Prologo

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La vida en Leipzing era tan común como salir a pasear con el perro los lunes por la mañana, nada motivador ni mucho menos alarmante, una ciudad completamente silenciosa e inexistente para la demás parte alemana, un sitio donde la delincuencia y los abusos no eran centro de llamado alarmante sino una simple prevención innecesaria, nada por lo cual preocuparse.

Y luego se encontraba él. Con una vida tan monótonamente aburrida como cualquiera en aquel montón de ratas cobardes, no podía sumarle emoción a su vida cuando básicamente su actividad diaria consistía en levantarse con la incesante alarma y el solitario momento en la cocina donde seguramente estaría esperándole un plato frío de cereal con escases de leche por la absorción del mismo cereal, con suerte correría la adrenalina de salir corriendo tras el autobús escolar, pero era tan absurdo y ridículo pretender que aquello calmaba su sed de diversión, solamente calmaba por momentos la aceleración del corazón y la comezón en las manos, más no la decepción de estar encerrado en el silencio y la soledad que le dejaba aquel triste sitio.

"Suerte con la escuela"

Era todo lo que contenía la nota, ningún te quiero o iremos a comer algún sitio cuando salgas, no.. Nada de eso, solamente cuatro míseras palabras que le causaban una rabia inmensa, un dolor en el pecho que tuvo que ser sanado poco a poco conforme el rechazo se volvía más constante.

Ella no lo quería.

Recoge el plato y lo deja en el fregadero, ya regresaría más tarde a lavarlo, después de todo parecía ser la única alma abundante en la casa, por lo menos la mitad del día. Se asoma al espejo del baño, su aspecto no era el mejor y extrañaba tener los ánimos pasados para arreglarse aunque no fuera para nadie en específico, solamente por la satisfacción de verse perfecto y poder presumir de su belleza natural, ahora no encontraba sentido echarse polvos negros en los ojos y delinear los delgados labios, después de todo ¿a quién podría importarle como se viera? Si a él le daba lo mismo salir despeinado a los centros comerciales, seguramente los demás también ignorarían su aspecto, no solo eso, sino también su presencia.

Pero nuevamente su subconsciente le reprendía y le hacía girar los ojos para regresar a la habitación y retocarse el rostro, por lo menos volver a las sombras negras y de paso un gorro que cubriera los pelos alborotados, no pensaba peinarlos ahora, seguramente estarían enredados y tardaría horas en quitar los nudos.

Todo va a salir bien, Bill –recitaba una y otra vez –

Finalmente el ensordecedor claxon del autobús le sobresaltan y le echan a correr escaleras abajo con su bolso y tan torpe como siempre se golpea con los escalones del bus en un intento por subir deprisa, no hacía falta mencionar las carcajadas del alumnado y la llamada de atención del conductor por mantener el orden. Aún con la frente en alto se levanta sacudiéndose lo que pudo haberse pegado a la ropa, para tomar asiento en el medio del bus, donde nadie nunca se aproximaba, era un estándar escolar muy fuerte, los de enfrente eran los típicos intelectuales o "barberos" del profesorado, y toda la marabunta en la parte trasera pertenecía a los poco inteligentes y para nada amigables con los nuevos.

¿Quién era él en ese estándar? Nada. Exactamente, nada.

Voltea a los costados, sonriendo de lado al pelinegro que le devuelve el gesto, saludándole desde su posición, en los asientos traseros junto a su grupo de mongoles a su servicio. Su hermano.

Resultaba extraño la diferencia de atención en ambos viniendo de la misma sangre, Bill siempre fue la cosa invisible para todos, todo lo contrario a Andrew, él era tan guapo y a pesar de sus horribles amistades (como las catalogaba Bill) era muy inteligente, le admiraba de sobremanera aunque no pudiera ser como él.

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