Lexa
Siento frío en los pies. Me estiro en la cama y me revuelvo entre las sábanas. Una tenue luz ilumina la sala, bañando todo de un color anaranjado. Debe de estar amaneciendo. Me levanto de la cama, y aún con el camisón puesto me dirijo a la ventana, y como todas las mañanas me acurruco en el alfeizar. Siempre me ha gustado ver el amanecer, y ya es una costumbre mía despertarme con los primeros rayos del alba. Mi estómago comienza a rugir, y decido bajar a desayunar. Pero antes me peino un poco el pelo, que se encuentra despeinado y en mi cara. Odio mi pelo, el color es bonito, pero es rizado, Cuando estoy más o menos aceptable, bajo al comedor. Por el camino me saludan todas las doncellas con las que me encuentro; sé que es su deber, pero a veces es muy irritante y agobiante. Las grandes puertas de madera están abiertas, con lo cual sé que mi padre está desayunando ahora mismo. Cuando entro, una doncella me guía hasta la silla más próxima a la de mi padre y me hace un gesto para que me siente, y lo hago. Thais, que es el nombre de la doncella, arrima la silla a la mesa y nos deja solos.
-Buenos días, padre- lo saludo, sin mirarle a la cara, sé que no le gusta. Me sirvo un par de panecillos y los unto con mermelada que hice ayer. Thais se acerca y me sirve un tazón de leche al que añade un poco de café, como me gusta a mí.
-Buenos días, Lexa. ¿Qué tal has dormido?- me pregunta.
-Como siempre padre, he tenido un sueño reconfortante- le digo. Generalmente no suelo hablar con mi padre, y mucho menos verle. En una ocasión, estuve tres días sin saber nada de él. Le gusta encerrarse en sus aposentos o en su despacho y no salir en todo el día. Aunque realmente yo no pongo mucho de mi parte en verlo y pasar tiempo con él; me hace sentir incómoda.
-Eso está bien, hija mía- me dice, sin ninguna expresión en el rostro. Mientras me como uno de los panecillos recuerdo que hoy es sábado, día de mercadillo.
-Padre, hoy es sábado y he pensado en ir al mercadillo de la ciudad- le digo en tono bajo, temiendo su respuesta.
-Lexa, ya hemos hablado de esto muchas veces; no me gusta que vayas allí tú sola, te podría pasar algo. La gente puede llegar a ser muy cruel- me dice, mirándome a los ojos.
-Pero no iré sola, Peter me acomprañará- digo, intentando convencerle.
-Oh, sí. Ese chico... Ya sabes que no me gusta- me dice, mirándome de reojo.
-Padre, a ti nada ni nadie te gusta- replico.
-¡No se te ocurra volver a hablarme así, jovencita!- exclama, levantando demasiado la voz.
-Es mi vida, padre, y yo decidiré quién me gusta y quién no; a dónde quiero ir y a dónde no- le digo, levantándome de la silla-. Y ahora, si me disculpas, me retiro.
Me dirijo hacia la puerta, cuando escucho una voz llamarme.
-Lexa.
-Dime padre- respondo, girándome para verle la cara.
-Mañana vendrá tu primo- dice y yo hago una mueca. Supuestamente tengo que ser amable con él ya que seguramente se convertirá en mi futuro esposo. La verdad: odio esa estúpida ley que acepta que los primos se pueden casar entre ellos... ¿quién narices la inventó?
-Ni siquiera te sabes su nombre- le digo.
