La despedida

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Otro día despertando en la tribu de los lobos del norte para Jihoon, ¿cuántos habían pasado desde que llegó a ese lugar, en busca del reconocimiento de su aldea y de la muerte de los lobos? Probablemente ni una semana, y sin embargo, el hijo del bosque sentía que había vivido años ahí, que había nacido y crecido junto a esa gente. Habría sido ideal: ser un lobo del norte, pero tal vez así nunca habría podido conocer a Seungcheol de la manera en que lo hacía ahora. Quizás lo habría temido y respetado, suspirado por él a escondidas hasta tener su corazón roto al verlo comprometerse con alguna mujer de otra aldea, por la paz, por la manada. Jihoon no podía creer que estaba justificando su existencia en la tierra gracias a Seungcheol, su manera de estrellarse contra el mundo como pajarito sin plumas en la última lluvia de la primavera, eso que llaman nacer estaba empezando a parecerle no tan terrible a pesar de lo que esperaba en el futuro. Como sea, de una u otra forma, parecía que no estaba destinado a estar con el Lobo del norte. Pero al menos así, maldito y todo, pudo recibir sus besos, tenerlo en sus brazos, despertar con sus ojos buscando los suyos. Habían sido unos buenos días sin saberlo siquiera.

Hoy en especial, no había desayuno ni miradas vigilantes, sus ropas eran las mismas que la noche anterior, un abrazo cálido rodeaba su cintura y sentía el golpe rítmico de la respiración de Seungcheol contra su cuello. Sería muy fácil acabarlo ahí, un poco del veneno que guardaba en sus collares en esa lengua dormida sería suficiente, y aunque Jihoon ya no quería su muerte, sí le sorprendió lo relajado que sentía el cuerpo de su prometido a su lado, sabiendo los riesgos que suponía bajar la guardia a su alrededor. Porque si bien él no se había negado en la ceremonia de compromiso ni a ninguna de sus peticiones bien podría ser parte de su actuación, el hijo del bosque estaba seguro de no haber dado ninguna señal que le hiciera pensar al lobo del norte de que sus intenciones de aniquilarlo habían desistido. Básicamente, Seungcheol estaba ahí, diciéndole que confiaba plenamente en él. Le estaba ofreciendo su vida.

Jihoon no lo defraudaría. Se iría y se llevaría con él la peste que habitaba en su sangre, en su existencia.

Pero antes, un segundo más de paz. Se acomodó con todo el cuidado que pudo para estar frente a frente con el rostro durmiente de Seungcheol que, completamente relajado y a su merced, costaba creer que era el mismo hombre que el sol anterior había matado a varios enemigos y que luego lo había llevado a ver las estrellas. Pero a Jihoon le habían sucedido suficientes cosas increíbles como para aceptar esa dualidad que sinceramente, le parecía encantadora. Le hacía sentir especial, un revoloteo en el corazón totalmente nuevo para él, un descubrimiento que le llegaba a doler al pensar en la pronta despedida. Con timidez levantó su mano derecha y acarició la mejilla del lobo, no, de Seungcheol, y vio como lentamente se formaba una sonrisa en esa boca a la que, de pronto, tenía muchas ganas de besar.

-Creí que dormías.-Trató de mantener la calma, y mientras se obligaba a alejar la mano de esa mejilla tibia, Seungcheol la tomó entre las suyas y abrió lentamente los ojos. Fue como ver amanecer.

-Acabo de despertar.

-No me digas.

-Yo nunca te mentiría.-La sonrisa se amplió más y fue como si llegara medio día y el sol estuviera en todo su esplendor.

Jihoon apartó la mirada solo para fijarse en el nulo espacio que los separaba. Solo un día más estaría bien, ¿verdad?, y suspirando dejó que su frente descansara en el pecho de Seungcheol.

-Jihoon, ¿pasa algo?-Preguntó su prometido tratando de buscar su mirada-¿Tuviste una pesadilla ojitos de estrella?

El hijo del bosque sentía las palabras a flor de piel, tal vez por el polen muerto que pululaba la choza o por la piel desnuda de Seungcheol bajo su frente, su olor a pasto, transpiración y humo. Sintió que le iba a decir que lo amaba en cualquier momento y tuvo miedo de levantar los ojos y dejar salir lo que tenía dentro de su corazón. No sería bueno para ninguno de los dos, era mejor que él descubriera su ausencia, lo creyera traidor y lo odiara. Que se alegrara cuando supiera de su muerte en las tierras enemigas.

Ojos azulesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora