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Es difícil saber cuando rendirse, porque la esperanza es lo último que se pierde, o al menos eso dicen.

En este momento no quiero rendirme, tú eras el único que jamás se había rendido cuando yo estaba en peligro, siempre luchabas por el bienestar de la legión, hasta en los momentos en los que todo había acabado querías seguir. Eso me gustaba de tí.

Aunque jamás demostraras tus sentimientos, yo sabía a la perfección lo que sentías. Teníamos una conexión perfecta, sentíamos lo que el otro sentía sin necesidad de demostrarlo.

Recuerdo las veces que reíamos por cosas sin sentido, y aunque tu risa fuera casi imperceptible, me hacía feliz. Se sentía cálida y reconfortante, cómo beber una taza de chocolate caliente junto a la hoguera en invierno.

Había noches en las que me abrazabas y me pedías por favor que siempre estuviera ahí. Apoyabas tu cabeza en mi pecho y dormías plácidamente, amaba acariciar tu pelo.
Era molesto no poder dormir con los pies entrelazados ya que eras más bajo que yo, pero de alguna manera esa molestia era una tierna manera de dormir, la cual me alegraba cada madrugada.

Tomar tus cálidas manos me daba viveza, mirarte a los ojos era cómo ver un cielo repleto de estrellas titilantes bajo el techo de una cabaña, tus susurros a mi oido hacían que los pelos se me pusieran punta y escalofríos recorrieran mi cuerpo haciéndome temblar. Posar mis labios sobre los tuyos me hacía sentir una suavidad inefable, era cómo si una burbuja de sentimientos nos atrapara y el exterior no existiera. Éramos sólo nosotros, solos tú y yo apreciando cada facción de nuestros físicos con el disfrute de la melodía de tus susurros.

Siento mucho lo que he hecho, jamás quise que así sucediera, perdóname.
Pensé que jamás volvería a suceder, pensé que podía controlarme, pero no fue así. Me volví el mismo titán incontrolable de aquella vez, lamento haberte tomado por sorpresa y tú no haber podido liberarte.
Tus gritos rogándome que recobrara la conciencia, habiendo lágrimas caer por tu rostro y arrodillándote intensificando tu rogar, fueron en vano, pero aún así lo intentaste.

Por mi culpa ahora estás aquí, junto a mí, tomándome la mano y oyendo con inconsciencia mis sollozos de perdón.

Discúlpame, por favor, no me dejes, por favor quédate conmigo. Aunque jamás puedas volver a mirarme de la misma manera, no me abandones, no podría vivir sin ti.

Acabas de acelerar mi palpitar.

Tu mano ya no aprieta la mía con fuerza, ya no oigo tu respiración, tu corazón ya no late rítmicamente.
Si pudieras, me hubieras oído gritar sosteniendo tu mano y llorando sobre tu pecho.

Recuerdo la vez que dijiste que cada vez que de mis ojos caían lágrimas, mis sollozos eran como una sinfonía que se oía de la voz de una persona luchando por no perder la esperanza.

Levi, perdóname, pero la sinfonía acaba de llegar a su final.



Sinfonía | EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora