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Cuando Paul regresó a su habitación cargando con lo que nuevamente necesitaría para hacerse cargo de John, encontró a su amigo recostado en su cama, llevando solamente su ropa interior y la camiseta blanca que usaba bajo su chaqueta de cuero, y que ahora se encontraba arrumbada en el suelo junto a sus jeans.
Viéndolo tan cómodo en su propia cama, la envidia en forma de cansancio recorrió su cuerpo, y se dio cuenta por primera vez en ese día de lo agotado que estaba. Decidiendo que las heridas de John podían esperar por un par de minutos, Paul dejó las cosas en el esquinero junto a su cama, y se unió a John bajo las sábanas. Suspirado, estiró todas las vértebras de su espalda, sintiendo un ligero dolor subiendo por sus articulaciones, y luego el placer del alivio. Inmediatamente sus párpados se sintieron cansados, como si el hecho de estar horizontal desactivara las baterías que le habían permitido sobrevivir a la semana de clases. Paul bostezó y restregó su rostro en la almohada mientras cerraba los ojos, dispuesto a descansar por lo menos diez minutos.
― Oye―. Llamó la voz de John, obligándolo a abrir los ojos―. Me estoy desangrando aquí― sentenció demandante.
― Sí, sí― suspiró Paul, sentándose de mala gana, olvidando por el momento la idea del descanso― Dios...― Se quejó, al tiempo que retomaba sus cuidados, y fastidiado pensaba lo mucho que John disfrutaba la atención.
John hizo un intento para sentarse sobre la cama, pero la mano de Paul sobre su pecho lo detuvo.
― Quédate acostado John, al menos uno de los dos podrá descansar― Reclamó con sutileza, a lo que John decidió hacerse de oídos sordos.
Paul hizo lo que tenía que hacer; limpió primero la nariz de su amigo con mucho cuidado, temiendo que verdaderamente estuviera rota, y después se encargó de retirar la sangre de sus labios tratando de adivinar de dónde brotaba. Al terminar volvió a acostarse.
― Servido John. Si vuelve a sangrar será tu problema ―. Sonrió Paul, acurrucándose como un gato en su pequeño colchón al lado de su amigo.
― Malo― John le sonrió en respuesta.
― No sabes cuánto― Paul lo miró con malicia desde atrás de sus pestañas y le dedicó una sonrisa torcida ― Te traje hielo. Póntelo tú mismo― Paul le dio a su amigo la bolsa congelada que había estado esperando por él en su esquinera.
― Gracias― John tomó el hielo con desgana. Soltó un gemido cuando su mejilla hizo contacto con el plástico helado y lo alejó al instante ― ¡Está helada! ― Exclamó con el ceño fruncido.
― Mil perdones ― Murmuró Paul, más para sí mismo.
John libró una batalla con la bolsa, pegando y despegando el hielo cada segundo, siseando cada vez que el hielo tocaba su piel. Para Paul esto era más que cómico y no dudó en reír con burla ante la cobardía de su amigo, al menos durante los minutos; pero cuando el tiempo pasó y John no dio ninguna señal de aclimatarse, y aún más, no dejó de soltar gemidos y maldiciones ante la sensación incómoda en su mejilla, el asunto dejó de ser gracioso y se volvió hartante.
― ¡Basta John! ― Regañó Paul mientras se sentaba de un solo tirón―. Eres un marica, dame eso ― exigió la bolsa con hielo extendiéndole la mano a John.
John lo miró con el ceño fruncido, y sorpresivamente presionó el hielo contra la cara de Paul. El muchacho se sacudió la mano de John casi al instante, saltando en su lugar y soltando un grito.
― ¡Imbécil! ¡Está frío! ― Gritó mientras frotaba su rostro con rudeza intentando calentarse.
― ¡Eso digo!
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El primer beso (McLennon)
RomanceAntes de que los beatles fueran los beatles y los amantes fueran amantes, en un día peculiar, con discusiones, cariño, amistad y algunos moretones, el primer beso sucedió casi como un accidente entre los dos chicos teddys. Una novela corta McLennon...