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3 de mayo de 2009

Me desperté en la misma cama sintiéndome solitario y más cansado que de costumbre. Puede que ya lo sepas y que estuvieras esperando esta carta incluso antes de que pensara en escribirla, pero me pareció necesario hacerlo de todos modos.

Parece lo mismo. La misma cama y la misma distancia. En realidad, siendo objetivos, no hay ninguna diferencia. Ha sido así como he despertado toda mi vida, pero yo sé que algo ha cambiado. Yo sé qué es y es que no pienso en ti todo el tiempo. Y lo que me hace mal es que no me importe tanto como debería. Como quisiera.

Hoy llueve, y el no haber podido atisbar más allá de la niebla cuando miré por la ventana me hizo titubear. Quizá no esperes ya nada de mí. Yo no lo hago. A veces hasta se me olvida por qué hago las cosas, y no me detengo a cuestionar mis acciones sino hasta que sobreviene la inexorable consecuencia.

Estoy cansado. Necesito entender.

Pero no sé qué debo preguntar primero.

Entre este concierto de voces pregonando convicciones superfluas y absurdas, yo me debato entre gritar a todos que callen o callarme yo de una vez por todas y marcharme. No me puedo decidir.

No puedo. No puedo. Lo único que es muy certero ahora mismo es que nada lo es y que no puedo hacer nada para remediarlo. También la hora es muy precisa, ella sí sabe de qué habla. Son las 21:43 y me sigue mirando desde el escritorio la taza de té que preparé al mediodía. Lo he olvidado. Ya está frío.

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