– ¿Qué haces ahí? Dime, ¿quién eres? – repetía hacia sus adentros Victoria, mientras miraba a aquel muchacho a través de la ventana.
– ¿Qué buscas? ¿Por qué sólo miras hacia mi ventana? ¿Por qué tu presencia me llena de paz? –Seguía preguntándose– se acercó más al vidrio que los separaba y él ya no estaba allí. Volvió a mirar más de cerca y el claro de luna permitió que divise a aquel alto y delgado muchacho de ropa oscura, nuevamente.
La noche bañaba la cuidad y el silencio permitía que se escuchara, a los lejos, como azotaban las olas el acantilado. Suspiró y dejó que su cuerpo se reposara contra la pared, mordiéndose el labio, se preguntó si sería una mala idea ir a enfrentarlo. Volteó hacia el espejo que enfrentaba la puerta de su cuarto y se miró directo a sus ojos marrones, mientras se decía a sí misma: – ¡Tienes el valor, Victoria! Tú puedes hacerlo, ¡ve! Pregúntale ¿quién es?, ¿qué busca? ¿Por qué todas las noches te observa desde la terraza del edificio de en frente?–.
Llenó sus pulmones de aire, corrió el mechón de pelo que tapaba su ojo derecho y abrió la ventana decidida. El aire tibio del verano, que entró por la ventana, le dio la confianza que le faltaba. Cerró la puerta del armario, de donde sacó su abrigo; saltó la ventana y bajó por las escaleras de emergencias. Cuando tocó la calle, pensó en volver, pero al momento de querer hacerlo, se dio cuenta de que estaba subiendo por las escaleras de emergencia del edificio de en frente. Su corazón palpitaba al ritmo de sus pasos y sus manos no dejaban de escalar peldaño a peldaño las escaleras.
– ¿Por qué cada vez que te veo mi respiración se acelera? Sé que no es miedo, es otro sentimiento. – Se repetía en su mente–. Al llegar a la azotea pudo contemplar la inmensidad del mar. Las luces de la bahía le hicieron sentir una libertad que no había experimentado jamás. El susurro del viento la devolvió a la terraza y al propósito de por qué estaba allí. Buscó a su alrededor al muchacho, pero ya no estaba. Se había marchado, igual que todas las noches.
Inspiró con los ojos cerrados un poco más de libertad y marcó su paso de regreso a su habitación. Mientras bajaba las escaleras y antes de que la pared tapara su vista hacia la terraza, vio al muchacho al borde de la cornisa. Se quedó callada por unos minutos, sólo observando como a través de su ropa oscura, se podía apreciar los músculos de sus brazos y su ancha espalda; pestañó varias veces y volvió a mirarlo, pero ésta vez sus ojos recorrieron sus borcegos, pasando por sus esbeltas y fuertes piernas, hasta llegar a su pequeña cintura. No entendía por qué, la presencia de aquel extraño le quitaba la respiración y todo dejo de ausencia que sentía en su vida. Luego suspiró y volvió a subir.
Se acercaba lentamente a él, confundida. Su aroma, que se entrelazaba al viento, llenaba de pequeños destellos inquietos su vientre y en su corazón se desataba una estampida de animales salvajes. Entonces, bajo el infinito manto de estrellas, estiró su mano temblorosa dispuesta a tocar su hombro pero antes de poder lograrlo, él saltó.Muy pronto, el segundo capítulo de "El tiempo que habito"
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EL TIEMPO QUE HABITO.
RomanceCapítulo 1 Victoria está dispuesta a descubrir quién es ese extraño que la observa.