Jane se encontraba sentada sobre la paja en el establo, observaba a su hermano Daniel mientras construía un nuevo muro, ya que el anterior estaba en muy mal estado y no aguantó al cruel invierno de la temporada.
La muchacha jugueteaba con los largos mechones de cabello que caían como cascadas sobre sus frágiles y menudos hombros. Reía de vez en vez sin que Daniel pudiera saber qué había dentro de su mente, sin tener una sola idea de que de reojo lo miraba y se deleitaba con su ancha y desnuda espalda, que se preguntaba lo bien que se sentiría pasar los dedos por su tórax.
Sintiéndose tan culpable como fuera posible se reprendió a si misma por tener aquellos pensamientos, se habían criado juntos, eran hermanos. No llevaban la misma sangre corriendo por sus venas pero eran algo similar.
«Su madre Sofía había acogido a Daniel cuando era muy pequeño, aun cuando estaba completamente sola y apenas le alcanzaba la comida para ella y Jane.
La pequeña Jane de ese entonces tenia apenas cinco años y él siete cuando llegó a casa de ambas por primera vez. Al principio se mostró como un niño tímido, llegó lleno de miedos y era extremadamente reservado.
Logró contarle a su madre adoptiva que lo habían obligado a pedir dinero en las empedradas callejuelas del pueblo, para luego quitarle todo el dinero que conseguía, a duras penas lograba comer algo que encontraba en la basura cada día.
El muchacho llegó a tenerles mucho cariño tanto a Sofía como a Jane, los dos pequeños se convirtieron en los mas fieles compañeros de juego que hayan existido jamás, Daniel cuidaba de ella y ella disfrutaba de su compañía todo el tiempo .
Pero todo eso habría cambiado, el ya ni siquiera quería mirarla. »
Daniel sentía sus hermosos y profundos ojos oscuros sobre él, estaba poniéndolo nervioso. Ya casi terminaba de construir el muro, ya casi podría salir corriendo de ese lugar. se castigaba cada noche pensando en sus grandes pechos, en sus caderas anchas, en sus glúteos tan perfectos. Tenia tantas ganas de mimarla, de besar esos apetecibles labios ligeramente enrojecidos.
Terminó finalmente de construir el muro tras unos largos minutos que parecieron tan eternos, no quería darse vuelta, ella notaría el caos que había en sus pantalones. No le dirigió siquiera la mirada, salió corriendo de ese lugar, huyó hacia su habitación. Sentía la gran necesidad de terminar con el lío que había allí abajo. Quería tocarse y pensar libremente en ella y en las cosas que tanto deseaba hacerle.
Jane no podía ocultar su tristeza, al ver como se alejaba se levanto de su sitio y se acomodó el vestido, se sacudió la paja que había en la fina tela. Se dirigió también a la casa, para buscar algún que hacer que sacara a Daniel de sus pensamientos por un momento.
Al entrar percibió el olor de comida recién preparada, se acerco a la cocina y se encontró con su madre y con unos deliciosos bollos de carne recién hechos.
—Se ve delicioso mamá. —dijo acercando su rostro a los bollos para percibir mejor su aroma.
—Gracias hija, dile a Daniel que venga a comer.
Su estómago dio un vuelvo, se alejo bruscamente de los bollos y se incorporó. Bajó la mirada al suelo y respondió:
—No se en dónde se ha metido.
—Lo vi meterse en su habitación, cariño. —dijo mirando detenidamente a su hija. — ¿Te pasa algo?
Jane jugaba con la tela de su vestido, buscando una manera de contestar.