UN∅

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Ezra

Mi habitación es el sitio favorito de mi madre cuando me manda a la mierda. Pues ella piensa que como yo soy un trozo de mierda, mi cuarto también lo es.

Pero mi habitación es el mejor regalo que la desaparición de mi hermano me otorgó. Mi hermano tenía la habitación en la que ahora duermo, y yo antes tenía la más pequeña. Así pues cuando se fue sin avisar, aproveché la depresión de mis padres para instalarme allí.

Esa habitación para mi era un puto santuario del frikismo.

Tenía todos los cómics de batman y de spiderman, decenas de discos de rock, heavy metal, pop, indie, y discos caseros a los que llamaba "mezclas increíbles".

También tenía un reproductor de CDs y un par de altavoces Sony. Los mejores del mercado en ese momento.

Sus pósters impedían ver la pared original. Tenía pósters de grupos de música, de series de televisión, de películas y cómics.

No me hizo falta mover nada de mi antiguo cuarto. Aquel era perfecto.

Pero sobre todas las cosas que había, su ventana era mi favorita. Se trataba de una ventana casi tan alta como yo, y de ancho un poco menos. Tenía un alféizar más grande de lo normal, donde en teoría se ponían plantas, el ponía su culo.

A veces entraba en su cuarto a verle sentado en el alféizar, moviéndose al ritmo de la música que sonaba, entonces me veía, me sonreía y me invitaba a sentarme con él. Siempre que estaba ahí con él, nos hacíamos una foto con su móvil.

Era maravilloso, luego imprimía la foto y la colgaba en un corcho de un metro de ancho y largo, especialmente dedicado a esas fotos que nos hacíamos.

La única foto que destacaba era una que había puesto en el techo de su cuarto, justo encima de su cabeza, encima de la cama. A veces, nos tumbábamos ahí y observábamos la foto, riendo de los defectos del otro.

Mi hermano era alto, con los ojos grandes y verdes, y el pelo castaño oscuro, con tramos rubios teñidos. Tenía un cuerpo trabajado y un tupé despeinado.
También una sonrisa muy bonita, que era la misma a través de los años, o al menos eso quiero recordar. Si no, me perderia en falsos recuerdos.

Cuando se fue, yo tenía ocho años, y él, catorce.

Se fue sin avisar. Sin dejar una mísera nota. Ni siquiera supimos si tenía una razón para irse.
Al menos eso creo.
Y si mis padres sabían algo,
lo estaban ocultando.

Puede que fuese para no hacerme daño.

Pero la verdad es que a estas alturas pocas cosas me hacen daño.

Lo único, que me oculten cosas. Asique incluso me dolía más la ignorancia que el saber.

Pero desde que se fue, ese tema fue tabú. Sobretodo después de que la policía se rindiese con indiferencia.

— ¡¡Es un niño!! —decía mi madre— ¡No podéis dejarle por ahí y rendiros!

Aún así no sirvió de nada. Aunque más tarde ella se arrepentía de haberle gritado al poli, porque ella realmente no sabía si quería que volviese, o que se quedara por ahí.

Creo que al final se decantó por la segunda opción.





La chica del balcónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora