Introducción - Continuación

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No es tan sencillo ser, al mismo tiempo, fuerte y frágil, seguro y dependiente, Rusia y tierno, ambicioso y desprendido, eficiente y tranquilo, agresivo y respetuoso, trabajador y casero. El desear alcanzar estos puntos medios, que entre otras cosas aún nadie ha podido definir claramente, creó en la mayoría de los hombres un sentimiento de frustración permanente: no damos en el clavo. Esta información contradictoria lleva al varón, desde la misma infancia, a ser un equilibrista de las expectativas sociales y personales: a intentar quedar bien con Dios y con el diablo.
No me refiero a los típico machistas, sino a esos hombres que aman a sus esposas y a sus hijos de manera honesta y respetuosa, pero que no han podido desarrollar su potencial humano masculino por miedo o simple ignorancia.Hablo de varón que teme llorar para que no lo tachen de homosexual, del que sufre por no conseguir el sustento, de que no es capaz de desfallecer porque "los hombres no se dan por vencidos", del que ha perdido la posibilidad de abrazar y besar tranquilamente a día hijos. Estoy mencionando al hombre que se autoexige exageradamente, que ha perdido el derecho a la intimidad que debe mostrarse inteligente y poderoso para ser respetado y amado.En fin, estoy aludiendo al varón que se debate permanentemente entre los polos de una difusa y contradictoria identificación, tratando de satisfacer las demandas irracionales de una sociedad que él mismo ha diseñado y que, aunque se diga lo contrario, aún no parece estar preparada para ver sufrir realmente a un hombre de "pelo en pecho".
Muchos hombres reclaman el derecho a ser débiles, sensibles, modelado e inútiles, sin que por tal razón de los cuestione. El derecho a poder hablar sobre lo que sienten y piensan, no desde la soberbia sino desde lo más profunda sinceridad.

 Walter Riso La afectividad masculina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora