Prólogo

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Pant, pant, pant.

     Los pesados jadeos que salían de su boca lograbanr encubrir sus pisadas. Perdida entre decenas de casas y negocios desconocidos, sólo podía pensar en correr lejos. Y rápido.  El pánico inundaba sus venas y el temor casi palpable a su alrededor parecía ser lo único impulsándola hacia adelante.  Unas pocas gotas caían holgazanamente en su piel, riéndose en silencio de su tonta esperanza de escapar. Podía oír los pasos casi rítmicos de los guardias acercándose. Burlándose.

     Se impulsó a correr.  Su mente le gritaba a sus pies que se situaran uno frente a otro, pero su cuerpo, cansado por la acción repentina, iba abandonando las ganas de seguir.  La adrenalina que la había impulsado hasta ese momento comenzó a desaparecer.  Y entonces todo lo que permaneció fueron unos ojos azules gritándole ¡Corre!

     Y corrió.

     Miró a sus lados.  Las personas caminaban a su alrededor, ignorando el horror que seguramente se leía en su rostro. Algunos cuantos la miraron por unos segundos antes de retornar su atención a otra cosa. Un libro, un celular, coquetear con la mesera.  ¿Acaso todo eso era más importante que su vida?  ¿No había siquiera una persona que prestara atención a su súplica muda?  Su mente luchaba, buscando en alguien algún interés en ayudarle, por socorrerla.

     Pero ella sabía la verdad.  Hacía mucho que las personas no se preocupaban por los demás.  Se encerraban en su mundo de apariencias y reflejos, viviendo sólo de la fantasía y la irrealidad.  Nadie miraría hacia el lado. Nadie dejaría su espacio de comodidad para ayudarla. 

     Estoy sola. El pensamiento llegó a su mente como si estuviera hablando en otro idioma.  Ella ya lo sabía.  Siempre lo había estado.  Pero en ese momento, esas dos palabras la hicieron querer parar y simplemente dejarse atrapar.  No quería seguir huyendo.  Sus movimientos se volvieron más lentos, hasta el punto de encontrarse deambulando por las calles.  Ella no quería tener que huir.  Ella quería ser aceptada.  Sólo quería pertenecer, ser parte de algo, importarle a alguien.

“¡La encontré!” Una voz poderosa se alzó entre las demás, alejando la soledad de sus pensamientos y haciéndola voltearse con curiosidad.  Sus ojos se abrieron en pavor cuando vio quién gritaba.  No podía recordar de quién se trataba, pero algo dentro de ella se revolvió y supo que debía correr lejos de él.  Sus pies, antes cansados, parecieron cobrar vida de nuevo.  Se lanzó en medio de la abarrotada carretera, deseando perder de vista a sus perseguidores. Debía huir.

     Buscó un lugar donde esconderse.  La rústica ciudad que se alzaba a su alrededor parecía ser un refugio de lo antiguo, intocable para las actuales pero crecientes modalidades de la actualidad.  Intentó encontrar en su memoria algo que le diera pertenencia al místico lugar, pero solo encontró pensamientos borrosos, como si algo intentara evitar que recordara.  Ignorando el ligero dolor de cabeza que dio buscar en su mente, decidió enfocarse en los edificios a su alrededor.  Los tradicionales pero pintorescos restaurantes exhibían adorables mesas y cómodos asientos, pero no había ningún lugar para ocultarse. Las calles, aunque repletas de gente, sólo servirían como una pequeña distracción para sus perseguidores. Tenía que pensar rápido. 

     Detrás de la hilera de negocios se alzaba vigoroso un bosque.  Las sombras entre los árboles danzaban misteriosamente entre las luces del cálido sol de ese día, pero no lo pensó dos veces.  Cambió de rumbo y entró en el callejón que conectaba la calle principal y el misterioso bosque.  La fetidez golpeó su nariz tan pronto se acercó al estrecho túnel.  Sintió su estómago revolverse mientras más se acercaba, pero siguió avanzando lenta pero constantemente.  Sus ojos captaron un movimiento brusco mientras se dirigía hacia allí, así que tapó su nariz con su camisa y entró.

     La húmeda y hedionda atmósfera del callejón le provocó arqueadas.  Apretó fuertemente la tela en su nariz y se dirigió hacia la salida, evitando los malolientes charcos oscuros que estaban en el suelo.  Al llegar frente al bosque, su mirada se perdió al ver el poder que emanaba de ella.  Desde la calle le había parecido un lugar seguro, con sombras perfectas para ocultarse.  Ahora esas mismas sombras la hacían vacilar. Pero sólo por un momento. Tan pronto escuchó pisadas acercarse, no dudó más y se lanzó hacia el interior del bosque.

     Caminó sin rumbo hasta que consideró que se había alejado lo suficiente.  Lo único que podía escuchar era el sutil sonido de los animales que vivían allí.  Había dejado atrás las pisadas y la persecución. 

     Todo va a estar bien ahora. Ese era el único pensamiento que quería tener en su mente.  Pero sabía que no iba a estar bien.  Mientras descansaba con su espalda apoyada contra el grueso tronco de un árbol viejo, estudió el lugar donde se encontraba.

     Había llegado a un claro en el bosque.  El rojizo sol del atardecer danzaba a través de las fuertes ramas de los árboles, dándole al lugar un toque algo mágico.  Parecía que ningún tipo de maldad podría ser capaz de entrar en tan hermoso lugar.  Se dejó absorber por la quietud y paz que se podía respirar en aquella parte del bosque.  Permitió que los pajarillos la acunaran con una suave canción mientras recuperaba fuerzas.

     Casi dormida, no prestó atención al resto del mundo.  Se olvidó de la persecución, de la peste del callejón e incluso de los inquietantes ojos azules que le habían dicho que corriera lejos y se salvara.  Antes somnolienta, se giró hacia un lado, dando su espalda al callejón y, con él, a toda la locura de la carrera.

     Pero de pronto, lo oyó.  Suaves pasos se acercaban, casi sutiles.  Su espalda se tensó.  Su corazón, que ya se había calmado, comenzó a latir vehemente nuevamente.  Escuchó a los pájaros moverse incómodos y se propuso moverse lo menos posible.  Centró toda su mente en hacer respiraciones hondas y silenciosas.  Por un momento, las pisadas se detuvieron.  Retuvo el aire, petrificada por el temor.  Luego de cinco segundos eternos, los pasos comenzaron a volverse más y más imperceptibles, marcando la creciente distancia entre ella y la persona, fuera quien fuera, que se encontraba afuera.  Sólo cuando estuvo segura de que no podía escuchar ninguna pisada soltó el aire.

     Y entonces sintió un inmenso dolor en su espalda.  Sintió su cuerpo abrirse ante un cuchilla.  La cálida sangre comenzó a brotar y a derramarse en pequeños hilos a través de su cuerpo.  Todo comenzó a verse borroso.  Todos menos el dolor, que seguía ahí, de forma casi tangible.  La fuerza abandonó sus músculos.  Intentó aclarar su vista, pero todo lo que alcanzó a ver fue una bufanda azul cielo.  Creyó oír más pasos acercándose.  Sintió sus piernas y brazos entumecerse.  Escuchó un leve forcejeó entre dos personas, pero ya no podía pensar en nada, sólo en el dolor.  Al sentir el segundo corte, todo se volvió oscuro. 

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     Un grito estentóreo despertó a Katie Scarlett.  Tomó grandes bocanadas de aire mientras intentaba calmar su corazón.  Miró hacia la pequeña mesa de noche que exhibía un delicado reloj digital.  3:45 am.  Los brillantes números le obligaron a entrecerrar los ojos. Aún con la respiración acelerada, se acomodó en su cama mientras atraía hacia ella una almohada.  Enrollada en la suave tela de su colcha, apretó la almohada sobre su pecho, acunándose suavemente. Poco a poco, sus labios fueron formando susurros, rodeándola como una mantra:

Sólo fue una pesadilla, sólo fue una pesadilla

Traicionando la Sangre (Pausado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora