Capítulo 1

78 5 0
                                    

Digamos que mi vida no siempre ha sido un lujo, he vivido en muchas partes del mundo pero ahora me encuentro en el estado de Texas, Estados Unidos. No obstante, soy chilena. Tuve que viajar a Norteamérica - y a varios continentes- ya que en mi país no costean mi enfermedad. Si no tienes previsión médica o más conocida como ''Isapre'', en simples palabras, te mueres. Puede ser por un resfrío que no te atendieron o solo te dieron el típico remedio: Paracetamol. En mi país son clasistas, por ejemplo, la gente de Santiago siempre ha sido la acaudalada de dinero o la que presencia conciertos de mis grupos favoritos pero ¿y los de regiones qué? Nos miran en menos, nos desprecian, yo vivía en Viña del Mar, <una ciudad conocida> pensarán, aunque no es así, Viña era lo conocido, las famosas playas y bares, pubs y discotecas, las calles renombradas en el verano y el reloj de flores. Quién no conoce el reloj de flores o lo ha visto por la tele. Eso pasaba en el verano cuando el sol brillaba alto y era el principal protagonista; en invierno nadie habla de Viña, nadie habla de las carencias policiales, en la salud, en educación, la falta de docentes, etc. En el invierno todos se olvidan de Viña del Mar (prácticamente, los del Gobierno se hacen los tontos e ignoran todas las ciudades del país) y por consiguiente de Valparaíso.

También viví ahí, en un pequeño pueblito alejado del centro de la ciudad (fue hace tanto tiempo que ni el nombre recuerdo), era una atracción turística por su artesanía y, obviamente, sus playas. En verano Valparaíso es muy nombrado por su gran puerto pero en invierno o cualquier otra estación, ni luces de él.

Así es Chile.

- Mamá, no quiero tomar ese asqueroso remedio que no sirve para nada - digo seriamente desde mi habitación. A diario, por órdenes médicas, debo tragar una pastilla que se llama Enilophar que funciona (o se supone que lo hace) para matar a aquellas células que invaden mis órganos y los cambian para que no marchen como deben. Llevo 3 años tomándola y no he avanzado ni siquiera un 0,001% desde que tenía trece.

- Mira, has avanzado bastante respecto hace 3 años - reprocha como leyendo mi mente. Claro, ella dice que he progresado pero la que se sigue sintiendo pésimo soy yo -. Cariño por favor, no te pongas a la defensiva porque ya sabes lo que pasará.

Amenaza. Uh, qué miedo. Me ha amenazado con internarme desde que tengo uso de razón, nunca lo hace porque sabe que si lo llegase a realizar, se queda sin hija.

- Escucha, mamá, voy a salir y no quiero que hables por teléfono a todo el edificio para ver si llegué viva o muerta ¿entendido? - la miro odiosamente. Ella aparenta que me quiere, pero no es así, nunca me ha tratado bien y desde que supo que me iba a morir mágicamente cambió de personalidad. Pamplinas.

Salgo respirando costosamente, mi corazón se acelera muy rápido dificultando mi respiración. Son algunas de las consecuencias de tener taquicardias desde los 2 años que van aumentando día tras día, año tras año. En el bolso que obligadamente tengo que transportar llevo mi respirador que me auxilia cuando me quedo sin aire. Pronto ya no va a ser el respirador en tubo sino que un carrito con oxígeno y cuando avance mi enfermedad ya no será el carrito, sino que la internación y desde ahí hasta mi pronta muerte.

Salgo del edificio con miradas atónitas y de reproche sobre mis hombros, mis vecinos son los más fisgones que hay en toda la cuadra. Adam me saluda desde la calle de enfrente, corre a través de los autos estacionados en el pasaje y me entrega un caramelo de fresa.

- Para que endulces tu día - sonríe mostrando sus pequeños dientecillos. Adam Fletcher es mi pequeño amigo, tiene 6 años de edad y me cuida como si fuese mi hermano mayor.

- Gracias - digo luego de comerlo y pensar un poco. Nunca tuve un hermano o hermana, eso me dijo mi madre. Aunque solo ella y Dios saben si aquello es verdad.

El pequeño sonríe y cruza dejándome sola; vuelvo a caminar por las calles solitarias de Texas, amo este estado, es desolado y tranquilo. Detesto viajar a California cada mes para mis revisiones, si es de morir, quiero hacerlo aquí en un bosque o algo pacífico.

Canturreo canciones que oigo a medida que avanzo. Llevo andando varias horas y estoy agotada. Mi tubo de aire se acabó y no traje recarga, "aquí me muero" pensé mientras una sonrisa se figuraba en mi rostro. Sonrío porque acabo de encontrar a un chico dormido apoyado en un árbol mientras una fogata le calienta, ya es de noche y hace mucho frío.

- ¿Hola? - pregunto despertándole. Él me mira y se asusta - tranquilo, soy una fugitiva igual que tú.

Ríe y se despereza.

- Perdona, soy Ryan. ¿Y tú cómo te llamas? - pregunta intrigado mientras me ofrece su chocolate caliente. Lo acepto y respondo:

- Soy Aly, bueno, mi nombre real es Alysa, pero me gusta Aly - le explico enredándome yo sola. Bebo del jarrón de chocolate mientras él me observa detenidamente como estudiándome.

- Eres parte del Círculo Esperanza ¿verdad? - dice luego de un momento. Boto el tazón del puro susto. No tengo idea cómo lo sabe.

- S... s... sí - titubeo-. ¿Cómo lo sabes?

- Porque yo también soy parte - sentencia -. Tengo una enfermedad extraña, el nombre es Prentitis Celular, 15 personas en el mundo la padecen y soy una de ellas.

Me quedo pasmada, había oído de esa enfermedad: la Prentitis nace en una célula cancerígena y cada año aquélla va aumentando en el triple hasta que hace una especie de metástasis y tienes que andar preparando tu funeral.

- ¿Cuánto tiempo...?

- No lo sé, puede ser un año, dos, hasta tres. Pero no me queda mucho de vida, por eso decidí irme de casa hoy para no hacerle mal a mi pobre madre que está destruida porque sabe que su hijo se va a morir en un corto plazo de tiempo.

- Lo siento mucho - farfullo. Me siento al lado de la fogata frente a Ryan. Lo miro y pienso cuán egoísta soy: me quejo de que me moriré por taquicardias en aumento por docena y él tiene Prentitis. Dios, qué injusta es la vida. Ryan es guapo y joven, supongo que agradecido de la corta vida que el destino le brinda, y existen personas que desean suicidarse por problemas o adicciones a los que ellos mismos no les buscan solución.

- No lo lamentes, tarde o temprano también morirás - añade. Mi corazón se estruja, no tenía por qué ser tan cruel. Sé que me moriré pero ¿por qué la agresividad? ¿Por qué el daño?

Siempre es lo mismo, tratas con alguien, le das la mano éste la toma y te rompe.

Me levanto de mi posición, busco la tacita que boté y la recojo, se la tiro encima sin líquido dentro y me marcho de a poco puesto que mi respiración estaba aceleradísima por el esfuerzo de levantarme.

- Oye, disculpa es solo que... - su voz es como un simple murmullo dentro del sonido de la calle y las hojas otoñales. Estoy herida, como suelo estar. Todo me duele, soy muy frágil, endeble, ligera.

Me duele todo lo que me digan, las malas miradas, pero sobre todo las palabras. Definitivamente eso es lo que más duele. Sus murmullos ya no eran murmullos sino que gritos ensordecedores aunque no de disculpas, eran de auxilio.

No sé cómo ni cuándo pero mis piernas empezaron a correr solas, mi respiración poco me importó y mi corazón, uf, mi corazón casi estalla.

Llego a su lado y me doy cuenta de que solo era una broma para que yo me acercase. Ryan estaba intacto en cambio yo... No puedo controlar mi respiración y mi tubo de aire se había acabado hace algunas horas. Mi corazón estaba más que acelerado, mis piernas quemaban por el esfuerzo físico, es como si me hubiesen metido en un cañón y prendiesen la mecha. Me estoy quemando por dentro y todo por la maldita broma.

Caminos CruzadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora