Parte 1

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Paul temblaba de pies a cabeza. Por un instante le pareció que todo su ser se había concentrado en la planta de sus pies, como un pesado grillete que lo mantenía bien pegado al piso. Estaba asustado, horrorizado. A escasos metros, Johnny sangraba y jadeaba envuelto en un complicado encuentro contra dos muchachos teddys que estaban teniendo las de ganar. En su pecho, cerca del corazón, Paul sintió la angustia en forma de un apretón estrujante, tan fuerte que le causaba problemas para respirar.

Recordó que había llegado a ese lugar movido sólo por la curiosidad y el morbo. Se encontraba haciendo su camino de vuelta desde el colegio, irritado, pues John le había dejado plantado. Era viernes, y la tarde anterior, había sido el mismo John quien le insistió para permanecer con él casi todo el fin de semana; bajo el pretexto de concentrarse en escribir algo bueno "No me iré hasta que algo bueno salga de esa cabeza dura. Te veré cuando salgas de la escuela y de ahí, a tu casa". Eso había dicho John, y Paul había aceptado de mala manera, ocultando exitosamente la emoción que le producía tener un fin de semana lleno de nada más que música con su mejor amigo. Apenas había avanzado unas cuadras alejándose de la escuela, cuando el reconocible sonido de una riña llamó su atención. Y al echar el primer vistazo a los desgraciados a quienes les tocaba dar el espectáculo, el corazón se le calló al estómago.

El joven McCartney no tuvo mucho tiempo para sumergirse en sus recuerdos. Frente a él una terrible escena había empezado a correr en cámara lenta. Uno de los muchachos con quien John se había involucrado; un chico de estatura pequeña, favorecido en fuerza pero no en velocidad por su sobrepeso; lanzó una fuerte y sorpresiva patada a su oponente en la pierna, muy arriba, en el muslo. John gritó, perdió el equilibrio, tambaleándose por completo, y entonces el otro gamberro, le asestó un golpe, un puñetazo de lleno a su mejilla izquierda, que logró finalmente derribarlo. John estaba en el piso. Rodando sobre su espalda y sujetando su pierna izquierda, luchaba con insistencia por levantarse de nuevo.

Paul sintió su vieja carpeta escolar deslizarse de entre sus brazos y a su miedo abandonarlo. Fue lo último de lo que tuvo conciencia, y por un instante fugaz, y aterrador, el joven dejó de saber de sí mismo. Se avanzó como un caballo desbocado queriendo romper sus puños contra el joven que había derribado a su amigo. El puñetazo le cayó en la nariz al muchacho, Paul pudo sentir el cartílago moverse bajo su puño, y escuchó un grito de dolor que lo empoderó para golpear de nuevo en el mismo punto. Su oponente gritó otra vez y se tambaleó hacia atrás. Paul dio un golpe más, una patada al estómago, y casi podría jurar, que las costillas del esperpento se clavaron un su pie. El tipo cayó contundente, retorciéndose como un renacuajo y cubriendo su nariz sangrante; Paul se tambaleó un poco, tuvo que dar unos pisotones hacia atrás para no perder por completo el equilibrio. Una mano cerrada lo impactó en la mejilla derecha, pero la adrenalina no le dejó sentir dolor, se tambaleó de nuevo, y su puño se preparó para lanzar un golpe que se congeló en el aire, pues John había regresado al juego y con un movimiento rápido se había encargado de derribar al muchacho. John se sentó a horcajadas sobre el pecho gordo de su agresor, y golpeó su rostro con fuerza, una vez, dos, tres, cuatro y cinco veces. Suficiente. El pobre tipo tenía roto algo más que la nariz y no podía ni moverse.

Cuando John se levantó, con algunos problemas, sangrando, y sujetando el lugar donde había recibido la patada, su mirada se encontró con un par de intensos ojos avellana que lo estudiaban alerta. Jadeantes y cubiertos de suciedad, con las mejillas rojas por el increíble esfuerzo, los amigos se petrificaron ante la presencia el uno del otro. El viento vespertino sopló sorpresivamente levantando cortinillas de polvo y haciendo sus cuerpos vibrar al contacto helado.

— Hey— Impaciente John rompió el silencio.

— Hey— Paul sonrió nervioso.

— ¿Qué haces aquí?... Tú, desgraciado... ¿Ibas a dejarme plantado? No lo creería de ti— el mayor regañó en broma, consciente de lo tarde que era.

El primer beso (McLennon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora