Tutor

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Tutor

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Las vueltas de la vida eran curiosas, solía pensar a veces, mientras tomaba su apreciado expresso.

En primer lugar, nunca imaginó ser maldecido —jamás había creído en aquellas cosas, para empezar— y volver a su cuerpo de niño era algo que detestaba con toda su alma pues había sido engañado por aquel tipo y eso había herido su orgullo.

Por no hablar de las limitaciones de su tamaño, claro.
Para secundizar, en ningún momento se planteó tener un alumno, menos uno tan inútil como el rubio Cavallone —era un hitman, no un profesor—. Aún no sabía por qué había accedido a hacerlo, tal vez por curiosidad o quizá se aburría demasiado en ese momento. De cualquier forma, acabó descubriendo que le gustaba el oficio.

Oh sí, le encantaba el tortu… es decir, tutorizar a ese intento de jefe de la mafia tan sumamente inútil.

Aunque al final acabó por convertirse en alguien decente —gracias a sus maravillosos entrenamientos, por supuesto— un inútil será un inútil siempre, y Dino era la viva prueba de ello, demostrando la torpeza que le caracterizaba cuando no tenía a sus guardaespaldas cerca.

Quizá por ello, porque le había gustado el trabajo de tutor, había aceptado la petición del Noveno Vongola de entrenar a su sucesor, quien resultaba ser incluso más inservible que su anterior alumno, y ya era decir mucho.

En principio pensó en hacer algo parecido a una evaluación inicial, pues quería saber si valía realmente la pena el molestarse en enseñarle.

Supo inmediatamente que tendría mucho trabajo que hacer cuando vio su esplendorosa reputación, sus maravillosas calificaciones y sus grandes habilidades atléticas, nótese la ironía.

Si no hubiera sido porque vio algo de potencial en ese alumno tan estrepitosamente torpe, seguramente hubiera desistido completamente de la idea de entrenarle.

Aunque, quitando todo lo anterior, tal vez lo peor era que el chico ni siquiera tenía autoestima, y se daba por vencido antes de siquiera intentarlo, perdiendo la batalla antes de pelearla.

Claro que eso él no se lo pensaba permitir, y por ello lo forzaba a actuar con sus balas. Internamente, admitía que era bastante gracioso ver su cara cuando pasaba el efecto de la última voluntad, era algo parecido a cuando lo despertaba con su habitual suavidad.

Sí, era sumamente divertido el practicar su puntería con Dame-Tsuna de diana, y aplastar su cabello anti-gravitatorio con Leon era algo que el chico podía alardear de estar acostumbrado.

Sin embargo, hubo repetidas ocasiones en las que el joven le había llegado a sorprender, y eso sí era complicado. Si alguna cualidad tenía —por la cual se decidió a entrenarle— era su oculta pero firme determinación.

Era terco como él solo, y lo demostró reiteradas veces al negarse por completo a ser el Décimo jefe de su familia —aunque no es que le hubiera dado a escoger precisamente— y, en sus intentos de alejarse, se metió más en el asunto sin darse siquiera cuenta de ello.

También apreciaba profundamente a sus amigos, y sabía a la perfección que el castaño haría lo que fuera para protegerlos. De hecho, esa determinación era la que le daba toda su fuerza y la que le ayudaba en cada batalla que tenía.

Claro que, como buen inútil, había veces que dudaba de sus propias capacidades. En esas ocasiones, unas palabras solían bastar para animarle y hacerle ver de lo que era capaz si se lo proponía.

Tutor y AlumnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora