Primero. Alex, el mártir.

693 26 12
                                    

Era de mañana, cerca de las ocho, y como siempre, Alex se dirigía a su colegio, en compañía de sus amigos.

—Entonces, ¿estás listo para salir hoy? —preguntaba uno de los chicos que le acompañaba, y tomaba una pausa—. ¿O piensas quedarte en casa otra vez?

—Estás loco. Hoy mis padres no están hasta dentro de un mes, así que podremos quedarnos toda la noche fuera —dijo riendo.

Esas fueron las últimas palabras que salieron de la boca del chico.

En el camino se encontraron con otro amigo, que era de un grado superior al de los otros tres.

El camino al colegio fue ruidoso para Alex, que sus tres amigos hablaban y reían de cosas sin sentido. Alex se sentía extrañamente distante, y se lo decían, pero no tomaba mayor conciencia de eso.

Al llegar a destino, se separaron de su amigo, y llegaron a su salón, donde Alex se fue a sentar en la posición cerca de la ventana, como era designado. Sacó su reproductor de música y se dispuso a escuchar, y así lo hizo hasta que llegó el profesor.

Las clases le parecían aburridas, sucedió así toda la mañana. A la hora del receso sólo escuchaba música, esperando el final de clase. Cuando así sucedió, tomó la ruta más corta hacia casa en compañía de sus amigos. Cuando llegó, lo recibió su padre con un abrazo, como siempre, pero hoy era distinto, porque, como había dicho Alex, esa misma noche se irían de viaje, y no volverían hasta dentro de un mes. El chico le respondió el abrazo con una broma, como era su costumbre.

—No es como si me fuera a pasar algo mientras no están.

—Eso me temo, hijo —tomó una pausa—, que no te pase nada malo —le respondió irónico.

—Gracias por su cariño, gran Alex —respondía el chico y se iba a su habitación.

La hora que debía de transcurrir antes de la salida de sus padres, pasó más rápido de lo que esperaba, en cuanto su madre se despidió de él, ya estaba firmada su independencia por un mes completo. En cuanto eso sucedió, llamó a sus amigos, y ya la salida estaba planeada.

Se juntaron a la hora acordada, en el lugar acordado. En cuanto el último había llegado, ya se disponían a su noche de «vagabundeo», como le había llamado.

Para entonces, ya habían estado más de cuatro horas en su paseo, pero nadie pensaba en irse aún. Seguían hablando y riendo. Una hora más tarde, ya uno de ellos habló sobre la idea.

—¿No creen que ya debemos de irnos? —decía bostezando.

—Creo que tienes razón —intervino Alex—. Aunque sea temprano, me siento incómodo.

—Alex… ¿Ya te acobardaste? —le dijo el mayor—. No están tus padres, deberías de sentirte con más libertad.

—Tienes razón —respondió Alex de mala gana—, si no tengo otra opción…

—Exacto, no la tienes —hablaba a la vez que lo abrazaba del cuello—. Debes aprender a ser alguien grande.

—Si tú lo dices…, vejete —dijo esto último con ironía obvia en su voz.

Seguían caminando, por medio de la calle, ya que a esa hora vehículos no pasaban por ahí, o eso esperaban.

De la nada, uno aparece y arrolla a Alex en el acto.

—¿Quieres vivir?

—Sí.

—¿Por qué?

—Quiero… pedir perdón…

¿Quieres vivir?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora