Parte I

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Todo comenzó aquel fatídico día de finales de noviembre en el que Jack y yo decidimos por fin entrar en contacto con el oscuro mundo de los muertos. Siempre nos había interesado. Nos podías encontrar a cualquier hora del día sumergidos en los más profundos abismos de Internet buscando relatos de terror, localizaciones de casas encantadas, o en la biblioteca municipal con la cabeza pegada de tal manera a algún libro de tapas negras con bordados inquietantes, que no te sorprenderías si al levantarla las letras anteriormente escritas en papel formaban ahora un extraño tatuaje en nuestras mejillas.

Sin embargo, por nuestra apariencia, nadie habría pensado que éramos unos fanáticos del tema ya que, en general, teníamos una pinta bastante normal. Jack era el típico chico tímido, alto y delgado que iba siempre con camisetas coloridas, pantalones vaqueros, y no salía ninguna parte sin sus Converse y sin la enmarañada cantidad de pulseras que mezclaba videojuegos con festivales. El pelo liso color nogal siempre se lo peinaba hacia el lado derecho, haciendo que el flequillo le ocultase parcialmente ambos ojos, algo que yo detestaba pues admiraba aquellos iris de ámbar oscuro que me transmitían tanta tranquilidad y poseían ese brillo tan especial de curiosidad por todo lo que le rodea y de deseo de aprender.

En cuanto a mí, físicamente no tenía nada de especial. Una chica de mediana estatura, pelo largo cobrizo con las puntas ligeramente más claras. Una figura de la que no estaba muy orgullosa, por decirlo suavemente, pues presentaba algunas curvas demasiado marcadas para mi gusto. De lo que sí me enorgullecía, aunque no sea del todo correcto afirmarlo, es de mis ojos color azabache ya que con ellos podía ver el aura de las personas. Modestia aparte, se podría decir que poseía una especie de don pues era capaz de saber cómo era una persona o cómo se sentía sólo con mirarla. Era bastante sensible a ese mundo abstracto al que se le adjudica comúnmente el apelativo de '' espiritual ''. Tanto es así que sentía más de lo que querría.

La primera vez que experimenté contacto directo con este mundo fue siendo yo muy pequeña, no contaba ni los 8 años de edad. Paseaba con mis padres por un mercadillo de objetos de segunda mano, algunos de los cuales parecían verdaderas reliquias. Entramos en una enorme tienda de muebles que tenía aquel característico olor a madera antigua barnizada, buscando un armario para la nueva casa a la que nos mudábamos la semana siguiente.

Me escabullí entre el gentío, deseosa de sentirme en un castillo de cuentos de hadas, pues es lo que me parecía aquella tienda. Me metí al azar por uno de los pasillos y allí encontré un antiguo y precioso baúl de madera de roble tallado, con motivos florales bastante exóticos (o eso me parecieron porque recordemos que era una niña). Sobre él se encontraba sentado un hombre mayor de aspecto amable que desprendía un aura de profunda tristeza. Me acerqué a él y con la inocencia propia de la edad le pregunté sin tapujos que qué le ocurría. El hombre alzó unos ojos grisáceos y los clavó en mí. En aquel momento sentí toda esa tristeza y se me llenaron los ojos de lágrimas. No movió los labios en ningún momento pero en mi cabeza sonó claramente su voz carrasposa y vieja, que respondió:

- Niña.. estoy triste porque me han arrebatado aquello que llevaba guardando tanto tiempo en mi desván, este hermoso baúl. Y no contentos con ello, encima quieren vendérselo a un desconocido.

- ¿Arrebatar?- dije, confusa.

- Sí, se lo han llevado de mi casa y nunca más volverá allí, pues no hay nadie que me pueda ayudar...

En ese momento apartó la mirada para que evitase ver cómo rodaban las lágrimas por sus mejillas, sin demasiado éxito.

- ¡Yo le ayudaré! Compraré su baúl y si me dice dónde vive, lo llevaré allí.- dije, y salí corriendo a buscar a mis padres. Cuando intenté explicárselo no me creyeron, y menos aún cuando los llevé frente al baúl pues no veían a nadie. Empecé a llorar, impotente, pero entonces aquel señor se levantó y con una sonrisa triste me dijo que no pasaba nada, que su destino iba a estar ligado por siempre a ese baúl y a donde fuera, él iría. Asentí, me enjugué las lágrimas y le dediqué mi mejor sonrisa.

A partir de ese momento tuve experiencias similares, no todas tan agradables como esa. También tenía sueños en los que veía personas que me pedían ayuda. Si aparentaban ser buenas, intentaba echarles una mano, pero varias veces me ocurrió que aquellas personas en el último momento intentaban arrastrarme hacia una profunda oscuridad.

Quitando estos sueños extraños y los avistamientos desagradables, tuve una infancia bastante alegre gracias sobre todo a la compañía de Jack. Él siempre me creía y me apoyaba desde que éramos unos enanos cuando le contaba mis sueños o lo que había visto. Ese apoyo hizo que con los años le mirase con unos ojos que anhelaban algo más que amistad.

Cuando tuve algo más de cabeza, coloquialmente hablando, empecé a interesarme de verdad en el mundo de los fantasmas. Aprendí cómo cerrar mi mente ante los sueños en los que era atacada y a cómo diferenciar la naturaleza de los espíritus que veía, para saber si necesitaban mi ayuda o si no debía acercarme a ellos. Como siempre, Jack se encontraba a mi lado y ambos desarrollamos este macabro '' hobby ''.

El Día NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora