Capítulo único.

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Su cabeza punzaba, sus ojos estaban irritados y solo quería dormir por años.

No sabia con certeza que hora era, solo que ya era muy entrada la noche. Llevaba varias horas sumergida entre las páginas de la infinidad de libros que tenía que estudiar.

Sabia que tenía que descansar pero quería ya estar preparada para las clases del día de mañana y claro, sobresalir. Estaba agotada pero no le importaba, no quería decepcionar al rey ni a su familia, y claro, eso conllevaba a toda Italia. Se sentía en deuda con ellos, la habían rescatado de Illea, y habían protegido a su familia. Nicoletta sabia que no aguantaría allí mucho tiempo o por lo menos no con el acoso constante de los reporteros, ni con las miradas que le lanzaban en las calles y por supuesto con la boda de Maxon y Kriss.

No quería pensar en eso, no quería ver la maravillosa sonrisa que tendría Kriss en su rostro el día del matrimonio real, no quería ver la mirada de triunfo del rey al ver que había ganado una nueva marioneta y tampoco quería ver a Maxon.

Eso tenía que agradecérselo a la familia real, la habían salvado de alguna manera. Pero ahora tendría que convertirse en su embajadora y representar al país frente a Illea. Esto si era una misión suicida, el Rey no la quería y ellos la mandaban al propio palacio. Era como mandar a la pobre presa a la fauces del lobo.

Pero...ellos lo hacían por algo, ellos esperaban algo.

Sacudió la cabeza y trató de poner su mente en blanco.

Truenos empezaban a resonar y se reflejaban en las paredes. Suspiro con pesadez y decidió despejar su mente, se levanto con rapidez de la cama y camino hasta un mueble tomando un café frío que había hecho con la intención de tener algo en él estómago antes de estudiar. Lo probó y con un mueca de asco se dio cuenta que ese café, no tenía café, no era mas que agua fría con azúcar. ¡Vaya! Tenía la cabeza en las nubes.

Decidió sentarse, enrollando las piernas encima una de la otra, en un sofá-silla que yacía frente a la puerta del balcón. Ya empezaban a caer las primeras gotas de lluvia y el cielo nocturno, normalmente lleno de estrellas, ahora se veía opacado por nubes densas y grises. Y para que mentir, le gustaba ese clima, tal vez porque ella se sentía así, como una fría lluvia, sin saber a donde ir o que cauce tomar.

La lluvia tomó mas fuerza, y con ello trajo nuevos pensamientos. Recordó a toda su familia y a su cabeza llego cada uno de los recuerdos felices que compartían, donde su padre era la razón de que todos sonrieran. Su padre. Aquel hombre que tanto amaba ya no estaba con ella para consolarla, como aquellas noches, tantos años atrás, en las que tenía pesadillas y su padre le contaba algún cuento para despejar su mente.

Los extrañaba demasiado, pero se hacia la idea de que los vería en algunos meses más. Pero... a su padre ya no. Nunca más. Los ojos se le empañaron y un hueco en el estómago se formó al recordar con mas fuerza aquello; lo extrañaba, y mucho.

Ya no debía seguir dándole vueltas a ese asunto, su padre no resucitaría, por mas cruel que esto se oyera.

De pronto a su mente llego Marlee y Cárter, también Lucy y Aspen y eso la hizo tragarse el nudo en la garganta que anteriormente se había formado. Sonrió y sus ojos brillaron. También los extrañaba, fueron su apoyo dentro del palacio, y estaba feliz sabiendo que cada uno estaba con la persona que amaban y eran dichosos.

Marlee, su querida rubia, su primera amiga. Lucy, aquella vivaracha chica que se había ganado su cariño y sabía que no había una chica mejor que ella para Aspen. Cárter, aunque no había convivido mucho con el sabia que era un muchacho respetable y que se había ganado su admiración por afrontar y resistir la humillación y el dolor, todo por amor. Y por último, Aspen. Pasaron tantas cosas juntos. Desde un amor imposible pero correspondido a una hermosa amistad fuerte e incondicional.

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