Capitulo I: El Comienzo

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Tan pronto como los pájaros cantaban anunciando la mañana, llegaron visitas inesperadas a las grandes puertas de madera de aquel Reino tan lejano para muchos. Los perros ladraban hacia aquel portón siendo abierto por los guardias custodiando la zona montados a caballos, con sus armaduras resplandecientes, espadas afiladas y sus grandes escudos que los acompañaban siempre.

Los guardias se dieron cuenta de que las visitas eran de fiar, abrieron sus puertas dejando pasar a varios caballeros quienes rodeaban y cuidaban a un carruaje rojo vivo tapado con sus cortinas doradas resplandecientes.

El Rey, Carlos Rogel, se enteró de la llegada de aquellas personas, en cuanto su mensajero le aviso. Fue deprisa hacia el jardín donde se suponía que estaría su reciente visita, el Rey pertinente al Sur, Felipe Rogers, quien saludo educadamente y con una inmensa alegría a la señoría de aquel lugar donde se encontraba ahora mismo.

Las noticias volaron como si fueran palomas por toda la ciudad, enterándose hasta el más mínimo niño recién nacido en brazos de su madre sobre la visita inesperada del Rey del Sur y su supuesta alianza con el Rey de la capital.

Los próximos días fueron festines y grandes propuestas para el reino, incluso para el hijo mayor de los Rogel, Miguel, hasta para la pequeña Isabel que tan solo tenía recién cumplidos sus siete años de edad. Anastasia, la madre de aquellos pequeños y reina de la capital, no podía estar más contenta con la noticia. El Rey Felipe había propuesto una boda entre su hija, Natalia, y el príncipe Miguel, para así unir sus reinos, además de jurarle lealtad al Rey Rogel. La pequeña Isabel, ya tenía su prometido de igual manera, pero aquello sería en cuanto cumpliera la edad suficiente para contraer el matrimonio respectivo.

El Rey Carlos siempre había querido que todos los reinos se unieran y promovieran la paz para que vivieran mejor, proteger a su gente y aquellos que lo deseen. Ahora que el Sur le juraría lealtad a los Rogel, no podía ser de la mejor manera de establecer un buen comienzo.

El que no estuvo muy contento con la noticia fue el joven Miguel, quien creía que se tenía que casar con una completa desconocida. No pudo sentir más indignación por parte de él, su furia tenía que tragársela con hipocresía hacia los Rogers que ahora estaban cenando en su comedor, comiendo de su comida y durmiendo en su hogar, disfrutando de cada toque de aquel castillo donde residía.

Podía sentir la mirada de su prometida a todo momento durante la cena. Él solo quería correr y esconderse debajo de su cama, no quería casarse con ella, aunque era una joven muy hermosa, pero no la amaba, ni la conocía. A sus diecisiete años ya tenía que casarse con aquella mujer de veinte años. Él, por supuesto, no iba a querer nunca hacerlo, pero eso a su padre no le importaba en absoluto, pues, a él solo le interesaba la paz entre los reinos.

Lo que le venía ya no tenía vuelta atrás, ahora lo único que le quedaba era quedarse en su habitación hasta que los Rogers decidieran irse de una vez por todas.

Le daba escalofríos pensar que querían quedarse para siempre, y además, tener que hablar con Natalia, casarse con Natalia y tener hijos con Natalia.

La idea sonaba peor en su cabeza.

Sus pensamientos se desvanecieron al ver una sombra posarse frente al balcón de su habitación, asustándolo por completo y causando que corriera hasta la cama para esconderse.

– ¿Q...quien anda ahí?–balbuceo temblando de miedo.

–Soy yo, Alejandro. –escucho la voz baja del chico frente suyo. Pudo distinguirlo después de un rato. Era su amigo del pueblo, no había recordado sus repentinas visitas a altas horas de la noche.

– ¿Cómo entraste aquí?–camino inspeccionando la habitación de lado a lado para comprobar que no había nadie viéndolos. Por suerte, estaban solos.

Rogel. (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora