Las brujas de Carhué
Por: Hugo. A. Ramos Gambier
Una noche la abuela nos reunió a todos los nietos junto al hogar a leña, y nos contó sobre las brujas de Carhué.
-Dicen que las brujas no existen; pero que las hay, las hay. ¡Claro que las hay! -gritó, elevando los brazos y la mirada al techo-. ¡En Carhué, está lleno de brujas!
Aterrados, nos abrazamos con mis primos, y Sonia se me aferró como una gata asustada, clavándome las uñas en el brazo.
Luego la abuela bajó la voz como contando un secreto.
-Aaah, pero no son cualquier tipo de brujas. No son como esas de los cuentitos baratos que venden a tres por uno en los trenes. No se visten con horribles vestidos negros, ni tampoco llevan ridículos sombreros puntiagudos. Nooo. No, señor: las brujas de Carhué tienen la apariencia de hermosas y jóvenes mujeres -la abuela levantó nuevamente la voz-. ¡Ellas manejan magistralmente el arte del engaño y la seducción! Todo es una puesta en escena. -Volvió a susurrar-. Detrás del maquillaje se encuentran los seres más escalofriantes y aterradores que jamás se hayan visto. -Tomó aire y volvió a gritar-: ¡Son el engendro del mal! ¡Las hijas de Lucifer ocultas en un disfraz!
Sonia hundió más profundo sus uñas en mi brazo, y yo grité de miedo y dolor a la vez. La abuela, que parecía una mecha encendida a punto de hacer explotar una bomba, continuó describiendo a las brujas del pueblo.
-Tampoco crean que andan volando en escobas. ¡Qué ridículo! Ridículo además de incómodo. No, señor. -Hizo una pausa, y volvió a levantar la voz-. ¡Las brujas de Carhué vuelan cada una sentada en una silla!
La abuela agarró una silla y se sentó.
¿Saldrá volando?, pensé. Yo miré a mis primos: todos tenían cara de espanto.
Pero no, la abuela se había sentado para seguir con el relato.
Sonia apretó las manos y las uñas. Yo no podía más del dolor.
-Y esto que les voy a contar ahora... -la abuela nos apuntaba con el dedo-, que les quede bien clarito. Clarito, clarito. Las brujas de Carhué no asustan a los niños por la calle, no les convidan golosinas o manzanas envenenadas. ¡Nooo!
-¿Qué hacen? -gritó Sonia-. Por favor, abue. ¿Qué hacen?
-Las brujas de Carhué... ¡se comen a los niños! -siguió la abuela, señalando la enorme olla sobre la hornalla de la cocina.
Esta vez, no aguanté más: le mordí en la espalda a Sonia.
Con mis primos nos pegamos un julepe bárbaro, la abuela parecía sacada, y seguía apuntándonos con el dedo.
-¡Nunca, pero nunca jamás, ingresen a la casa de señora alguna, que quiera invitarlos con cualquier pretexto. ¡Entendieron!
Asentimos.
-¿Entendieron?
-¡Siií, abuela! -contestamos a coro.
-¿Abuela... -preguntó Cristina, la hermana mayor de Sonia- y... cómo nos damos cuenta si una señora es bruja o no es bruja?
-¡Es muy difícil! -dijo la abuela-. Algunas, no todas, tienen una marca de nacimiento. Una marca muy pequeña. Está detrás del cuello, donde comienza la nuca. Es una cruz invertida: la marca del mal, la mancha del infierno.
Miramos hacia la cocina, la olla nos parecía mucho más grande que antes.
-Abuela -dijo Carlitos-. ¿Por qué decís que Carhué está lleno de brujas?
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Los cuentos de la abuela
Fantasy¡Misterio, suspenso y mucha fantasía. En los cuentos de una abuela muy particular!