Aquella noche mamá estaba cuidando del abuelo, por lo que papá y yo nos quedamos solos en casa. Como cada noche, me quedé dormida en el sofá tumbada junto a él, y luego me llevó a mi cama. Una vez allí me retiró un mechón de la cara y, con los ojos llorosos, me dio un pequeño beso en la frente. No fui capaz de entender por qué sus ojos contenían aquellas lágrimas. Cuando me desperté a la mañana siguiente, vi a mi madre llorando junto a una botella de whisky casi vacía. Al verme se secó rápidamente las lágrimas y escondió la botella tras el sillón.
— Si papá te ve bebiendo te va a regañar —le dije inocéntemente acariciando su ya crecida barriga, donde estaba mi futuro hermanito.
Ella tan sólo se limitó a rodearme con fuerza entre sus brazos, mientras algunas lágrimas cayeron sobre mi cabeza.
— ¿Dónde está papá? Tengo un regalo para él —saqué un dibujo de mi pantalón que le hice el día anterior—. Mira, somos mamá, papá, mi hermanito y yo.
— Cariño, papá se ha tenido que ir de viaje.
Dos meses después, cuando Roberto nació, volvimos a ser tres en casa. El día de su nacimiento papá tampoco apareció. Ya apenas le preguntaba a mi madre sobre él porque siempre tenía la misma respuesta, el dichoso y falso viaje. Una noche me desperté debido a los sollozos de mi madre. La encontré en la mesa de la cocina, junto a tres botellas de vino vacías.
— ¿Qué haces aquí? ¡Acuéstate ahora mismo!
Le dije que cuando papá estaba en casa ella no se comportaba así, lo que hizo que se levantara de la silla y me agarrase fuerte del brazo para llevarme a mi habitación.
— ¡Papá! ¡Quiero ver a papá! —grité llorando desconsoladamente.
— ¡Cállate! Tu padre no va a volver, ¿te enteras? ¡Nos ha abandonado!
Al escuchar aquellas palabras me separé de ella con los ojos rojos de llorar y corrí hacia mi dormitorio. Esa noche nadie logró dormir, todos llorábamos.
Pasados unos años todo parecía más calmado. Mi madre ya no bebía y Roberto crecía feliz. Cuando tuve cierta edad, le pregunté a mamá por la causa de la marcha de mi padre. Me dijo que se marchó con su amante. Aquello me hizo guardarle rencor todos estos años, no entendía como un hombre podía marcharse con su amante, teniendo una hija y una mujer con la que se le veía feliz.
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Su sirvienta.
Teen FictionEl día que mi padre se marchó, algo me dijo que desde ese momento todo, absolutamente todo, iba a ir mal. Lo peor es que estaba en lo cierto.