Capitulo uno

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El frio se filtra por su piel y su tan satisfactorio –ahora ya no tanto– sueño se acaba, cuando sus ojos se abren y enseguida su cuerpo se sacude ante las secuelas de la bajas temperaturas.

Esta nevando en Lume y es realmente digno ver la nieve caer del cielo gris. Algunos cuantos copos de nieve aterrizando sobre ella como polvo mágico de hadas. Sin embargo el delgado material de su vestido no le calienta ni los huesos. Ni la poca grasa que alberga su cuerpo le impide al aire frío filtrarse, desde lo más profundo de sus entrañas.

Su cuerpo comenzando a sufrir los primeros síntomas de hipotermia.

Mientras dormía era inconsciente del frío que la rodeaba, pero ahora con sus cinco sentidos al tanto, despiertos, no podía simplemente ignorar lo que le sucedía.

Escalofríos, que estos bien parecían que se abrían paso por sus huesos.

Piel de gallina, erizando a su paso cada bello de su piel reseca.

Y de ultimo, pero no lo más importante, su respiración, que de poco a poco se hacía rápida y superficial.

Parecía que el oxígeno se le escapaba de los pulmones, como si los tuviera agujereados.

Había una cosa más, que realmente no quería asumir. Lo que le preocupaba con una gran consideración. Si antes temía que el mundo pusiera su atención en ella, nada, ni cualquier otra cosa, la haría cambiar de opinión ahora. Esta preocupación pulsaba y picaba como el piquete de una abeja.

Sus manos.

Sus malditas manos se estaban congelando.

Las mira con angustia, tratando de hacerlas reaccionar. De mover siquiera un maldito dedo.

Nada.

No era paranoia. En su mundo, los de su clase, los de su raza. Las manos inútiles, con o sin ellas. No eras nada. Te convertías en un ser débil. Eras incluso menos que un ser humano común corriente.

Eras inútil e inservible.

Así es, las dos i.

No era algo que se lo tomará a la ligera. La podían apuñalar un millar de veces y ella seguiría con vida, pero sin sus manos no podía hacer malditamente nada sin ellas. ¿Se había llegado a entender el nivel de peligrosidad que corría ahora? Y ni hablar de los poderes que le habían sido arrebatados. No quería ni pensar en ese otro problema que tenía, ni el otro que parecía aún más peor que el anterior. Sabía que si se quedaba ahí, sin mover siquiera un musculo, pronto, muy pronto todo de ella —incluyendo sus intestinos— se congelaría y obvio, moriría. Había mencionado con anterioridad que podían hacerle daño y no sufriría ningún riesgo, pero claro, eso fue mucho antes de que se le fuera arrebatada su magia. Ahora cualquier rasguño le debilitaba de poco a poco. Su cuerpo se sacude al pensarlo.

Tenía que moverse de inmediato.

Levantándose del sucio suelo con dificultad –el cual ahora luce blanco como la sal– se sacude la nieve de su andrajosa ropa. Sopla aire caliente entre sus manos para desadormecer sus dedos y luego comprueba su capucha en la cima de su cabeza. En su lugar. Mira su alrededor cuidadosamente. No queriendo toparse con algún pueblerino mientras camina y tener que ver su fastidiosa cara de horror, cuando descubriere su encantador rostro de alabastro estampado en una preciosa cicatriz en el medio de su cara y endemoniadamente bellos ojos púrpuras-rojos-negros.

El oscuro deseó del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora