cap 2

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Ariel despertó luego de haber tenido ese horrible sueño otra vez. El eco de su grito, segundos antes de despertar, aún resonaba entre las paredes de su pequeña y solitaria habitación, en su pequeño y solitario apartamento. Como todos los días desde que comenzó a tener esos sueños, Angelo no estaba ahí, cuando normalmente él siempre que le escuchaba gritar acudía desesperado a su cuarto para ver si estaba bien.

Pero Angelo no estaba, debía de hallarse en la cama del hospital con una intravenosa clavada en su brazo, agotado por la quimioterapia.

Suspirando, se sentó sobre su cama y se acarició la cabeza. Estaba empapado en sudor, todavía sentía el corazón golpearle contra el pecho de tal forma que hasta le dolía y hubiera ido a un médico de no estar acostumbrado. Al fijarse en el reloj, se dio cuenta de que eran las seis de la mañana y se maldijo por tener esos sueños detestables que lo atacaban casi todas las noches, y lo peor no era soñar, sino tener memoria fotográfica y recordar cada pulgada del maldito sueño: veía cómo se llevaban a Angelo sin poder hacer nada para evitarlo, luego de golpe se encontraba en un espacio vacío y negro.

Y en ese espacio donde solamente escuchaba el eco de su voz, toda esa profundidad comenzaba a tragárselo.

Mientras se daba la primer ducha del día se puso a pensar en porqué tenía ese sueño. Comenzó a pasarle cuando Angelo entró al hospital, por razones obvias y eso explicaba la primer parte del sueño pero no el resto, cosa que lo perturbaba. No podía dejar de preguntarse si era una advertencia o algo similar, pues su nonna le había enseñado que en los sueños siempre hay advertencias sobre el futuro. Le hubiera gustado que su abuela o su madre estuvieran allí con él, ellas hubieran podido decirle que significaba el sueño, pues siempre habían sido buenas para esas cosas y recordaba lo mucho que la gente de su pueblo respetaba cada una de sus palabras, aunque ellas fueran medio extranjeras.

Tras salir de la ducha no pudo evitar hacer lo de siempre y mirarse al espejo. La verdad que la madre naturaleza podría haber sido más justa con él, en vez de darle ese aspecto tan raro y esos genes anormales que formaban su pequeño cuerpo. Lo único que le gustaba era ser muy alto y con los rasgos de la familia de su madre, pero el resto, la verdad, que podrían habérselo ahorrado. Su piel, tan blanca que pasaba por albina y le hacía daño el sol, era como la de un bebé de cuatro meses, porque toda la familia por parte del abuelo materno, el querido y difunto nonno, sufrieron de falta de pigmentación en la piel y por eso a todos les salían manchas albinas que se ponían rojas bajo el sol o les coloreaba el pelo del cuerpo poniéndolo blanco. Gracias al cielo, ni Angelo ni él mismo heredaron eso. 

“O es posible que toda mi piel este manchada desde que nací” Se preguntó Ariel. “Bah, eso no es posible”.

Si así fuera, su cabello, sus cejas, y el poco vello púbico que tenía deberían ser blancos o tener manchar blancas, aunque él no tenía mucho pelo en cualquier otra parte de su cuerpo que no fuera la cabeza, cosa número uno que lo distinguía de los chicos "normales".

Ariel era alto y muy delgado, a pesar de que comía por tres. Todo su cuerpo estaba recubierto de piel suave y tersa, sin rastro alguno de vello. Sus piernas, demasiado largas, eran torneadas y delicadas al igual que sus brazos. Cintura estrecha, de avispa, y rasgos bastante femeninos, a los ojos de cualquiera pasaba por una chica sin desarrollar del todo, tanto que Ariel estaba convencido que sólo le faltaba tener unos pechos para poder vivir cómodamente complaciendo a los hombres por la zona roja.

“Maldita sea” gruñía para sus adentros cada vez que contemplaba su cara. Y no podía dejar de maldecirse, no cuando parecía una mujer. “La puta naturaleza tuvo que hacerme así, más raro imposible”, se decía una y otra vez. Su rostro con forma de corazón, llamaba la atención y no le costaba saber por qué: era muy afeminado, y sus largas pestañas, negras cual carbón podían robarle el aliento a cualquiera. Pero eso no era nada comparado con sus ojos: eran muy grandes, de un azul muy profundo, más oscuro que el de su madre pero no tanto como el de su abuela. Por alguna razón no podía mirar fijamente al reflejo de sus ojos en el espejo por mucho tiempo, porque le embargaba una sensación extraña. Quizás eran imaginaciones suyas.

Reyno Sin Limites:cuarto Oscuro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora