CINCO
Cayetano confesó su deseo y todo cuanto había ocurrido. El obispo lo despojó de sus encomiendas y privilegios y lo mandó a servir de enfermero de leprosos en el hospital del Amor de Dios. Altos dignatarios de la diócesis intercedieron por Cayetano, pero el obispo no cedió manteniendo ocultas las razones de su decisión.
Martina se había hecho cargo de Sierva María con gran devoción y le pidió que le permitiera hablar con sus demonios para salir del convento a cambio de su alma. Sierva María enumeró a seis demonios y Martina identificó a uno de ellos como un demonio africano que alguna vez había hostigado la casa de sus padres.
Por su parte, Cayetano se había sometido con humildad a las condiciones infames del hospital.
El primer martes de penitencia, Abrenuncio se encontró con Cayetano y trató de convencerlopara que fuera a visitarlo a su casa para conversar. Asimismo, le regaló un libro de las Cartas Filosóficas en latín. Cayetano, asombrado por la bondad del doctor, prometió visitarlo a escondidas algún día.
Una noche, por una extraña inspiración, Delaura escapó del hospital para visitar a Sierva María. Le costó trabajo entrar pero un leproso del hospital le había indicado el camino correcto a través de un túnel que no estaba sellado.
Al principio, Sierva María se resistió, pero finalmente conversaron felices por dos horas. Delaura volvió a visitarla las siguientes noches y entre versos y poemas se fueron enamorando y besando, pero manteniéndose siempre vírgenes porque él deseaba mantener su castidad hasta el día en que fueran libres para casarse. Cayetano afirmaba ser capaz de cualquier cosa por ella y Sierva María lo probaba constantemente con crueldad infantil.
Sierva María mantenía su cuarto arreglado como una mujer que espera a su esposo y Cayetano se quedaba con ella hasta el amanecer. Una mañana temprano, mientras la pareja dormía, la guardiana entró con el desayuno de Sierva María, pero salió sin haber visto a Delaura, quien se había vuelto igual de invisible como su amada.
Sierva María le regaló el precioso collar de Oddúa y Cayetano le enseñó a leer, escribir y el culto de la devoción del Espíritu Santo, a la espera del día en que fueran libres y casados.
Sierva María le pidió a Cayetano que escaparan juntos, pero él se negó para esperar debidamente el día de su debido exorcismo y liberación.
Al amanecer del 27 de abril comenzaron los exorcismos de Sierva María sin previo aviso. La llevaron a rastras al abrevadero, la lavaron a baldazos, la despojaron a tirones de sus collares, le pusieron el camisón brutal de los herejes y le cortaron la cabellera hasta la altura de la nuca. Por último le pusieron una camisa de fuerza y la taparon con un trapo fúnebre para llevarla a la capilla. El obispo había convocado a prebendados esclarecidos del Cabildo Eclesiástico para que lo asistieran en el proceso. Sierva María, fuera de sí por el terror gritó ante las palabras y oraciones del obispo. El obispo sufrió un ataque de asma, como era común en su salud, y la ceremonia terminó con un estrépito colosal.
Cayetano encontró aquella noche a Sierva María tiritando de fiebre dentro de una camisa de fuerza y lo que más lo indignó fue que le dejaron el cráneo pelado. Sierva María le contó la terrible experiencia en la capilla y deseaba morirse. Delaura intentó consolarla y le colocó el collar que le había regalado a falta de los demás.
Al día siguiente, un sacerdote viejo de talla imponente conocido como el padre Tomás de Aquino de Narváez, antiguo fiscal del Santo Oficio en Sevilla y párroco del barrio de los esclavos, escogido por el obispo para sustituirlo en los exorcismos, le regresó a Sierva María sus collares y le habló en lengua yoruba. Ella sintió confianza hacia él y nadie parecía mejor hecho para entenderse con Sierva María y enfrentarse con más razón a sus demonios.
Sierva María lo reconoció al instante como un arcángel de salvación y no se equivocó. Tras explicarle sobre los demonios y corregir a la abadesa sobre las actas, el padre prometió que pondría la mayor diligencia para que fuera asunto de días, y ojalá de horas.
Al día siguiente, en la iglesia del padre Aquino, no se podía oficiar la misa porque el padre había desaparecido. A las ocho, la niña del servicio fue a sacar el agua del aljibe y allí estaba el padre Aquino, flotando bocarriba con las calzas que se dejaba puestas para dormir. Fue una muerte triste y sentida y un misterio que nunca se esclareció, y que la abadesa proclamó como la prueba terminante de la maldición del demonio contra su convento.
La noticia llegó hasta la celda de Sierva María que se quedó esperando al padre con una ilusión inocente. No supo explicarle a Cayetano quién era, pero le transmitió su gratitud y la confianza que sentía por él. Hasta entonces les había parecido que el amor les bastaba para ser felices pero fue Sierva María quien se dio cuenta de que la libertad sólo dependía de ellos. Una madrugada, después de largas horas de besos, le suplicó a Delaura que no se fuera, pero él lo tomó a la ligera y se despidió; entonces ella saltó de la cama decidida a marcharse con él para refugiarse con él en San Basilio de Palenque, un pueblo de esclavos fugitivos a doce leguas, donde sería recibida, sin duda, como una reina. A Cayetano le pareció una idea providencial pero confiaba más bien en formalismos legales. De modo que cuando Sierva María lo puso en la encrucijada de quedarse o llevársela, Delaura trató de zafarse de ella y escapó.
