Capitulo tres [1/4]

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Reino Lume, dos días antes.

Arkados Greymane no podía contener la rabia que sentía, ni tampoco la furia hirviente que pulsaba en sus venas.

Sus sienes palpitaban y su mandíbula dolía por la fuerza con la que apretaba sus molares. Sus ganas de asesinar sublimaban cualquier cosa que fuera de importancia. Quería rodear el delicado cuello de aquel hombre que lo maldijo, privarlo de la libertad de respirar y arrebatarle la vida de poco a poco.

Verlo desvanecerse, hasta que no fuera capaz de sostenerse y mirarlo con petulancia.

Sin embargo tenía que actuar como un Rey y controlar sus emociones a pesar de que estaba perdiendo el control sobre de ellos. Tenía que darle una buena cara al bastardo que tenía enfrente y actuar como de la realeza. Pero la realidad era que, no sabía cuánto tiempo más podría tomarle domarse a sí mismo y a sus conflictivas ganas de matarlo.

Todo el mundo lo mira con anticipación, esperando a que actúe y eso hace que de una profunda respiración.

Querían verlo perder los estribos, tendrían que esperar toda su vida para que llegara aquel día.

Murmullos se alzan por todo el lugar y eso le irritó aún más. Ya no podía más con sus propios pensamientos —aquellos que se desbordaban en su mente— y sinceramente no podía unir mas preocupaciones a la carga.

Alza su mano al aire y los hace callar, sintiéndose listo para afrontar a la escoria.

Los susurros se desvanecen, pero no la maldita carcajada de su ahora prisionero que luce divertido. Su audiencia a su alrededor exclama con terror ante tal ofensa grave hacia su Rey.

Una que abofeteaba su honor y dignidad.

No podía permitirse eso.

No en su Reino y mucho menos viniendo de un Fey.

A unos metros de su Trono de Oro, arrodillado sobre el suelo pulcro de su Reino se encontraba Amias Markov, fey del Reino Labarena. Con una sonrisa presumida sobre su boca, a pesar de los contundente golpes que le habían dado sus guerreros por toda su refinada anatomía, este aún lo miraba con desafío, iluminando sus fríos ojos plateados.

Lo entendía.

El reído de las hadas eran conocidos por su narcisismo y su extremada confianza a sí mismos. Sin embargo aquella sonrisa asquerosa estaba a punto de desaparecer.

El especialmente se haría cargo de ella y con sus propias manos.

Con ciento de espadas filosas rodeándole el largo cuello, el hombre no tenía suficiente.

— Tanto tiempo sin verlo su majestad. —le dice socarrón el Fey. El guerrero más cercano a él le da un puñetazo cubierto de obsidiana en la boca.

Seguido de un: — ¡Cierra la maldita boca esclavo!

No se le permitía hablar, no hasta que el Rey lo autorizara. Si te encontrabas enfrente de su señoría, lo primero que tenias que hacer era guardar silencio y esperar paciente por el permiso de hablar.

Al parecer al Fey le faltaban algunos cuantos modales de cómo respetar a una majestad o simplemente no existía el respeto de dónde venía. No le quedaba alternativa más que darle una pequeña gran lección al ser de piel de diamante que tenía tocando su suelo, al fin de cuentas era libre de hacer con él lo que quisiera.

Ahora lo tenía en la palma de sus manos, después de tanto buscándolo. Ya no le quedaba tanto tiempo y necesitaba malditas respuesta. Deshacer la maldición era lo más importante. Aún recordaba cuando su vida era normal antes de ser maldecido y extrañaba aquella sensación.

Hace dos siglos atrás, Arkados se encontraba en sus vigorosos años de existencia. Así es, finalmente había heredado el trono y aunque no fue de la mejor manera —ya que su padre había terminado siendo ejecutado en una de las batallas más grandes entre Moustros de Averno—, se había convertido en el Rey de los Grandes y su pueblo lo amaba. Incluso antes de nacer, pero ahora había incertidumbre en los corazones de cada uno de ellos.

La razón era por qué no había heredero.

No había próximo Rey que gobernará para cuando el muriera.

Lo que suponía un gran problema.

Sin embargo, lo que tanto les costó a sus padres construir desde el cimiento, pronto podría derrumbarse. Todo gracias a su maldita maldicion. El tiempo estaba en su contra. Este cada vez era más estrecha y él necesitaba deshacerse de esta maldicion.

Si es que era posible desprenderse de ella.

No podía dejar a todo un Reino destruido y en las tinieblas.

Era Lume.

Reino de Fuego.

No tendrían a nadie cuando él se fuera y no lo permitiría. Necesitaba vivir. Necesitaba recuperar una vez más la confianza de su gente y demostrar su fiereza y, la fortaleza que tanto le caracterizaba. No importaba el precio. Necesitaba ser aquel Rey de hace dos siglos y el único que tenía las respuestas, era la misma persona que lo había maldecido.

Ese era Amias.

Sintiéndose con coraje y en control, necesitaba estar lo más cerca posible del Fey. Tenía muchas preguntas que hacerle y quería hacerlo mientras lo miraba a los ojos. Endereza los hombros, toma su espada de plata pura y baja de su Trono. Sus pasos se oyen con cada paso que da y eso parece irrirtarle.

— Deja de ser tan presumido Sr. de los Grandes. —le dice Amias. El guerrero que antes le había propinado el golpe, hace puño su mano, dispuesto a estrellarla en el rostro del fey.

— Detente hermano mío, ahora le doy permiso de hablar.

El Fey le saca la lengua juguetón, lo que le hace enfurecer al joven guerrero.

— Sacas la lengua a la próxima y juro que te la corto, y se los doy a los perros de fuego. —le dice el joven al Fey y luego le mira apenado por ello.— Mis disculpas mi señor.

Asiente con la cabeza.

Sus pies se postran frente a Amias, quien de inmediato le escupe las botas.

En realidad esperaba que hiciera eso para lo que iba hacer a continuación, pero aun así no podía creer que el Fey fuera lo demasiadamente estúpido para hacerlo. Sin la oportunidad de hacerle pensar, estampa su puño forrado igualmente de obsidiana con fuerza y precisión en su bonito rostro refinado. La fuerza es tan grande que le hace retroceder ante el impacto, pero las espadas a su alrededor se mantienen firmes.

Sangre espesamente oscura escurre de su cuello delgado como cascadas y siente satisfacción ante lo que sus ojos ven. Los murmullos vuelven alzarse y no puede evitarlo, le sonríe mostrando por completo los dientes.

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Mensaje corto:
Espero y disfruten el capítulo, y obvio que les encante.
Les mando besos a cada uno de ustedes x
PD: si ven algún error en algún momento de la lectura,
díganme en los comentarios
Bye

El oscuro deseó del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora