Capitulo VII: Pequeño Secreto.

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Demasiado rato llevaba su mente pensando en aquel joven que hoy en día se había convertido en un gran amigo para él. Su simpático rostro pálido y sus mejillas rosadas con pequeño hoyuelos en ellas se proyectaba de manera automática en su cabeza cada minuto. Sonreía al imaginarlo riendo o contando alguna de sus curiosas ocurrencias. Pronto se volvería loco.

¿Por qué ahora repentinamente no podía apartarlo de su mente?

Miguel estaba preocupado, nunca le había pasado algo similar. De hecho, pensó en llamar un médico del pueblo a ver si tenia algún frasco de bebida que le aliviara aquellos pensamientos. Lo cierto era que, aquello no era ninguna enfermedad.

Su padre al fin había llegado al reino, algo bueno para él ya que no debía asumir mas responsabilidades, a su vez, algo malo debido a que tenia más tiempo para pensar... en él.

No había hablado con Rubén desde hace algunos días que habían ido a un jardín de girasoles, mas allá de las murallas que protegían el reino. Alex le había comentado sobre aquel lugar y le dijo a Rubén que lo acompañara a verlo. El castaño estaba muy feliz al ver tantas de sus flores favoritas, quería plantar su casa cerca de allí para poder verlas todo los días.

El príncipe no paraba de sonreír al verlo danzar por aquel lugar, como si de una mariposa se tratase. Parecía aún más radiante en ese lugar, alegre y tierno. A Miguel le resulto atractivo de ver.

—Ven, Miguel.—dijo con su voz rasposa.

Miguel no tardo ni medio segundo en pensarlo e ir hasta allí. Ambos estaban en esa zona llena de girasoles, sin pensar en que sus manos estaban entrelazadas mientras andaban corriendo y riendo. Parecían un par de niños inocente jugando.

Fue ahi donde Miguel, ya acostado entre las girasoles con Rubén, viéndolo tan cerca, pensó que era el ser mas lindo que había visto.

—¿Sucede algo?—pregunto el castaño, sonrojado por la repentina vista hacia el.

—No.—respondió calmado.— Me gusta este lugar.

—Es lindo, podría ser nuestro lugar de encuentro. Aquí nadie nos buscara.

—Nuestro lugar secreto.

—Nuestro pequeño lugar secreto.—sonrió.

Ese momento no podía simplemente borrarlo, tenia que reproducirse al menos diez veces al día, sino, no funcionaba. Le aterraba aquello, no tenia explicación, no podía encontrarla.

La puerta de su habitación se abrieron distrayéndole, Natalia paso sin dar mucho rodeo, posándose a su frente.

—Debemos ir a la boda del reino vecino.

—Si.—interrumpió Miguel.— Ya me arreglo.

—Bien. Te esperare afuera.—sonrió.

Más tarde ese día, efectivamente ya iban camino a la gran ceremonia. Transcurría lo normal y todo muy estupendo. Miguel no se podía quejar, aunque estaba muy aburrido allí sentado en una silla porque ni los pies para bailar quería mover. En cambio, Natalia se emocionaba por cada cosa que pasaba a su alrededor, incluso con el mas mínimo detalle. Ella lo estaba disfrutando.

Ahí fue donde Miguel, con sus más inexpertos pasos de sigilo, pudo escaparse de aquel lugar e ir de vuelta al reino. Pero, no fue a su hogar como lo tenia previsto. Parecía que sus pasos se movían solos e iban directos a aquella casa en el pueblo que muchas veces había visitado.

Era muy tarde, eso si. No quería molestar, no sabia exactamente que hacía ahi. Sin embargo, al ver una vela encendida en una de las ventanas de aquella casa, sus ojos se iluminaron incluso más que el fuego de aquella vela, alumbrando un poco al castaño conocido asomado en la ventana.

Rogel. (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora