2. Juergas no, gracias

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Mi plan de huir de allí en cuanto Teresa se despistase se fue al traste. Teresa suele perder bastante el norte en presencia de chicos guapos, pero esta vez tenía todos los sentidos puestos en mí. Supongo que pretendía llevar a cabo aquello de que un clavo saca otro clavo.

Pero yo no estaba muy por la labor, la verdad. La fiesta se veía tan forzada... Me pregunté cómo habría convocado a tantos chicos en su casa y bajo qué pretexto. ¿Les habría dicho que tenía una amiga un poco desesperada y deprimida porque su novio la había dejado tirada en medio de la noche...? Dios, sólo de pensarlo me moría de la vergüenza.

— Daniela, creo que no te he presentado a Juan, ¿verdad? 

Teresa se acercó a mi junto con un par de chicos y otra de sus miraditas significativas. Levantando mucho ambas cejas, me presentó al tal Juan y después al amigo que venía con él. 

— Soy Óscar, encantado — su voz se hizo oír sobre la música.

— Encantada, soy Daniela... 

Dos besos de rigor.

— Creo que no has ubicado a Juan... trabaja en Contabilidad. ¿No te suena su cara?— insistió Teresa. Más levantamiento de cejas. Yo me giré hacia Juan, un poco avergonzada por no recordarle en absoluto.

— Vaya... pues no, lo siento.

— No pasa nada — Juan me excusó, sonriente.— Creo que no hemos coincidido nunca.

Me giré hacia Óscar, preguntándome si él también trabaja en Contabilidad.

— No, no. Yo acabo de volver del extranjero. He estado un par de años trabajando en Viena.

— ¡Qué suerte! — exclamó Teresa. 

— Pues sí, trabajar en cafeterías extranjeras da mucho mundo — sonrió a medias.

— Yo quiero cogerme un añito sabático y pirarme a revivir La dolce vita

Teresa explicó su "plan italiano", como a ella le gustaba llamarlo, con pelos y señales. Algún día lo llevaría a cabo o se daría cuenta de que lo había pospuesto demasiado. Ya manejaríamos esa crisis, por ahora la sola idea le hacía feliz. 

Una sonora palmada en la espalda me sacó de mis pensamientos, que me habían hecho perder el hilo de la conversación.

— ¡Ay! ¿Qué pasa?— repliqué, frotándome el hombro.

— Juan nos estaba contando que está hasta el moño de Óscar porque lo tiene viviendo en su sofá. Hace tan poquito que volvió que aún no ha encontrado piso...— Teresa me guiñó varias veces un ojo para asegurarse de que captaba el mensaje.

Oh no. No, no y no.

— Ah, ¿sí...? — carraspeé, fingiendo no captarlo. — Está complicado el asunto, la gente pone cualquier cosa en alquiler...

Pero Teresa no se dio por vencida. Se echó a reír y, sin piedad alguna, le contó al tal Óscar que yo tenía una habitación libre y que estaba desesperada por encontrar compañero de piso. 

— Bueno, ese es el tema... en realidad estoy buscando compañera de piso — procuré enfatizar en lo de compañera, a la vez que miraba fijamente a Teresa.

— Aaah, vale. Pisito de solteras, ¿no? — me guiñó un ojo, lo que me desconcertó un poco. — Haz una cosa. Si no encuentras a nadie y te ves un poco apurada con el alquiler, llámame. 

Y me entregó una tarjetita blanca en la que sólo se podía leer su nombre y un número de teléfono.

      

La bromita le duró a Teresa varios días. Primero me enfadé por la apoteósica encerrona que me había preparado con tantos amiguitos en su casa. Me juró y perjuró que ninguno sabía nada de lo de Jaime y Elena, pero no sabía si tragármelo. Teresa es muy bocazas, no puede remediarlo. Así que al cabo de unos días, y después de que me invitase a varios cafés y algún que otro bollito, decidí dejarlo pasar. 

Sin embargo, el tema de la compañera de piso se hacía cada vez más y más urgente. ¿Por qué nadie se animaba? ¿Tan malo era subir y bajar 3 pisos todos los días? Pensé seriamente en engañar como una bellaca a la siguiente que llamase interesándose por la habitación de Elena, pero no me sentía capaz.

Cuando ya solo quedaban tres días para que cargaran todos los recibos, me acordé de Óscar y de la misteriosa tarjeta que me había dado. La gente solía tener esos chismes por temas de trabajo, pero la suya no indicaba a qué se dedicaba. 

Le di varias vueltas a la tarjeta y pensé en la posibilidad. Era amigo de un amigo de Teresa, si es que eso era lo que Juan era realmente para Teresa... Después pensé en mi pobre cuenta corriente, que ya estaba temblando de miedo al sentir tan cerca el hachazo que le esperaba. No me quedaban muchas opciones.

Descolgué el teléfono y marqué los dígitos que tenía en frente. 

   

— Pues... — Óscar volvió a repasar la estancia con los ojos. — Está genial. Enhorabuena, ya tienes nuevo compañero de piso.

Se volvió hacia mí con la mano extendida y una sonrisa enorme en la cara. Fue en ese momento en que reparé por primera vez lo verdes que eran sus ojos. Le estreché la mano y sonreí también, aunque más tímidamente.

— Genial — intenté aparentar el mismo entusiasmo. — Aquí tienes tu juego de llaves, puedes traer tus cosas cuando quieras.

— Esta misma tarde haré la mudanza. Creo que Juan está deseando echarse una buena siesta en su sofá— me guiñó un ojo, como si estuviese haciéndome una gran confidencia.

—  Ya, claro...  — solté una risita floja e intenté cambiar de tema para que no se me viese incómoda. — Entonces, ¿que no haya ascensor no te supone un problema?

— Para nada. Me ahorraré el gimnasio.

   

Se puso manos a la obra enseguida. En menos de dos horas ya se había traído sus cosas, aunque, a decir verdad, no había mucho que traer. Tan solo un par de maletas enormes y una bolsa de tela que tintineaba escandalosamente. 

Si se hubiese tratado de la nueva compañera de piso que esperaba le habría ofrecido ayuda, pero este chico me incomodaba un poco y prefería mantenerme al margen. Al menos de momento. Esperaba aclararme al cabo de un par de días y ser capaz de convivir con él con total normalidad. Por si acaso, no le diría nada a mi madre acerca de que el nuevo inquilino del apartamento era un chico. Y, además, un chico guapo.

Torcí el gesto. ¿Cómo podía fijarme en esas cosas? No hacía ni un mes que Jaime se había ido... ¿tan pronto creía que se me iba a pasar? Y entonces noté que la garganta se me secaba y me quedaba como sin aire... 

Jaime... Menudo mamonazo, y ahora lo decía muy convencida.

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¡Muchísimas gracias por leer! 

:)

Un tercero sin ascensorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora