Ardiente

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En ese entonces,
descubrí que todos acumulamos un agujero lleno de mala suerte en el pecho.
Recuerdo que esa tarde, el mundo me frotaba en la cara lo miserable que era mi vida. Desde levantarme a resbalar con la rutina, hasta llegar tarde al trabajo. Se encargó de joderme con los semáforos en rojo de la avenida, y los zapatos desabrochados.
Por eso, cuando la vi con él, francamente no esperaba tragarlo todo.
Él era mi colega, mi perro. Ella mi musa, mi enamorada.

En ese momento,
descubrí que todos acumulamos un agujero lleno de hipocresía en el pecho. Y desde ahí dentro, me salió la mejor sonrisa del mundo. Sólo seguí caminando, mientras notaba cómo le colgaban las excusas a ambos en la punta de sus lenguas.

En ese tiempo,
descubrí también que todos acumulamos un agujero lleno de satisfacción en el pecho.
No encontré nunca más otro bendito segundo que tuviera la tranquilidad con la que caí embriagado esa vez. Ni el mismo calor, o la misma luz.

Y él,
llorando,
buscaba un agujero lleno de mentiras,
preguntándose por qué la habían quemado en el centro de la plaza a medianoche.

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