-¿Y tú sí?- pregunta, sorbiendo un poco de zumo. Estoy por contestarle que se llama James, pero decido no hacerlo, no quiero que enfade aún más. Le miro mal y salgo del comedor. Siempre que hablamos terminamos igual: discutiendo. Estoy harta de tener que discutir con mi padre, no quiero tener esta relación con él. Me hubiese gustado que de pequeña me llevase a jugar al parque o que me hubiese enseñado a nadar; pero eso nunca sucedió. Desde que murió mi madre nuestros viajes se basan en visitar a príncipes y visitar reinos; todo con un fin político. Aunque siempre ha sido un hombre frío y distante conmigo, con mi madre era algo más feliz, se lo veía en los ojos. Llego a mi cuarto y me siento encima de la cama, ya hecha. La idea de abandonar el castillo se pasa de nuevo por mi cabeza. Siempre he querido hacerlo, incluso una vez hice un plan, y casi lo llevé a cabo. Me pillaron. Abro el armario y cojo una blusa blanca y una falda larga color escarlata. Me lo pongo y me miro en el espejo. Nunca antes me había visto con esta falda, era de mi madre. No me había atrevido a ponérmela en todo este tiempo. Realmente estoy hermosa, me parezco a ella. Me recojo el pelo en una trenza y me ato las sandalias a los pies. Desde hace ya unos años he decidido que seré yo la que elija mi propia ropa, no los demás. Estaba harta de ser una muñeca, así que me "rebelé" incluso me corté el flequillo. Fue una estupidez, la verdad, pero al menos conseguí algo. Hasta dentro de una hora no he quedado con Peter, así que tengo que encontrar la manera de matar el tiempo. Me vuelvo a tumbar sobre la cama e imagino que tengo una hermana. Siempre he querido tener a alguien a mi lado, para no sentirme sola. Me siento sola; no tengo a nadie con quién hablar ni discutir; y eso me molesta. Creo que soy una persona que necesita discutir, y si no lo hago no me siento yo. De repente me encuentro cogiendo un bolso enorme de tela que me hizo mi madre, y guardando ahí algo de ropa y una libreta y un carboncillo. Salgo de mi cuarto sin que nadie me vea, y recorro los pasillos sigilosamente. Llego a la puerta principal. Lo voy a hacer, me voy a fugar. Me siento extraña, una sensación muy fuerte recorre mi pecho, y me gusta. Abro la puerta y salgo al exterior, hace un día hermoso. Camino por el caminito de piedrecitas que hay, recorriendo el jardín. Salto la verja sin que nadie me vea y, lentamente pongo un pie en el suelo. Soy libre. Me adentro en las calles repletas de puestos con una gran variedad de productos. La gente me mira raro, a pesar de que pocas veces me he presentado ante el pueblo como la princesa. Decido soltarme el pelo y me cubro la cara con él, para no llamar tanto la atención. Recorro las calles repletas de puestos, me siento culpable. No quería irme, de verdad, pero lo necesitaba. Necesito alejarme del castillo, de las doncellas y... Y de la verja. Aún pienso que estoy loca, que todo es un sueño o son imaginaciones mías, pero es que es tan real que es como si estuviese allí de verdad. Siento que al alejarme de allí todo se acabará y no tendré que volver a aquel sitio y sentirme una loca cuando vuelva de allí. Lo cual sería un alivio. Entro en el parque que se encuentra cerca de la plaza. Allí hay una fuente y me dirijo hacia allí, que es mi punto de encuentro con Peter. Él ya se encuentra allí; da igual la hora a la que llegue yo, él siempre está ahí, sentado en el mismo sitio, mirando hacia alguna parte. Desvía la mirada y me ve. Sonríe, mostrando unos dientes blancos, que resaltan al tener él la piel bronceada del sol. Peter trabaja en la finca de su casa, con lo cual pasa horas y horas bajo el ardiente sol, cosa que a mí me parece increíble, ya que yo no aguanto ni quince minutos paseando bajo el sol. Su pelo castaño oscuro le cae por detrás de las orejas; necesita un corte de pelo urgente. Una vez se lo corté yo y digamos que la cosa no terminó muy bien, así que ahora cada vez que le menciono la idea o me ve con unas tijeras sale corriendo. Sus ojos azules me observan llegar, pero casi sin darme cuenta desaparecen ante mí y una sensación familiar, vuelve a mi pecho. Me encuentro de nuevo en este dichoso camino. ¿Cómo he acabado aquí? Supuestamente esto solo ocurría en el castillo. Ya no tengo escapatoria, da igual a dónde me encuentre, acabaré aquí una y otra vez. Cuando llego a la verja me siento, apoyando la espalda en ella. Suelo quedarme aquí hasta que todo desaparece y me encuentro de nuevo haciendo lo que estaba haciendo. Antes era divertido explorar este lugar, el problema es que ya lo he visto todo, salvo el otro lado de la verja. He tratado de buscar la llave por todas partes, pero nada. Incluso llegué a plantearme si la llave la tenía yo, como suele pasar en los libros que leo; pero tampoco. Tiene que andar en alguna parte y yo debo encontrarla porque, digo yo, que sino no vendría aquí cada mañana. Creo que se acabó el tiempo, porque me encuentro caminando de nuevo hacia la fuente. Peter sigue ahí plantado, con su pícara sonrisa y sus ojos posados en mí. Siempre sucede lo mismo, es como si se detuviese el tiempo durante el rato que me encuentro en la verja, y luego de repente todo se descongelase cuando vuelvo. Nunca le he contado esto a Peter, pensaría que estoy loca también. Cuando llego frente a él me saluda con la mano y me siento junto a él.