La reacción de Sierva María fue feroz, se encerró con tranca y amenazó con prenderle fuego a la celda e incinerarse en ella si no la dejaban irse. Le prendió fuego al colchón pero Martina intervino con sus modos sedantes e impidió la tragedia.
La ansiedad de Sierva María apresuró la de Cayetano por encontrar un recurso inmediato distinto a la fuga así que intentó ver en dos ocasiones al marqués, pero sin éxito.
Entre tanto, el marqués, en su soledad, había llamado nuevamente a Dulce Olivia, quien apareció después de un tiempo y lo culpó de la pérdida de Sierva María, asegurando que el hijo del obispo, refiriéndose a Cayetano, tenía emputecida y empreñada a su hija, según las versiones de Sagunta. Era el final de siempre, el marqués sintió que le faltaba aire y ambos volvieron a pelear. La versión de Dulce Olivia, confirmada y pervertida por Sagunta era que en efecto, Sierva María estaba secuestrada en el convento para saciar los apetitos satánicos de Cayetano Delaura y que había concebido un hijo de dos cabezas.
El marqués no se repuso jamás y derrotado por la añoranza fue a buscar a Bernarda al Trapiche. Ambos se manifestaron el odio que creían haber sentido el uno por el otro y Bernarda le confesó que su padre la envió para engañarlo y violarlo con el objeto de quedar embarazada, y luego asesinarlo.
Permanecieron en silencio viendo el atardecer y el marqués supo que no tenía nada qué agradecerle; se levantó sin prisas y se fue por donde había venido sin despedirse.
Lo único que se encontró de él, dos veranos más tarde, en una vereda sin rumbo, fueron sus restos carcomidos por los gallinazos.
Un día Martina Laborde había escapado del convento. La única noticia que se tuvo de ella fue un papel escrito para Sierva María que decía que rezaría tres veces al día para que fueran felices.
La abadesa aseguraban que eran cómplices y Sierva María afirmó que eran seis y había escapado por la terraza con sus alas de murciélagos.
Las monjas registraron el convento y descubrieron la entrada de albañil por la cual Cayetano entraba y la sellaron de inmediato por sus dos extremos. Sierva María fue mudada a la fuerza a una celda con candado en el pabellón de las enterradas vivas.
Esa noche, Cayetano se rompió los puños tratando de derribar la tapia del túnel. Arrebatado por una fuerza demente corrió en busca del marqués, pero se encontró con Dulce Olivia enfurecida que se negó a llevarlo con él y amenazó con echarle los perros sino se marchaba.
El martes, cuando Abrenuncio fue al hospital, le contó su frustración, los motivos reales de su casstigo y hasta las noches de amor en la celda. Abrenuncio se quedó perplejo y trató de disuadirlo, pero Cayetano no lo oyó y corrió al convento en pleno día, por la puerta de servicio, convencido de ser invisible por el poder de la oración. Subió al segundo piso, pasó frente a la nueva celda de Sierva María sin saberlo, y trató de llegar a la celda de su amada, pero las monjas lo descubrieron y Cayetano fue puesto a disposición del Santo Oficio, y condenado en un juicio de plaza pública por sospecha de herejía, provocando disturbios populares y controversias en el seno de la Iglesia. Cumplió la condena como enfermero en el hospital del Amor de Dios, donde vivió muchos años en connivencia con sus enfermos, comiendo y durmiendo con ellos por los suelos, pero no consiguió su gran anhelo confesado de contraer la lepra.
Sierva María lo había esperado en vano. A los tres días dejó de comer en una explosión de rebeldía que agravó los indicios de posesión. El obispo resumió los exorcismos con una energía inconcebible en su estado y a su edad. Sierva María lo enfrentó con una ferocidad satánica, hablando en lenguas o con aullidos de pájaros infernales. El segundo día la tierra tembló y ya no cabía duda de que Sierva María estuviera a merced de todos los demonios. De regreso a la celda le aplicaron una lavativa de agua bendita para expulsar a los demonios de sus entrañas.
El acoso prosiguió por tres días más. Aunque llevaba una semana sin comer, Sierva María lograba defenderse con fuerza y golpes.
Sierva María no entendió nunca qué fue de Cayetano Delaura , porqué no volvió y el 29 de mayo, sin alientos para más, volvió a soñar con la ventana de campo nevado, donde Cayetano no estaba ni volvería a estar nunca. Tenía en el regazo un racimo de uvas doradas que volvían a retoñar tan pronto como se las comía, pero esta vez las arrancaba de dos en dos para ganarle al racimo hasta la última uva. La guardiana que entró para prepararla para la sexta sesión de exorcismos la encontró muerta de amor en la cama con los ojos radiantes y la piel de recién nacida. El cabello le brotaba y se le veía crecer.