Hermione Granger era plenamente consciente de cómo cada uno de sus sentidos se ponían en alerta cada vez que tenía la obligación de caminar por los pasillos del gran castillo de Hogwarts para poder asistir a su próxima clase. Su cuerpo se ponía instantáneamente tenso y los dos o tres libros que cargaba usualmente en sus brazos se apretaban contra su pecho como un extraño y alternativo escudo contra las miradas de lástima y odio de los Slytherin. A menudo se encontraba con la mirada fija en el piso.
Un par de zapatos. Lustrados, brillantes, pulcramente cuidados. Oh, sabía perfectamente a quienes pertenecían, y ni siquiera era necesario alzar la vista para percatarse de quien se trataba. Algo la empujaba a aferrarse al silencio, a quedarse allí, quieta, en medio del desierto pasillo, con la distancia instalándose cada vez más entre ambos, a pesar de que se encontraban tan cerca uno del otro.
La vergüenza.
Sus mejillas se tintaron de un suave color carmín, y sus ojos de pronto tuvieron la incesante necesidad de estar más húmedos. Empezó a parpadear incontrolablemente, sus manos abruptamente comenzaron a deslizarse contra la cubierta de cuero de los libros que debería devolver en algún pronto momento a la biblioteca y sus ojos; los ojos que él tanto secretamente adoraba, estaban describiendo mentalmente cada detalle del piso de piedra, negándose imperiosamente a fijarse en los de la persona que se encontraba delante de ella.
— ¿Qué pasa, Granger? ¿Asustada?
El tono mordaz de su remarcación no ayudó ni un ápice a cambiar la ansiedad que se revolvía como un remolino en su estómago. Quería dejar de recordar, quería dejar ir la particular tarde en la que él se había terminado por acercar a ella con diferentes intenciones. Todo. Quería incluso que la siguiera incordiando, quería que sus sentidos se pusieran alerta no por las nuevas intenciones de él, si no por las pretensiones acostumbradas con las que buscaba molestarla cada vez que se la topaba.
Pero él se ensañaba en dejar que todo siguiera, era él quien la obligaba.
Y Hermione Granger sentía que no podía hacer nada más que aceptar con culpable satisfacción.
Pronto reparó en que se encontraba contra la pared y que los libros no habían tardado en quedar en el piso. El silencio se vio interrumpido por la respiración de Draco Malfoy contra su cuello, quien solo se detuvo un par de segundos para contemplar el delicado rostro de la castaña con deleite. Oh, como se divertía al saber que ella le pertenecía. Cada centímetro, toda ella.
El escalofrío que sintió nacer la castaña en su cuello envió una ola de incontenible placer, y el quejido que estaba a punto de escapar de sus labios fue ahogado por los de Malfoy, quien se esmeró en que aquel gemido reprimido por sus propios labios escapara de todas maneras.
Y así fue.
Impulsado por algo más que el indescriptible deseo que sentía por la castaña, se lanzó nuevamente contra su cuello, besando cada lugar que fuera posible mientras ella tuviese su uniforme puesto, no sin antes ver que su rostro estaba adornado por la más exquisita mezcla de éxtasis: sus ojos estaban cerrados; sus labios, húmedos a causa de la saliva, se encontraban ligeramente abiertos y completamente dispuestos a ser visitados nuevamente, y por último sus manos, blancas, suaves y delicadas, se encontraban hundidas en el cabello de Draco como si se tratase de aferrar a los últimos restos de cordura del momento.
No tenía idea por qué estaba permitiendo todo aquello. Pero no había forma física ni sicológicamente posible de evitarlo, ni tampoco lo deseaba. Era algo oscuro, algo recónditamente escondido que deseaba pero que no había tenido suficiente voluntad propia para poder admitírselo. Su lado cuerdo hubiese gustado de la idea de que las cosas hubiesen sido mejores si todo hubiese seguido su curso acostumbrado, pero la presencia de Draco Malfoy hacía reconsiderar cada aspecto de la cuestión y le otorgaban a la respuesta un nuevo y completamente distinto cariz. Un cariz deliciosamente mejor.
Suspiró profundamente cuando unas manos se acercaron un poco más arriba de sus rodillas, acariciando suavemente la tersa textura y disfrutando de la sensación de sus frías manos contra su cálida piel. Su mano derecha fue recorriendo una trayectoria dolorosamente lenta. Luego, Hermione fue consciente hacia donde se dirigía, y la castaña creció impaciente en su comprometida posición.
— N-no aquí —sometida a sus caricias, aquellas dos palabras fueron lo único que logró articular. A Malfoy se le antojó tan desesperada como cuando la veía llegar tarde al salón de Snape y descubría que éste la esperaba con un reproche cuidadosamente preparado. Se le antojó vulnerable, a merced de cada uno de sus deseos, de hacia dónde podían llegar sus manos, de él—. Por favor.
Aquella mera idea lo hizo sonreír maliciosamente contra la piel de la castaña, y repleto de complacencia, hizo oídos sordos a sus ruegos, para seguir subiendo su mano hasta empezar a hacer delirantes masajes en su entrepierna. Hermione gimió, sin importar que alguien la pudiera escuchar. Con las mejillas encendidas de vergüenza y algo extraño empezando a torcerse en su estómago, como una cuerda que poco a poco se va trenzando hasta que llega a su límite, empezó a mover de manera casi inconsciente sus caderas contra las de él.
— Qué cambiante, Granger —se burló con la voz casi ronca contra su oído—. Deberías organizar tus prioridades
Oh, como amaba molestarla con Ron Weasley y su fracaso amoroso. Siete años esperando para un beso que la hizo comprobar que siempre estuvo buscando a la persona equivocada. Hermione Granger no pudo ocultar su decepción cuando había separado sus labios de los del pelirrojo y se aseguró de lo mal que había visto las cosas durante todos los años que estuvo en Hogwarts. Qué decepción. Qué engaño.
Aún así, sonrió abiertamente ante el comentario.
¿Y ahora? ¿Era acaso lo que estaba viviendo lo que quería o era otro más de sus auto-engaños para vivir en una realidad de falsa dicha? ¿Creía efectivamente que aquello era lo que ella quería? ¿Cómo sabía si él sentía lo mismo por ella y que no era solo un simple juego?
Sus labios viajaron instintivamente hacia los de Draco, y él los recibió con gusto.
Se devoraban ferozmente, se devoraban sin importar las consecuencias de sus actos. No importaba la falta de sensatez, la inconsciencia de los efectos, todo era solo un pequeño detalle que ya se habían saltado las veces anteriores. El deseo era mayor que cualquier otra barrera.
Hermione Granger de pronto halló la respuesta a sus preguntas.
No era amor. Era un deseo carnal ineludible. Era aquel tipo de sensaciones de las que buscaba deshacerse pero que buscaba con desespero. Porque las sensaciones que Draco Malfoy le otorgaba eran únicas en su tipo; de aquel tipo que no se tomaba el tiempo de recordar sutilezas inútiles ni delicadezas innecesarias. De las que no disfrutaba de palabras dulces, si no de las provocadoras, de las miradas disimuladas, de las caricias ocultas.
Era lujuria.
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Concupiscentiam
RomanceHermione Granger era consciente de que buscaba algo mucho más simple que las dificultades y las falsas ilusiones del amor. Sin expectativas, sin compromiso. Y Draco Malfoy quería lo mismo.