-¿Qué llevas ahí?- me pregunta, al ver la bolsa que llevo a la espalda.
- Me he ido de casa- le digo. Él me mira asombrado.
-Te conozco desde hace mucho y siempre supe que se te había pasado por la cabeza hacerlo, pero nunca pensé que lo llegarías a hacerlo realmente- me dice. Sigue un poco anonadado-. ¿Por qué te han ido?
-Por todo. Principalmente por mi padre y la soledad. Además mañana llegará mi primo James, ya sabes con el que creo que me querrán casar dentro de unos años. No quiero verle, no le sorporto- digo, y le miro.
-Yo tampoco querría verle. Oye puedes venirte una temporada a mi casa- me propone. Niego con la cabeza.
-Peter, ya sois muchos en casa y yo sería un estorbo- le digo. Peter es el segundo de cuatro hermanos, además de su madre, su padre, su tía y sus dos primos y su abuela. Tienen grandes terrenos y entre todos los trabajan, y así consiguen algo de dinero para mantenerse, y además siempre que puedo les ayudo dándoles dinero que voy ahorrando o cuando me da la "paga" algún familiar.
-No, hablaré con mi madre y seguro que encontraremos una cama libre. O si no puedes dormir conmigo, no me importa- dice, guiñándome un ojo. Mis mejillas se tiñen de color rojo.
-En serio Peter, ya encontraré algún sitio. Llevo dinero encima- le digo.
-¿Acaso te da vergüenza dormir conmigo?- me pregunta, risueño. ¡Pues claro que sí! Me entran ganas de exclamar, pero no lo hago, en su lugar me pongo aún más roja. No es que me guste Peter, pero hay algo en él que me atrae. Pienso que es el hecho de que sea guapo y esté fuerte y de que además sea de mi edad, bueno dos años mayor, y no sea ni familiar mío, ni que no me quieran casar con él. Sea lo que sea, me da vergüenza dormir con él, mucha vergüenza.
-Peter, no puedo ir a tu casa. Sería un estorbo- le digo.
-Nunca serías un estorbo- dice, mirándome a los ojos.
-Peter sois muchos en casa ya, y si fuese me gustaría ayudar y no tengo ni idea de cómo trabajar la tierra- digo.
-Mi tía tiene la tienda esa de ropa, puedes ayudarla allí. Sabes coser, puedes hacer vestidos, además tienes buen gusto- me dice. Seguirá insistiendo hasta que acepte; así que no me queda más remedio que hacerlo.
-Me quedaré solo durante un mes- le digo.
-Puedes quedarte todo el tiempo que quieras, Lexa. Mi casa es tu casa, no lo olvides- dijo cogiéndole la mano.
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La Chica Dorada
FantasyAquel bosque siempre le había llamado la atención a Lexa, la pequeña princesa del reino. Sus hojas doradas, el cantar del viento y las pequeñas criaturas que se podían encontrar allí, hacían que algo en el interior de Lexa se encendiese y la llevase...