado estos últimos dos años.

Efren sintió una mezcla de amor y odio. La tranquilidad se la daba el saber que no volvería a hacer colas por comida en Venezuela, que allí en Chile tendría todo, con un costo elevado, pero lo tendría. Prefería eso antes que hacer colas por más de cinco horas. Pero el odio parecía querer ganarle al buen propósito, al recordar que toda la corta vida de 18 años la había dejado en su país natal, que se había despedido de sus pocos amigos y prometido que se verían en mes. Nunca se pudo despedir de sus amigos y desearles cuanto los extrañaría. Inmediatamente pensó en que ya tenía la edad para ser independiente y regresar a Venezuela por su futuro, después de todo ya tenía el segundo semestre de ingeniería eléctrica aprobado, pero seguido reflexionó: sabía que era incapaz de dejar a los únicos dos integrantes de la familia que le quedaban. De la pérdida de sus padres había aprendido a pasar el tiempo que pudiera con sus abuelos, quienes eran sus nuevos padres.

—Pero  ¿Y mis clases? Perdí todo un año y tendré que comenzar desde cero.

—No, no —intervino Andrés. La voz de éste los asustó, tanto silencio se había sumergido que habían olvidado su presencia allí en la sala—. Eso ya lo arreglamos también. Tus amigos nos ayudaron.

—¿Mi amigos? ¿Ellos sabían que me vendría definitivamente?

—Sí y no —habló Yilem—. Ellos nos ayudaron a retirar copia de los papeles en caso que se presentara lo de ahora.

Efren no dijo nada. Estaba impresionado. Sus amigos sabían que posiblemente no volvería y no se habían atrevido a decirle nada de nada. Los odió, pero supo que era imposible odiarlos por tal acto de bondad. Eso explicaba la amena despedida.

Sumergido en ChiloéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora