Una hermosa rosa,
termina siendo poca cosa,
cuando en tu mano ella goza,
la ternura de tu piel de diosa,
Y me mira, y me esboza,
una sonrisa muy hermosa,
y no entiende silenciosa,
que solo tú eres la grandiosa.
Sus suaves pétalos rojos,
le susurran que es majestuosa,
su verde y firme tallo,
arrogante, en lo alto él la posa,
ignorante de lo que es ser hermosa,
ignorante de que solo en ti se endiosa,
y aunque despide una fragancia placentera,
que advierte que es refinada y altanera,
no sabe la muy mimosa
que tú en belleza
—y en todas las virtudes—
la superas.