Capítulo 3: ¿Muerte o esclavitud?(Parte I)

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En voz de Zoran

Neufar: 21 de Marzo de 1940

"La felicidad es el paraíso en este infierno llamado inmortalidad"

El encuentro de Siri y Gael no fue fortuito. Y aunque la suerte no me sonrió el día de mi nacimiento, si lo hizo en un otoño de 1890 en España. Si eso no hubiera ocurrido, habría permanecido atrapado en el cuerpo de un anciano moribundo y no habría podido reunirlos.

Hacía mucho tiempo, después de la batalla de Al-Kubra, que perdí mi cuerpo y, herido de gravedad, no tuve otra opción que transmutar mi mente al viento, como me habían enseñado los Amurabis. Sin embargo, debía recuperar mi cuerpo pronto o de lo contrario, acabaría perdiendo la razón. Y como me era imposible en aquel momento, me vi saltando del viento a cualquier ser que encontrara. A veces, podía ser un lobo aullando a la noche, un insecto posado en la suciedad, un niño no tan inocente, un príncipe caprichoso o una mujer aburrida de ser cortejada por aristócratas.

Y aunque saqué provecho de la situación, el tiempo me jugó en contra. Una tarde, tras haber disfrutado de degollar a un sirviente, me vi en la imperiosa necesidad de cazar a quien no debía, y amenazado de muerte por los virtuosos del lugar, no tuve más opción que escapar al cuerpo más cercano, un joven inepto. Mi plan era huir, pero un mal cálculo me hizo quedarme en él más tiempo del esperado, tanto que olvidé quién era. Pase de ser Zoran a Yago, el esposo, padre y abuelo. Aprendí, obligado, a apreciar los dones humanos.

Es muy probable que, de no haberme encontrado con Siri, habría muerto convertido en Yago. Sin embargo, la fortuna quiso que me encontrara con la llave que me despertó de mi letargo: Siri. Bastó escuchar su canto para que el pasado fluyera a través de mí. No obstante, había transcurrido tanto tiempo dentro de Yago, que me era imposible liberarme de él. Necesitaba la ayuda de Siri, pero ella ni siquiera se percató de mi existencia. Y de la misma manera en que llegó, se esfumó. Dejándome atrapado en la confusión de no saber con certeza quién era: si un yoruba o un mortal.

Los días posteriores al incidente fueron una tortura. Aunque sabía quién era, una parte de mí dudaba. A veces creía que solo era una alucinación, y otras ocasiones, no. Como resultado, terminé perdiendo lo que había construido siendo Yago. Incluso mi familia. Mis hijos no dudaron en mandarme a un manicomio, pero antes de que pudieran hacerlo, escapé. Me embarqué al país de las oportunidades, América. Pero, la calle fue la única opción que tuve. Nadie tenía algo que ofrecerle a un anciano, y mucho menos a uno que no parecía lúcido. Con los meses, y una calidad de vida pésima, empecé a enfermar. Yago moría, y yo con él.

Al cabo de medio año de vagar por las calles de Tallahassee, una tormenta impactó la ciudad. Fui refugiado junto con otros inmigrantes en una iglesia local. Al principio estaba asustado como todos, pero conforme el huracán se acercaba, no pude evitar sentirme feliz y lleno de vitalidad.

—¿Qué pasa contigo, anciano? —preguntó Callum, un joven inmigrante con quien había entablado alguna conversación durante los últimos días—. Esa sonrisa en tu rostro me da algo de miedo, viejo. Pareces mal agüero.

No respondí, estaba fascinado con la fuerza de la lluvia y el viento. Apreté mi mano sobre el pecho, no me había sentido tan vivo en tanto tiempo.

—¡Hey! ¿De qué se ríe, anciano? —dijo el hombre sentado frente a nosotros. Se puso de pie y se nos acercó—. ¿Esto le gusta? Ver a todos estos imbéciles temblando, ¿o qué? Comparta lo que le es tan gracioso.

—No haga caso, Rushan. Esta loco, seguro está desvariando—intervino Callum, algo nervioso.

—Con que loco —me dio un palmazo en la nuca.

La Bruja del OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora