Capítulo Cinco

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Pasó otra semana luego del dialogo con Molly, en donde el sillón de la sala se convirtió en la cama que apaciguaba el dolor y las lágrimas ante lo que él mismo ocasionó

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Pasó otra semana luego del dialogo con Molly, en donde el sillón de la sala se convirtió en la cama que apaciguaba el dolor y las lágrimas ante lo que él mismo ocasionó. Pero, a pesar de dar por perdida la batalla, se levantó temprano el resto de días después de eso, con ánimos de reconquistarla.

Le hacía el desayuno cosa que ella recibía por mera cortesía. Le hacía cumplidos los cuales ignoraba o correspondía con un simple "gracias". Si comparaba la situación a cuando recién la conoció, era mucho más difícil conquistarla ahora. Ni las flores que le mandaba ni invitarla a comer servían puesto que ella salía por la tangente diciéndole que estaba muy ocupada.

Charly le insistía que hiciera algo más que solo darle detalles pero Molly no lo dejaba acercársele y ahora era la que llegaba tarde a casa para no encontrárselo. Por un momento pensó que ya tenía otro hombre, pero ella no era así, a menos que se lo ocultara muy bien.

Igual ese jueves en la mañana se paró enérgico. Se puso una pantaloneta gris y una camiseta negra sin mangas, un poco ancha a pesar de ser acuerpado. No era de esos que estaba las veinticuatro horas pendiente de su físico pero si se mantenía en forma, salía a trotar los fines de semana y a veces se iba caminando al trabajo, además de que comía como una ballena pero nunca engordaba. Valiéndose de ese físico conquistó a muchas chicas de joven y a su amante después de casado.

Pensar que por no calmar sus ganas estaba luchando contra el tiempo para que su esposa no se alejara de él, lo hacía decaer a ratos, considerando si de verdad la convencería de estar arrepentido. Pero la conocía: si lloraba era porque aun lo quería, que si aún se estremecía con solo tocarla ella accedería, que si le demostraba que estaba dispuesto a todo para recuperarla, se quedaría.

Fue a la cocina, dispuesto a hacerle un delicioso desayuno para que se diera cuenta que lo que tenía eran buenas intenciones. Estando a punto de entrar escuchó su inconfundible risa, esa tan fresca que emitía su mujer cuando algo le hacía gracia, esa que extrañaba oír desde hacía tiempo. Minucioso se asomó al filo de la puerta para ver lo que hacía.

Molly estaba de espaldas, mirando por una pequeña ventana que daba hacia el patio trasero; sostenía su celular contra el oído, platicando con alguien. Se veía deslumbrante con su traje de oficina —un pantalón negro y una blusa azul de botones— el cual le ceñía el cuerpo, realzando esas curvas que hicieron estragos en su esposo. Su cabello ondulado caía perfecto sobre sus hombros y esa enorme sonrisa, señal de que la tristeza se había marchado, lo hicieron feliz, solo por un momento...

—No lo puedo creer, en serio, es inaudito —exclamó eufórica, aun riendo—, y lo más increíble es que sea con sólo los primeros capítulos.

Lo sé, agradeceme a mí que todo lo puedo. Si no fuera por mí, no se lograría —presumió Roger, su amigo, con quien hablaba del otro lado de la línea.

—Dame algo de crédito —rezongó Molly, haciendo un puchero.

Lo sé, tú eres la del talento —indicó, riendo entre dientes—. Ahora; lo que queda es esperar qué dicen los editores, los meros, meros, pero ya de que entra para empezar su publicación, entra, Molly. Te felicito, en serio. ¿Te lo dije o no te lo dije?

Fragilidad [Estados del amor I] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora