Marcos estaba sentado en el patio trasero, en un banco
similar al de una plaza. Estaba solo. En realidad, sentía que lo estaba desde hacía mucho tiempo. Pero eso se notaba más cuando debería tener visitas. No tenía ningún pariente vivo ni había nadie a quien le importara. Y estaba seguro de que había gente que no podría imaginar dónde se encontraba.
Observaba cómo otros sí tenían visitas y se preguntaba si a ellos les importaba. No tenía con nadie más contacto que el necesario.Se levantó de su asiento. Nadie lo observaba. La tentación de hacer algo que no debía volvió a aparecer. Aunque sabía que esa era la razón por la que estaba ahí. Sin que nadie lo impidiera, volvió a entrar. Avanzó por un pasillo sin encontrarse con nadie. Al doblar, vio que los
guardias que vigilaban la puerta no habían dejado su puesto y regresó sin que lo vieran. Suponía que no podría escapar tan fácilmente. Se había acostumbrado a la idea. Pero no podía resignarse a negar sus impulsos. Si no lo dejaban salir para hacer lo que quería, tendría que ser ahí mismo. Avanzó hacia la cocina.La señora Gomez estaba junto a la mesada, de espaldas a Marcos. No lo veía. Solo prestaba atención a lo que hacía. Él la miraba como
vigilándola. En realidad, lo que le interesaba estaba sobre la hornalla de la cocina. Y no era la comida.La habitación tenía dos puertas. Él estaba detrás de una, asomado. Ella salió por la otra. A un costado tenía una ventana que daba al pasillo por donde la vio irse.
Marcos se acercó con cautela. Avanzó hacia donde estaban los
fósforos. Supuso que no notarían si faltaban algunos. Abrió la caja y sacó unos pocos, que guardó en su bolsillo. Regresó un momento y miró por la ventana, sin verla. Volvió a observar el cajón. Se preguntaba cómo iba a encenderlos después. Decidió aprovechar el momento. Tal vez no tendría otro.Sacó otro de la caja y lo prendió. Hacía tiempo que no le dejaban hacerlo. Lo miró con una sonrisa entre infantil y cruel. Inclinó el fósforo para que se consumiera mejor.
—¡¿Qué hacés?! —gritó una voz a sus espaldas.
Vio al doctor Castro. Era un hombre grande y gordo, que
generalmente estaba de mal humor. Maltrataba mucho a sus pacientes, aun a sabiendas de que así empeoraban su estado.Marcos trató de escapar. Castro lo sujetó y lo golpeó en la cabeza. Logró soltarse un momento, pero el doctor volvió a agarrarlo. Lo arrojó al suelo y empezó a patearlo.
La señora Gomez entró. Vio la escena y se asustó. Castro se dirigió a ella.
—¡¿Cómo puede ser que esté acá?! ¡¿Nadie lo vigila?! ¡¿Quién lo dejó entrar?!
—No sé —dijo ella, asustada—. Yo solo salí un momento y...
—Voy a hacer que lo lleven de vuelta —dijo él, de mal humor,mientras iba a buscar a otros médicos—. Cierre la puerta.
Ella le hizo caso. Se quedó del lado de afuera, observando a Marcos con algo de lástima.
El instituto mental en el que estaban tenía forma cuadrada. Las habitaciones de los pacientes estaban en el centro, rodeadas de cuatro pasillos. A su alrededor, estaban todas las salas de médicos y empleados, incluyendo la cocina. Algunas tenían otros pasillos externos que las conectaban y salidas de emergencia. Los pacientes no tenían acceso, aunque sabían de ellas porque las veían cuando iban al patio exterior. Este, a su vez, estaba rodeado por rejas y había dos más que separaban las partes delantera y trasera.
Al rato Marcos era llevado a su habitación, rodeado por Castro y dos médicos más. Tenía un chaleco de fuerza y le habían quitado los fósforos. Lo empujaron adentro. Castro lo golpeó y él cayó, sin poder
usar las manos.—No vuelvas a tocar un fósforo. ¿Me entendiste? —Marcos no le
respondió—. ¿Me entendiste, Jonnie?Marcos se puso de costado y lo miró fijo unos instantes. Habló con una voz rasposa.
—Sólo mis amigos me dicen Jonnie.
—Claro —dijo Castro, girando y tratando de no darle importancia—. Si tenés alguno.
Los médicos se fueron.
Antes tenía amigos. Como muchos monstruos solitarios y
perversos, sólo mostraba una imagen buena. En el colegio, a Marcos Jones lo apodaron Jonnie, y él lo empezó a usar fuera de ese ámbito, incluso habiendo perdido todo contacto con sus excompañeros. Mucha gente creía que ése era su verdadero nombre. Tal vez por eso, cuando comenzó a tener problemas, le pusieron un apodo a su apodo. Aunque no tenía marcas de quemaduras, para muchas personas él no era Marcos Jones. Era Jonnie caraquemada.
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La llama interior.
ActionMario saltiva es un bombero arriesgado que se dedica a salvar vidas luego sucesos extraños. Él siente que tiene una deuda por no haberlos evitado teniendo conocimientos básicos. Su vida no parece tener otro propósito hasta que se presenta una amenaz...