PRÓLOGO

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Lexa

Una sensación en el pecho me oprime. Algo dentro de mí quiere salir, lo noto. Es como si tirase de mí cada vez más fuerte para ser liberada. Cierro los ojos y me llevo las manos al corazón y las aprieto contra él, intentando aliviar el dolor. Se me escapa un suspiro y, cuando vuelvo a abrir los ojos me encuentro en el mismo lugar de siempre: la puerta. Me aferro a sus barrotes dorados, fríos como el hielo. Veo el mismo árbol de siempre, el del tronco color chocolate y la copa dorada. El árbol perfecto, diría yo. Aunque a su alrededor crecen muchos otros, también con las hojas doradas, formando un manto de diversos tonos dorados. Me agarro más fuerte a los barrotes, hasta que mis manos se vuelven blanquecinas y un hormigueo recorre mis dedos. Me suelto, y mis finos dedos vagan por todos y cada uno de los barrotes hasta llegar a un gran candado, del mismo color de las copas de los árboles. Lo zarandeo, como hago todas las veces que  vengo aquí. Y, como siempre, sucede lo mismo: todo sigue intacto.
Me siento en el suelo, con la espalda contra la verja. Los barrotes se me clavan en la espalda, pero no me importa. Jugueteo con un trozo de hilo de mi blanco camisón. Me lo regaló mi padre. Si él se enterase de que estoy aquí otra vez, no me quiero imaginar lo que me haría. La primera vez que le conté que estuve aquí pensó que todo era un juego ya que él no conocía la existencia de este lugar en su castillo. Hoy en día sigue pensando lo mismo, pero me prohibe que "juegue" a esto; piensa que me estoy volviendo loca. A veces he llegado a plantearme si de verdad estoy loca, o si es el mundo el que está loco. Puede que las dos cosas.
Llevo desde los ocho años viniendo aquí una mañana sí y otra también, siempre a la misma hora.
Las hojas de los árboles me hacen cosquillas en los pies descalzos; es una manía mía eso de ir siempre descalza, y ya me he llevado más de un disgusto por eso. Una vez más, cierro los ojos e imagino qué se esconderá tras la verja. A veces me da miedo descubrirlo, pero luego pienso en que si me encuentro aquí es porque formo parte de ello.

Paso la mano por el suelo y un dolor atroz atraviesa mi dedo índice, en el que se forma una pequeña raja de la que mana sangre. Me llevo el dedo a los labios y chupo el líquido color escarlata que sale de la herida. Bajo la mirada y me topo con una piedra afilada. La lanzo fuera de mi vista y una gota de sangre cae al suelo y, rápidamente se mezcla entre las hojas doradas, volviéndose de un color más cobrizo. Me chupo el dedo hasta que noto que ya no sale más sangre.

Me recojo el pelo en una coleta que me anudo con el mismo pelo. Un bonito peinado que me enseñó mi madre. Era una mujer muy bella, con la piel fina y blanca, los ojos color pistacho, iguales que los míos, y el pelo de un tono rojizo que siempre he querido tener yo. Falleció el día de mi undécimo cumpleaños; y exactamente tres años después de aquello aquí me encuentro, intentando adentrarme en un bosque que todo el mundo desconoce.

Cuando me encuentro en pie, sigo un camino que me lleva a una zona más alejada. Cuando era más pequeña creía que el sendero me llevaría de vuelta a casa, pero con el paso del tiempo descubrí que no era así, que aquel sendero no acababa en ninguna parte. Camino durante un largo rato, rodeada de árboles con hojas verdes y flores violetas. En otros, sin embargo, crecen manzanas. Son rojas, las que menos me gustan ya que tienen un sabor demasiado dulce para mi gusto. Pero aún así cojo una de una rama baja y le doy un mordisco.

-Feliz cumpleaños, Lexa- digo, para mi misma.

La Chica DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora