—Te prometo que nunca sufrirá por lo que vea en mis ojos —dijo samuel solemnemente.
—Gracias. No sabes lo importante que es para mí.
Al día siguiente, durante el desayuno, conoció a alguno de los inquilinos. Sadie y Claudia, las hermanas, eran dos señoras de mediana edad muy agradables. Su vida se centraba en los ordenadores y podían estar hablando de las nuevas tecnologías durante horas.
La señora Baxter era la mayor de todas, una mujer bajita que miró a samuel de arriba abajo y luego emitió una especie de bufido de aprobación.
—Nosotras hemos estado en Italia —dijo Sadie.
—Fuimos a una feria de informática en Milán —añadió Claudia—. ¿Conoce usted Milán, señor Farnese?
—samuel, por favor. Y no, nunca he estado en Milán. La Toscana es mi mundo.
Las dos hermanas siguieron haciendo preguntas sobre su tierra y samuel contestó educadamente, sin dar muchos detalles.
—Normalmente no vemos a Bert y a Fred durante el desayuno —explicó andrea —. Fred vuelve a casa muy tarde y Bert también trabaja de noche, así que acaba de llegar.
Nikki se fue al colegio con la señora Baxter, pero antes de irse se dirigió a samuel como una perfecta anfitriona:
—Ahora tengo que irme, pero volveré después del colegio. —Estoy deseando volver a verte —sonrió él.
Después de despedirse samuel ayudó a andrea con los platos, sorprendiéndola con su eficiencia.
—Pensé que los italianos eran muy anticuados con estas cosas, muy machistas.
—No, qué va, ya estamos domesticados. Cuando era pequeño, mi madre me enseñó a fregar platos... por si acaso, decía ella. Y te aseguro que soy el mejor con un estropajo en la mano.
Andrea soltó una carcajada. —Ya veremos.
Después de recoger un poco la cocina, andrea lo llevó al banco en el coche.
—Los fondos tardarán unos días en llegar —les dijo el director—. Pero, por el momento, y después de haber comprobado que su cuenta corriente está al día, podemos adelantarle una cantidad.
Con el dinero, lo primero que hizo samuel fue pagar dos semanas de alquiler. —Así me quedo más tranquilo.
—Pero si esta semana está a punto de terminar —protestó andrea . —Ah, los negocios son los negocios.
—Yo soy la dueña de la casa. ¿No debería decidir yo?
—Deberías pero como mujer de negocios eres un desastre. Necesitas que alguien cuide de tus intereses —replicó samuel.
Había pasado tanto tiempo desde la última vez que alguien quiso cuidar de ella que ya casi ni se acordaba. Y le gustó.
—De todas formas, me siento culpable por aceptar ese dinero...
—No te preocupes, te lo has ganado. Voy a ser el inquilino más insoportable que te puedas imaginar.
Como para demostrárselo, fue con ella a la compra y se empeñó en llevar las bolsas. Le tomaba el pelo, diciendo que no conocía una u otra palabra, pero andrea estaba segura de que no era verdad.
Poco a poco, entendió el mensaje que quería darle, era inofensivo. Podía relajarse. Sólo quería que lo dejasen en paz para luchar contra sus propios demonios.
Andrea estaba encantada de dejarle su espacio, pero sentía curiosidad. Aunque hablaba mucho, prácticamente no contaba nada de su vida.
Ella, por otro lado, se encontró revelando más cosas de las que le habría gustado.
—Nací cerca de aquí —le contó mientras tomaban un café—. Y pensaba que era el sitio más aburrido del mundo. Yo quería vivir en Londres, en una gran ciudad...
—¿Lo hiciste?
—Sí, me fui para estudiar baile en una academia. —¿Baile? —Jazz. —¿En serio? —rió samuel .
—En serio. Incluso trabajé en el coro en un par de espectáculos. Luego seis de nosotras montamos nuestro propio grupo. Jack era nuestro representante.
—¿Jack?
—Mi ex marido.
—Ah, ya veo. Y Jack intentó convertirte en una estrella.
—No —rió andrea —. Yo esperaba que fuese así, pero una vez casados insistió en que dejase de bailar. Discutimos durante mucho tiempo, pero luego descubrí que estaba embarazada. Y cuando nació Nikki sólo quería estar con ella. Además, había engordado un poco... nunca he podido quitarme esos kilos de más.
El la miró de arriba abajo. —¿Qué kilos de más?
—Muy amable —sonrió andrea —. Pero los kilos están ahí y, además, ya soy demasiado mayor para bailar.
—¿Cuántos años tienes, setenta, ochenta? Treinta y dos.
—Lo dirás de broma. No aparentas ni un día más de cuarenta. Andrea rió, pero había una sombra en sus ojos. —Perdona. Ha sido una broma muy tonta.
—No, no te preocupes... la verdad, no sé por qué he empezado a hablar de mi pasado. Pero acabo de recordar que me había prometido a mí misma una cosa.
—¿Qué cosa?
—Que a los treinta años, mi nombre estaría en letras gigantes en algún teatro de Londres.
—¿Sueles hablar del pasado? —preguntó samuel .
—¿Con quién? No puedo hacerlo con Nikki. Y mis inquilinos no estarían interesados. Ellos van y vienen...
De repente, samuel se dio cuenta de lo sola que se encontraba, de la carga que llevaba encima sin ayuda alguna.
—¿Viniste a vivir aquí después de que tu marido os abandonara?
—Sí. Podría haberme quedado en Londres, pero era demasiado caro. Además, bueno... mi marido prácticamente me sobornó para que me fuese. Empezaba a ser conocido en el mundo del espectáculo y no quería que nadie viese a su hija. Según él, eso podría hacerle mucho daño.
—¡Qué canalla!
—Ya... En fin, me ofreció una cantidad de dinero y yo la acepté porque pensé que era lo mejor para Nikki. Así que volví aquí y me gasté el dinero en comprar mi casa. Así me gano la vida.
—No demasiado bien, si tienes que seguir trabajando como camarera —observó samuel —. ¿Cuándo duermes?
—Cuando puedo. Además, mira el lado bueno del asunto: no tengo que pagar niñeras porque en casa siempre hay alguien que puede quedarse con Nikki y a mi hija le caen muy bien todos los inquilinos.
—¿Ninguno de ellos reaccionó de mala manera al verla?
—Ninguno. Aunque les había advertido antes de presentársela —suspiró andrea — Es la gente como tú a la que Nikki valora, personas que la miran como si fuera una persona normal sin que les hayan advertido.
—Espero no defraudarla.
—No creo que sea posible. Es el hechizo,samuel—rió andrra . —¿No me digas que crees en la magia?
—Si alguien está dispuesto a pensar lo mejor de ti, pase lo que pase, yo creo que eso es un poco mágico. ¿No te parece?
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Un Destino inesperado
Romancetodo por una niña muy especial... andrea era una madre soltera que sabía perfectamente que su hija quería un padre que la amara incondicionalmente. Por eso, por el bien de la pequeña Nikki, andrea aceptó un matrimonio de conveniencia con el italiano...