Raíces
El departamento de Ariel era lindo, pequeño y acogedor. Nada más entrar al recibidor lo primero que se veía era la sala de estar, pintada de lila y repleta de muebles. En el centro se hallaba un sillón de tres color tierra con dos taburetes a cada lado: uno tenía un florero con jazmines y en el otro había un teléfono negro junto a una pequeña agenda. El sillón estaba justo delante de una mesa ratona y en la pared opuesta había un mueble con puertas de vidrio, donde se guardaba un anticuado VHS y algunas cintas, sobre el cual había una televisión común y corriente. En la pared de la izquierda podía verse un librero repleto de distintos tomos y volúmenes de diferente encuadernación y grosor, fotografías y unos cuantos cuadros paisajísticos que parecían pintados a mano junto a unos a lo que en un principio creyó que eran mapas, pero no. Eran carpetas con ilustraciones algo vetustas de unas ciudades italianas que conocía sólo por haberlas oído nombrar en películas o en las noticias: Sicilia y Calabria. La primera, la conocía gracias a “El padrino” y el volcán Etna, la segunda, gracias a que en ese lugar solía ir su padre de vacaciones y al bosque de la Scila.
La pared opuesta a donde estaba Mad, justo al lado de la entrada, albergaba un lindo barguero con muchos cajones y puertas, repleto de fotografías, estatuillas con formas de gato, unas cuantas esferas de nieve, peluches, y una vitrina en la parte central repleta de platos de porcelana y un jarrón azul. Además, había macetas con flores o plantas en casi cualquier rincón del salón. Si bien a Mad no le gustaban los ambientes cargados, en esa casa se veía todo tan hogareño y agradable que podría haberse quedado allí por horas, tal vez porque era el total opuesto de la casa en la que había crecido: llena de colores oscuros, duros, fríos, con muebles toscos y nada de vida natural. Jean Claude supuso que el departamento no sería mucho más grande que eso pero no pudo evitar preguntarse cómo sería el resto de la vivienda de Ariel.—Siéntete como en tu casa —dijo el chico cerrando la puerta con pestillo y llave—. ¿Quieres algo de té o café? También hay capuchino.
—¿Eh? —la verdad es que estaba tan embobado mirando la casa que apenas sí le había oído—. Oh, un capuchino estaría bien, ¿te ayudo a prepararlo?
Ariel le dedicó una sonrisa, invitándole a sentarse en donde quisiera con un gesto de la mano antes de atarse el cabello en una coleta.
—Gracie, pero el invitado sólo debe sentarse y dejar que le sirvan. Así me educaron, así que te quedas sentado mientras que yo te sirvo, ¿d’accordo? —Mad asintió con una sonrisa condescendiente, haciéndole una reverencia al dueño de casa, quien se rio al verlo como si estuviera tratando con un loco—. Ah, ah, ah. No hagas eso. Si tratas de hacerme sentir culpable o algo así, no lo lograrás. ¿Lo quieres con cafeína o sin ella?
—Con cafeína estará bien, debo mantenerme despierto por muchas horas —cayó en la cuenta de que seguía parado ahí junto al recibidor y que Ariel le miraba a medio paso de distancia con la vista hacia arriba.
Se sentía algo atontado, como si esa fuera la primera vez que estuviera en casa de alguien.
Carraspeó, a ver si pasaba el momento incómodo e inmediatamente trató de disimular yendo a zancadas hasta la pared más cercana, donde las fotos, cuadros, carpetas y pinturas se lucían en todo su esplendor. De reojo vio a Ariel irse por la pequeña puerta blanca que estaba junto al modular, la cual daba a un pasillo de seis pasos de anchura, e iba hacia una de las dos puertas de la izquierda, había una más opuesta a esas con un cartelito que recitaba “Baño” y, en el fondo, una más de color marrón con un cartel que llevaba escrito en cursiva y a pulso el nombre de Ariel. Asumiendo que la puerta restante era el cuarto del hermano menor, tuvo que hacer tripas corazón y encerrar a su curiosidad en lo más profundo de su mente para no terminar metiéndose en el cuarto de su anfitrión. Debía repetirse que la idea era conocerlo mejor, no invadir su vida privada. Ahora que estaba solo, aprovechó para cerrar los ojos e inspirar profundamente por la boca. Tenía que serenarse. No era un adolescente revolucionado por las hormonas, ni estaba en la casa de su primer noviecita de la secundaria en el día que “de casualidad” sus papás se habían ido a pasar el fin de semana al extranjero, por ende no tenía motivos para estar nervioso. Cuando se convenció a sí mismo de que todo estaba bien, se concentró en las pequeñas obras de arte frente a sus ojos. Todas estaban firmadas por el dibujo de una pequeña rosa con seis espinas cada una y el apellido “D’cciano”. Le dieron algo de envidia, pues expresaban muy bien distintas emociones entremezcladas pese a ser sólo paisajes y los óleos estaban hechos con trazos fuertes, firmes, que le recordaron un poco a Van Gogh. Inmensidad, soledad, la avaricia del hombre moderno, e incluso el antiguo amor por la naturaleza eran unas de las tantas impresiones que podía sacar de esas pinturas. Pero él no era ningún experto en esa clase de arte, asique se abstubo de hacer algún juicio y se limitó a empaparse con los bellos colores.
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Reyno Sin Limites:cuarto Oscuro.
Fanfictioneste es un libro mas bien un fanfic de un anime te envito a leer .