Quiero salir adelante. Quiero superarte. Quiero reír, sonreír, amar, vivir... Sin tu amargo recuerdo.
Quiero poder odiarte, quiero poder desearte el mal, quiero poder mirarte y no sentir que se me revuelve el estómago. Quiero tantas cosas que sé que no voy a conseguir.
Nunca voy a poder odiarte, nunca voy a poder desearte el mal y, mucho menos, poder verte sin que se me revuelva el estómago y me duela un poco el alma.
Sé que pasaron ya muchos meses desde tu partida. Sé que ya debería de haber avanzado como vos hiciste. Pero yo no soy vos. Yo realmente te quise, realmente te amé e hice todo lo posible porque seas la persona más feliz del mundo. Me maté por vos. Te di todo lo física y espiritualmente posible y, aún así, decidiste romperme en millones de pedazos e irte sin siquiera mirar atrás o decir adiós.
Duele. Duele mucho. Estas palabras solo sirven para saciar aquel dolor que voy a cargar por, espero yo, no mucho tiempo.
Todos me dejaron. A nadie le importé. Pocas personas se preocuparon por mí y son aquellas personas las que ahora mantengo en mi vida. Ellos supieron escucharme y entenderme. Se pusieron en mi lugar en vez de acusarme de cosas que no había hecho o por un malentendido.
Fuiste mi luz, mi felicidad, una gran parte de mi vida que me hubiera encantado conservar hasta morir. Pero, se ve, que yo para vos no lo fui ni seré.
Te odio por haberte ido.
Te odio por haberme roto.
Te odio por dejarme atrás.
Te odio por hacer tantas promesas que no vas a cumplir.
Te odio por mentirme.
Te odio por hacerme llorar.
Te odio por hacerme sentir miserable por cosas que no lo merecía.
Te odio por cambiarme.
Te odio por ocultarme cosas.
Te odio por ilusionarme.
Pero lo más importante, te odio por haberme dado la felicidad más grande de mi vida para luego arrebatármela sin previo aviso y sin siquiera decir adiós.