I. Todo se derrumba

67 8 11
                                    

Ella siempre había estado buscando la manera de hacer las paces con él...

Desde el primer momento, ambos habían congeniado tan bien, que podía llegar a decirse que eran íntimos amigos... Pero las circunstancias cambiaron muchísimo la relación de los dos.

Ahora se llevaban tan mal, que podía llegar a decirse que aquel chico y aquella chica se odiaban. Aunque no era exactamente la palabra correcta para describirlo. Todo era extraño en cuanto a ellos se refería.

Una mañana, en la que las nubes amenazan con inundar el mundo, ambos se encontraron. Cruzaron una mirada apagada, decepcionada, por un instante... Y, una vez, se perdieron en el vacío... Junto a todas esas veces que habían compartido risas, charlas... Momentos que pasarían a ser los más importantes que esos dos hubiesen vivido nunca...

Al cabo de unos días, una noticia desgarró el ya roto corazón de la chica. Su mejor amigo, un chaval que no era capaz de mostrar al mundo que había tenido un mal día, había sufrido un accidente de coche.

No había día que ella no lo visitase, a pesar de lo que la destrozaba verlo de aquella forma. Casi inerte. No podía dejar de hablarle, tenía la esperanza de que algún día llegara a oírla y supiera que ella nunca lo abandonaría. Que estaría allí, justo a su lado, cada día que él pasase en aquel horrible lugar.

Lo miraba y los ojos se le cristalizaban. No quería llorar. No delante de él. ¿Qué clase de persona era, si no le transmitía sentimientos positivos. Sentimientos fuertes que lo ayudarán a despertar.

Cada vez que salía de allí, lo sentía casi como un alivio. Y se sentía mal porque así fuera... pero algo la estaba matando por dentro cada vez que lo miraba...

Cuando los médicos llamaron a la chica, las cosas empeoraron. Su amigo se debatía entre la vida y la muerte, y ella siempre había tenido muy mala suerte...

¿Por qué las desgracias nunca vienen solas? Se había preguntado ya miles de veces.

Necesitaba volver a verlo, algo le decía que era ahora o nunca. No quería oír lo que su cabeza intentaba decirle, y hacia todo lo posible para mantener la mente en blanco. Aunque eso era la cosa más imposible que pudiera llegar a intentar.

Se vistió lo más rápido que pudo y salió corriendo de su casa, en dirección al hospital.

Lo único que quería en ese momento, era sostenerlo de la mano, decirle, como tantas veces le había dicho, que todo saldría bien. Aunque él siguiera sin oírla. Aunque ella no creyera en sus propias palabras... Pero, realmente, deseaba estar en lo cierto. Volverlo a ver sonreír, escuchar las absurdas tonterías que solía decir a lo largo del día. Volver a sentirlo vivo...

Ese no podía ser su final... No, estaba claro.

Pero... Todo se volvió oscuridad en cuanto vio a varios médicos entrar con urgencia en la habitación de su mejor amigo. De alguien, que para ella, siempre había sido mejor que cualquier hermano...

El corazón se le detuvo. Por un momento no conseguía respirar.

Todo su cuerpo había dejado de funcionar. Escuchaba ruidos. Sus ojos miraban, nerviosamente, de un lado a otro, como buscando algo o alguien que, mágicamente pudiera ayudar a quién descansaba sobre la camilla.

Oía las voces de quienes intentaban ayudarlo... Y pum. Aquel pitido que dio todo por finalizado.

La chica no podía creer que eso estuviera sucediendo. Debía ser una pesadilla. Debía ser una broma de mal gusto... Él... No podía... No podía...

De pronto sus brazos y sus piernas comenzaron a moverse, lo más rápidas que eran capaces.

Tenía que irse de allí. Tenía que desaparecer...

Eso... No era real... Era imposible que lo fuera...

El chico, con el que ahora no se hablaba, estaba allí.

Se había enterado esa misma mañana de la noticia.

Quería ver a su vieja amiga. Brindarle el apoyo que debió haberle prestado desde hacía días... Pero ahora... Todo era diferente. Ya no había tiempo para esperar. Debía correr tras ella...

Las lágrimas de la chica caían casi tan rápidas como sus piernas avanzaban con el fin de perderse para no volver a encontrarse.

Sentía todo su cuerpo temblar. Sentía que iba a derrumbarse sobre el césped por el cual ahora corría. Y sabía con certeza que en cuanto eso pasara, no tendría la fuerza necesaria para volver a levantarse... Ya no más.

Sus pies tropezaron, el uno con el otro, dejándola caer de rodillas en la hierba. Su garganta emitió un alarido desgarrador, espantando a unos pájaros que reposaban sobre la rama de un árbol.

Su sollozo se hizo cada vez más fuerte. Dejando ver todo el sufrimiento que había estado conteniendo desde el día que le dieron aquella maldita noticia.

Al menos había caído en un lugar en el que estaba sola. No quería que nadie la viera en ese estado. Tan hundida, tan frágil, tan rota... Ahora siempre estaría sola... La única persona que le aportaba todo lo que necesitaba para sobrevivir cada día, se había ido... Como un gorrión se escapa por la ventana. Tan rápido e inesperado...

¿Cómo se hacía para vivir sin alguien que siempre lo fue todo? ¿Cómo era posible conseguir eso?

Una mano la sujetó del brazo, desconcertándola.

Alzó la vista, encontrándose con aquellos ojos azules.

"Daniel" quiso decir, pero no era capaz de articular palabra. No conseguía actuar con claridad. Su mente la había anulado por completo.

—No tienes que decir nada —le dijo él—. He vuelto para no volverme a ir...

El silencio los invadió, y, por un instante, ambos creyeron que aquello quedaría así. Que sería lo último que ambos recordarían el uno del otro. Pero no. Esta vez, había que hacer las cosas bien.

—Yo... Lo siento tanto... Ojalá...

Los ojos de ella, cada vez más inundados por sus lágrimas, lo miraban con tristeza.

Eso le recordó a aquel día que sus miradas se cruzaron. Podía revivir la imagen de aquellos ojos apagados... Sólo que los de ahora, no sólo estaban así. Estaban hundidos en la miseria. Se habían perdido entre una terrible tempestad, y supo que esos ojos no volverían a recuperar su brillo.

—No volveré a abandonarte... Nunca. —Aquellas palabras no fueron mandadas por su cerebro, si no por su corazón... quién deseaba ser capaz de hablar para que no se hubiera alargado tanto el momento de hacérselas saber.

Ella lo abrazó, sin pensarlo, sus brazos se aferraron al cuerpo del contrario, quién, después de tardar en reaccionar, la imitó, comenzando a llorar junto a ella.

A veces hay momentos en los que sólo necesitamos que nos recuerden que estarán ahí cuando caigamos.
Porque no siempre vemos con claridad lo que nos rodea, y llegamos a creer que estamos solos, cuando muchos harían lo que fuera por ayudarnos...

Quizás muchos nos hayamos acostumbrado tanto a sentirnos solos... que ya no hay vuelta atrás.

Life is unpredictable Donde viven las historias. Descúbrelo ahora