Capítulo Cuatro

29.7K 2.6K 325
                                    

Estuvo en su casa a eso de las cuatro, todo estaba en completo silencio, su esposa no se encontraba

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Estuvo en su casa a eso de las cuatro, todo estaba en completo silencio, su esposa no se encontraba. Se quitó toda responsabilidad, apagó su celular y su trabajo lo dejó en su estudio guardado bajo llave, no quería saber del mundo exterior.

Se cambió de ropa, poniéndose un pantalón deportivo, una camiseta y descalzo fue a la sala para ver televisión, con la mente en otra parte, ideando lo que haría cuando Molly. Con la ansiedad latente, de vez en cuando miraba la hora que indicaba el reloj de la tv, aparte de eso, empezó a ensayar las palabras que le diría.

Se hallaba en un vaivén, entre un discurso que de seguro se le olvidaría y meditando si su esposa accedería, además estaba la cuestión del divorcio, lo que anulaba cualquier posibilidad de que quisiera dialogar. Era más realista que pesimista, consciente que los errores pesaban, teniendo evidencia de ello el martes en la noche. Aun así, sabía que no era tan cruel para que no le permitiera por lo menos explicarle todo lo que hizo.

Sino que, a pesar de poner las cartas en la mesa para analizar la partida y revolver la baraja para considerar las posibilidades, siempre resultaba perdedor. Lo que hizo no lo pasaría por alto, aun sabiendo que fue el único que rompió los votos.

Duró así hasta que el hambre apremió y decidió hacer la cena, al menos esperaba que un plato de comida fuera el boleto que le permitiera abrirse a una conversación con su esposa. Optó por preparar espaguetis en salsa de carne, los favoritos de Molly, siendo minucioso con cada detalle, pendiente de que le quedara exacta la cocción.

Sentado en la mesa de la cocina esperó, con lo único que distrajo los nervios fue viendo el reloj colgado en la pared. Cuando éste marcó las ocho en punto aumentó la ansiedad, preparó la mesa y parado al pie del vano que daba el acceso al comedor, se quedó mirando la entrada principal.

•••

Llegó rendida, acompañada de un mareo que volvió su trabajo estresante. Por fortuna consiguió entregar a la editorial el fruto que durante bastante tiempo guardaba recelosa. Entregó los tres primeros capítulos de la novela que llevaba escribiendo desde los dieciocho, sólo le quedaba esperar a que Roger, el editor y amigo quien la recomendó, la llamara para que le diera las noticias, fueran buenas o malas.

El taxi aparcó frente a su casa, algo ida le pagó al chofer, dándole unos dólares de más, cosa que no le importó. Mientras caminaba hacia la puerta, buscaba entre su bolso las llaves, sin percatarse que las luces del comedor estaban encendidas, Al ingresar, se envaró cuando reparó en quien aguardaba por ella.

No quería mirarlo ni cavilar por qué estaba tan temprano en casa. La impresión se le fue enseguida al pensar que tal vez, porque su amante no lo quiso recibir, se encontraba allí. Cabizbaja se volvió para cerrar la puerta, rápido trató de escabullirse hacía la sala para tomar las escaleras y esconderse en su cuarto...

—Hola, Molly —saludó Alan. Notó intento de evadirlo pero estaba dispuesto a hablar con ella.

Su esposa ralentizó los pasos, le costaba ser descortés. Apenas si enfocó su pecho, no estaba dispuesta a mirarlo a los ojos porque seguramente se quebraría.

Fragilidad [Estados del amor I] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora