Hoy nos separamos;
hoy nuestros caminos se bifurcaron,
Decidiste que no sería más tu acompañante,
Deshaciendo esta díada que creía eterna y nunca menguante.
Decidiré yo entonces cómo repartir nuestro bienes.
Habrás de llevarte la felicidad,
No deseo a ustedes separarlas,
Pues fuiste tú quien la trajo a mi vida,
Y en tu ausencia sería para mí un lastre que no me serviría.
Críala y ámala; nunca te separes de ella,
Yo no lo haría si no tuviese que ser de ésta manera,
Ella siempre te pondrá una sonrisa en el alma,
Y sábelo desde ahora —sin que te quede duda alguna—,
Que a la distancia, yo las extrañare como a ninguna.
Me haré cargo de su hermana; la tristeza,
Porque a mi lado jamás le hará falta nada,
Ni un plato de desamor o un henchido vaso de recuerdos,
Nunca tendrá un techo sin melancolía; ni cobija sin nostalgia,
Voy a arroparla siempre antes de ir a dormir,
y le daré un beso de buenas noches,
Y —como en todas ellas— preguntará por ti entonces,
Le diré con profunda resolución,
Que si un día ambas en la calle se reconocen,
Pase de largo, pues ni de ella ni de mi,
tendrás reproches.
Llévate también ese cajón lleno de sueños,
Solo tú podrás hacer realidad cada uno de ellos,
Cuídalos con amor y paciencia; sabiendo,
Que todos los días debes rociarlos con el esfuerzo,
Para que no se marchiten sin poder florecerlos,
En la medida que les des el cuidado y tus desvelos,
Ellos te darán de su néctar que es el éxito.
Me qedaré con esa raída cesta llena de desesperanza,
La cual crece sin cuidados cual yerba mala,
Solo necesita —para alimentarse— beber lágrimas,
Y dar feraz, amargos frutos de mi alma,
Crecerá hasta convertirse en árbol de fría sombra,
Bajo la cual no habrá luz, ni lucidez,
Y me impedirá volver a sentir algún tipo de calidez,
No necesitas contigo planta mas exótica;
Mucho menos sus frutos de insensatez.
Llévate la alegría que como candil todo lo ilumina,
Ella que siempre brilló hermosa en tus labios,
Y que tantas veces me iluminó cuando sonreías,
Para que te ayude a cruzar sendas oscuras y grises días.
Llévala en tu corazón quien la protegerá de fuertes ventiscas,
Será ella el fuego y tu amor su queroseno.
Así por las noches bajo el oscuro cielo,
Te conviertas en faro; te conviertas en credo,
Iluminando las noches en lo alto, con sereno destello.
Deja entonces esta morada consumida en tinieblas,
Alzándose noctívaga entre densas y oscuras veredas.
La desdicha pernoctará aquí eterna,
será para mí compañera y dueña,
Arrebatará de mi cuerpo el calor que recorre mis venas,
Bebiendo copiosamente miseria siempre de ellas.
Nadie entrará entonces en tan gélido aposento,
Ni tampoco saldrá de él ningún cálido aliento,
Ni arderá llama alguna que se pueda apagar por el viento.